Capitulo 116: Repaso estratégico

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En el puente de mando del *Defiant*, el ambiente estaba cargado de una tensión palpable. La gran victoria contra el Covenant, lograda a costa de la vida de Altalick y la casi aniquilación de la 1ra Flota Lunar, aún dejaba un sabor amargo en la boca de los almirantes reunidos. Dormund, con el rostro endurecido y la mirada perdida en las proyecciones holográficas del espacio, esperaba a que el resto de los almirantes tomara asiento en la sala de estrategia.

El Almirante Toni fue el primero en llegar. Su rostro normalmente sereno estaba marcado por una tensión visible. Las pérdidas sufridas habían golpeado fuerte a su flota, y aunque habían logrado destruir una buena parte de la armada del Covenant, el costo humano era exorbitante. Detrás de él, los almirantes lunares que comandaban la 2da y 3ra flotas hicieron su entrada. El Almirante Sevick, comandante de la 2da Flota Lunar, era conocido por su temperamento calculador y frío, mientras que el Almirante Grell, al mando de la 3ra, era más impulsivo pero sumamente leal a la cadena de mando.

El silencio se prolongó durante varios segundos hasta que Dormund, con voz ronca, comenzó la reunión.

—Gracias por venir tan pronto —dijo Dormund sin rodeos, mientras cerraba el acceso a la sala para evitar interrupciones—. Nos enfrentamos a una situación delicada. Hemos logrado una victoria táctica contra el Covenant, pero las pérdidas son incalculables, y la situación no es ni remotamente ideal.

Toni, con los brazos cruzados, asintió lentamente. Sabía lo que venía a continuación, pero no dejaba de pesarle.

—Altalick ha muerto —continuó Dormund, sin adornar sus palabras—. La 1ra Flota Lunar ha sido casi aniquilada. Lo que queda debe retirarse inmediatamente a los astilleros lunares para su reconstrucción, si es que queremos que sigan siendo efectivos en algún punto en el futuro.

El Almirante Grell golpeó la mesa con el puño, su rostro tenso por la frustración.

—¿Cómo permitimos que esto sucediera? —exclamó, su voz cargada de rabia—. Sabíamos que el Covenant tenía más cartas bajo la manga. Perdimos a Altalick, y la flota lunar... —se interrumpió, mirando a Dormund—. ¿Y ahora qué? ¿Nos quedamos a la defensiva? ¿Permitimos que los sistemas circundantes se fortalezcan mientras intentamos lamer nuestras heridas?

Sevick, siempre el estratega frío, intervino con su calma habitual.

—La retirada de la 1ra Flota Lunar es inevitable. Sin embargo, la 2da y 3ra flotas aún están en condiciones de mantener el frente sur. Nuestro objetivo debe ser reorganizar nuestras fuerzas y reforzar los sistemas que quedan. El Covenant ha sufrido tanto como nosotros, si no más. Tenemos que aprovechar esta ventana de tiempo antes de que se recuperen.

Dormund asintió, pero su mente estaba en otro lugar. Sabía que tenía la responsabilidad de informar al presidente Tadeus, no solo de la victoria, sino también de la pérdida de Altalick. Ese sería un golpe emocional para todo el sistema. Altalick había sido una figura emblemática, alguien en quien muchos confiaban no solo por su habilidad militar, sino por su carisma y liderazgo. Su muerte dejaría un vacío difícil de llenar.

Toni habló, con la mirada fija en Dormund.

—¿Y qué diremos al Consejo? No solo hemos perdido a uno de nuestros mejores almirantes, sino que la línea del frente está apenas manteniéndose. ¿De verdad crees que Tadeus lo tomará bien?

Dormund suspiró, pasándose la mano por la frente, claramente agotado.

—Tadeus sabrá que nuestra victoria aquí es crucial para la supervivencia del sistema. Hemos destruido el grueso de la flota del Covenant en este sector, lo que nos da tiempo. Pero también sabe que estas son las realidades de la guerra. Las pérdidas son inevitables. Mi principal preocupación no es el Consejo en este momento. Necesitamos reorganizarnos y reforzar los sistemas antes de que el Covenant vuelva con más fuerzas. No podemos quedarnos a la espera.

Sevick asintió, moviendo un holograma frente a él que mostraba el sector sur. Varios sistemas estratégicos brillaban en rojo, marcando puntos de vulnerabilidad.

—Lo más prudente sería concentrar nuestras fuerzas restantes en estos sistemas —señaló Sevick—. No podemos permitir que el Covenant los recupere. Con la 2da y 3ra flotas manteniendo la línea, deberíamos ser capaces de darles tiempo a los astilleros para reconstruir lo que queda de la 1ra Flota Lunar.

—No estoy de acuerdo —intervino Grell con tono severo—. Si nos limitamos a la defensiva, les damos la ventaja a largo plazo. Ellos solo necesitan reorganizarse y volver con más naves. Debemos mantener la presión, buscar sus debilidades y atacar antes de que se recuperen.

Dormund permaneció en silencio durante unos segundos, ponderando las palabras de ambos. Sabía que ambos tenían razón en sus enfoques. La situación era crítica, y no podían permitirse más errores.

—Grell, entiendo tu impulso —dijo finalmente Dormund—, pero en este momento necesitamos tiempo. El Covenant también está debilitado. Su cadena de mando está fragmentada tras la destrucción de su flota principal. Si logramos fortificar los sistemas clave mientras ellos se reorganizan, podremos estar en una posición más sólida para la próxima ofensiva. Pero no podemos avanzar sin reconstruir lo que hemos perdido.

Toni miró a Dormund con una mezcla de respeto y preocupación.

—Dormund, tendrás que ser tú quien le informe a Tadeus sobre Altalick. No será fácil, pero tienes la credibilidad y la experiencia para hacerlo. La victoria ayudará a suavizar el golpe, pero la noticia de la muerte de Altalick afectará profundamente al Consejo.

Dormund asintió lentamente. Sabía que la responsabilidad recaía sobre sus hombros. Tomó aire profundamente, sabiendo que la conversación que estaba a punto de tener con el presidente no sería fácil.

—Lo haré —dijo con firmeza—. Tadeus debe saber la verdad, tanto sobre la victoria como sobre el costo de la misma. No podemos ocultar las pérdidas, pero tampoco podemos permitir que su sacrificio sea en vano. Hemos ganado una batalla importante, pero la guerra está lejos de terminar.

La sala quedó en silencio. Todos sabían que la conversación con Tadeus marcaría el tono de las próximas acciones. Pero en ese momento, Dormund se concentraba en una cosa: asegurar que el sacrificio de Altalick y los hombres que habían caído en el combate no fuera olvidado. Era su deber como comandante, pero también como amigo.

Con un último vistazo a sus compañeros almirantes, Dormund se levantó de la mesa, preparándose para la inevitable llamada que tendría que hacer.

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