Capítulo 6: Parte F

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Según el informante, en el río que se veía por el lado derecho, hacía muchos ayeres, ahí se había suscitado una batalla muy sangrienta entre gente blanca y roja.

Cande, —sin despegar sus ojos de ello—, iba imaginándosela exactamente como él se la iba describiendo.

Hasta los nativos le pareció verlos escondidos entre los bellísimos y frondosos árboles listos para atacar al enemigo que se acercaba.

No obstante, en el momento que eso iba a suceder en su mente, la dejarían en suspenso ya que el tren anunciaba su destino final: un condado rural de Delaware.

Para ayudarle a descender, inconscientemente, Terruce la tomó de la mano, sonriendo ella de la propiedad con que él lo hubo hecho.

Metros así lo hicieron; y al estar afuera de la terminal, la soltó para preguntarle:

— ¿Quieres conocer un poco la ciudad? — que justamente tenían al frente.

— Sí, está bien.

Con su aprobación, la pareja inició su recorrido diciéndose durante ello:

— Como podrás darte cuenta, muchas casas y ranchos mantienen su toque original.

— ¡Bastante antiguo!

— Así es.

— Hasta parece que estoy caminando en una calle de las de allá del Viejo Oeste y de pronto de aquel salón... —, la fémina lo apuntó sobre la avenida, — van a salir dos rudos vaqueros para enfrentarse en un duelo a muerte y poner al pueblo en silente tensión.

— ¡Sí que tienes imaginación!

— Algo. Además "mi otra profesión" me la exige.

— ¿Y cuál es?

— De vez en cuando, cuido niños o adultos mayores.

— ¿Para eso estudiaste?

— No precisamente

Con cierta melancolía, Cande hubo dicho y se paró frente a una mesa donde había bonitos artículos de madera; luego, no desaprovechó la invitación que se extendiera para entrar en el local.

Y así como ese, visitaron muchos más hasta que un estómago pidió... alimento.

Por ser de tripa exigente, a cada restaurante que veían y se sugería, la mujer decía "no".

Como las posibilidades ya se le habían agotado, se preguntaba:

— ¿Quieres que regresemos a casa?

— ¿Tú quieres?

— Si no hay nada que pueda satisfacerte, será lo mejor.

— Lo lamento.

— No, está bien — él estaba decidido a complacerle. Más de repente: — Creo saber adónde llevarte.

— ¿Ah, sí?

— Sí. A una granja orgánica. Te llevaré a la que esté más cerca. ¿Te parece o nos vamos?

— ¡Sí, me gusta tu opción!

— Bien; entonces...

Terruce miró hacia los lados, hizo memoria y le indicó el camino a seguir. Sin embargo, transporte público no encontraron.

Acordando, se aventuraron a pedir aventón a una troca que por ahí pasaba y la cual, después de haber viajado entre pacas de trigo, los dejó justo en el portal de una extensa granja que los trescientos sesenta y cinco días del año abría para todo el público.

Oculta PasiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora