Relatos de guerra #4

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Ciudad de Olympus Mons, Marte 26 de diciembre del año 3081.

La gigantesca cúpula de cristal que cubría la ciudad de Olympus Mons ofrecía una vista impresionante del paisaje marciano. Bajo ese cielo rojizo, cientos de personas se reunían en cafeterías y plazas, discutiendo el reciente discurso del Presidente Tadeus. Entre ellos, se encontraba Samantha Vega, una ingeniera de terraformación, y su compañero Andrés, un técnico de minería.

“¿Qué te parece todo esto, Sam?” preguntó Andrés, removiendo su taza de café mientras observaba las imágenes del discurso que se repetían en las pantallas públicas.

Sam suspiró, mirando las palabras del presidente que aún resonaban en su mente. “Sabíamos que algo grande venía, pero esto... declarar la guerra abiertamente. Marte ya está en el borde de una guerra civil, y ahora tenemos que preocuparnos por un conflicto interestelar también.”

Andrés asintió, frunciendo el ceño. “He escuchado que algunos en la colonia minera están considerando unirse a los Tecnofanáticos. Dicen que la Federación nos ha abandonado, que solo les importa la Tierra.”

“Eso es lo que quieren que creamos,” respondió Sam, su tono más firme. “Pero si caemos en el caos, ¿quién protegerá a nuestras familias? Marte es fuerte, pero sin la Federación, estamos solos.”

Andrés se quedó en silencio, procesando las palabras de Sam. Sabía que tenía razón, pero la incertidumbre del futuro lo atormentaba. “Espero que el Almirante Dormund y el Gobernador Valen sepan lo que hacen. No quiero ver nuestra ciudad en ruinas.”

Sam lo miró a los ojos, una determinación tranquila en su mirada. “Lo único que podemos hacer ahora es seguir adelante, hacer nuestro trabajo, y estar listos para lo que venga.”

Nueva York, Tierra 26 de diciembre del año 3080

En un pequeño café en el centro de Nueva York, David Lin, un joven estudiante de historia, se encontraba reunido con su amiga Elena, una periodista freelance. Ambos habían asistido a la manifestación que había seguido al discurso del Presidente Tadeus y ahora discutían las implicaciones de la declaración de guerra.”

Elena tomó un sorbo de su té, pensativa. “Es diferente, David. Esta vez, no es solo un conflicto por territorio o recursos. Estamos luchando por nuestra supervivencia como especie. Si la Confederación gana, todo lo que conocemos podría desaparecer.”

David dejó su teléfono sobre la mesa y se inclinó hacia adelante. “Lo sé, pero la guerra trae consigo tanta incertidumbre. Mi abuelo me contó historias de las guerras terrestres aquellas guerras que trajeron sufrimiento durante decadas, de cómo la gente vivía con miedo constante. No quiero eso para nuestra generación.”

“Yo tampoco,” admitió Elena, “pero el Presidente fue claro. No estamos eligiendo esta guerra, nos la están imponiendo. Y si no luchamos, perderemos mucho más que nuestras libertades.”

David suspiró, sabiendo que las palabras de Elena tenían un peso inevitable. “Solo espero que las decisiones que se tomen sean las correctas. No quiero que nuestras futuras generaciones estudien esta guerra como el momento en que la humanidad se desmoronó.”

Base de Investigación Lunar, Luna diciembre 26 del año 3081

En el laboratorio de la 2da Base de Investigación Lunar, el Dr. Marcus Reynolds y la Dra. Sofia Ibarra revisaban los datos de un experimento reciente. Sin embargo, la atmósfera estaba cargada con una tensión inusual, resultado del reciente discurso de Tadeus.

“No puedo creer que realmente vayamos a la guerra,” dijo Sofia, rompiendo el silencio mientras ajustaba los controles de su consola. “Siempre pensé que estaríamos a salvo aquí, lejos de toda esa política terrestre.”

Marcus asintió, su atención dividida entre los datos en su pantalla y la conversación. “Es irónico, ¿no? Aquí en la Luna, a miles de kilómetros de distancia, pero sintiendo el impacto de las decisiones que se toman en la Tierra.”

Sofia dejó de trabajar y se giró para mirar a Marcus. “¿Qué opinas de todo esto? ¿Crees que Tadeus está haciendo lo correcto?”

Marcus se recostó en su silla, cruzando los brazos. “Es difícil decirlo. Por un lado, entiendo que no podemos permitir que la Confederación nos esclavice. Pero por otro, esto podría desencadenar una guerra que nadie realmente desea.”

Sofia asintió, compartiendo sus dudas. “Aquí, solo somos científicos. No estamos equipados para lidiar con las realidades de un conflicto militar. Pero creo que es importante recordar por qué estamos aquí, en primer lugar. Estamos aquí para expandir el conocimiento, para asegurar que la humanidad tenga un futuro.”

“Y quizás,” añadió Marcus, “parte de asegurar ese futuro es defender lo que ya hemos construido. Tadeus parece estar convencido de eso, y tal vez nosotros también deberíamos estarlo.”

Sofia sonrió débilmente. “Supongo que todo se reduce a la esperanza de que lo que estamos haciendo valga la pena, y que nuestra lucha no sea en vano.”

Ambos volvieron a sus trabajos, pero la conversación seguía resonando en sus mentes, conscientes de que, aunque estaban lejos del campo de batalla, su destino estaba tan ligado al resultado de esta guerra como el de todos los demás.

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