Relatos de guerra #9

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Atrincherados en Haland:

El sonido constante de la artillería llenaba el aire alrededor de las trincheras en el sistema Haland. Los soldados, cubiertos de barro y polvo, se mantenían alerta, con las armas listas mientras el horizonte resplandecía por las explosiones lejanas. El grupo se encontraba en un breve descanso, sabiendo que el siguiente asalto podría llegar en cualquier momento. Uno de ellos, un joven con la armadura desgastada y una mirada cansada, rompió el silencio.

—¿Recuerdan la primera vez que llegamos aquí? —dijo mientras se apoyaba contra el parapeto de la trinchera, intentando relajarse, aunque el miedo nunca se iba del todo—. Pensé que no duraríamos ni una semana.

Otro soldado, de barba incipiente y uniforme remendado, dejó escapar una risa amarga mientras revisaba su bláster.

—Yo tampoco —respondió—. Aún me sorprende que sigamos vivos después de todo. ¿Cuántas oleadas de droides hemos resistido ya? Perdí la cuenta después de la tercera semana.

Un tercer soldado, más veterano, con cicatrices visibles en su rostro, levantó una ceja.

—Oleadas y bombardeos. La Confederación de Comercio no sabe cuándo rendirse. Si hubiéramos contado cuántos droides hemos destruido, seguro ya habríamos batido algún récord.

Las risas suaves recorrieron el grupo. Aunque eran reclutas, habían sobrevivido a meses de batalla ininterrumpida. Día tras día, el enemigo lanzaba oleadas interminables de droides de batalla contra sus posiciones, y a pesar de la fatiga, el miedo y las bajas, ellos aún se mantenían firmes.

—Recuerdo cuando estaba en casa —dijo el más joven, con la vista perdida en el horizonte—. Las cosas eran tan simples. Estaba en la academia de ingeniería, estudiando para ser ingeniero… Ahora estoy aquí, disparando contra máquinas, contando los días para que esto termine.

—No eres el único —agregó otro soldado, que jugaba nerviosamente con una bala entre los dedos—. Yo era granjero. Nunca pensé que terminaría en medio de una guerra intergaláctica. Pero míranos ahora… Aguantando lo que ni los veteranos creían posible.

Un silencio incómodo cayó sobre ellos por un momento. Todos compartían el mismo pensamiento: querían regresar a sus vidas anteriores. Pero también sabían que, al sobrevivir tantos enfrentamientos, se habían convertido en algo más que simples reclutas. Eran soldados, guerreros endurecidos por el combate.

—Al menos hemos logrado mucho —dijo el soldado de barba incipiente, mirando a sus compañeros—. No somos los mismos que llegaron aquí. Ahora sabemos cómo luchar, cómo sobrevivir. Y, joder, lo estamos haciendo bien.

—¿Lo estamos haciendo bien? —dijo el veterano, sonriendo de lado—. Lo estamos haciendo increíble. Hemos mantenido esta posición contra todo pronóstico. Si seguimos así, tal vez logremos ver el fin de esta guerra.

Las palabras, aunque simples, levantaron el ánimo del grupo. Sabían que el camino era largo, pero si habían llegado hasta allí, podían seguir resistiendo. En ese momento, un oficial se acercó a ellos, interrumpiendo la conversación.

—Descanso terminado, muchachos. Prepárense, la próxima oleada podría llegar en cualquier momento.

Con un suspiro colectivo, los soldados tomaron sus posiciones, listos para lo que viniera. Eran reclutas, sí, pero habían demostrado que podían aguantar lo peor de la guerra.

Ingenieros de la Fortaleza Nova:

El eco metálico de las herramientas resonaba en el interior del hangar de la Fortaleza Nova en Halan Prime. Los ingenieros se movían entre los gigantescos tanques Baneblade, asegurándose de que todo estuviera en perfecto estado. Una máquina de guerra tan colosal no podía permitirse fallar en medio de la batalla. Uno de los ingenieros, un hombre de mediana edad con las manos cubiertas de grasa, observaba el inmenso cañón del Baneblade.

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