Capitulo 99.5: Gran Victoria

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La situación en Olympus Mons había alcanzado un punto crítico. A pesar de la feroz resistencia, las fuerzas aliadas se enfrentaban a una realidad aterradora: los titanes tecnofanáticos, con su blindaje impenetrable y sus escudos de energía, estaban resistiendo todos los ataques. Los bombarderos Ala-Y y la artillería pesada de la ciudad habían desatado todo su poder sobre ellos, pero los proyectiles y las bombas simplemente rebotaban o se disipaban contra los escudos enemigos. La desesperación empezaba a apoderarse de las tropas aliadas, y el tiempo se agotaba rápidamente.

En su sala de mando, el Almirante Dormund observaba la batalla con una mezcla de impotencia y furia contenida. Cada segundo que pasaba, los titanes enemigos se acercaban más a las murallas de Olympus Mons, destruyendo todo a su paso. La ciudad estaba al borde del colapso, y Dormund sabía que debía tomar una decisión drástica, o todo estaría perdido.

Fue en ese momento cuando el capitán táctico Greaves, un hombre conocido por su mente fría y calculadora, se acercó a Dormund con una propuesta audaz.

"Almirante," dijo Greaves, su voz firme pero cargada de urgencia, "nuestros ataques convencionales no están haciendo mella en esos titanes. Sus escudos son demasiado poderosos, y su blindaje es impenetrable. Sugiero un ataque nuclear. Es nuestra única opción para derribar esos escudos y destruirlos antes de que lleguen a la ciudad."

Dormund se quedó en silencio por un momento, considerando las implicaciones. Un ataque nuclear en Marte, aunque necesario, era una medida extrema. Las consecuencias podrían ser devastadoras, pero la alternativa era la destrucción total de Olympus Mons.

"Ordene el ataque," respondió finalmente Dormund, con una resolución fría en su voz. "No podemos permitir que esos titanes lleguen a la ciudad. Asegúrese de que nuestras fuerzas estén preparadas para un contraataque inmediato una vez que los escudos caigan."

El ataque fue preparado con una eficiencia brutal. Tres escuadrones de bombarderos ALA-Y, especialmente modificados para transportar armas nucleares tácticas, fueron desplegados desde una base oculta en el hemisferio sur. Estos bombarderos volaron rápidamente hacia su objetivo, esquivando el fuego antiaéreo y las defensas tecnofanáticas mientras se dirigían hacia los titanes.

La primera pasada fue brutal. Tres explosiones nucleares simultáneas sacudieron el campo de batalla, desatando un infierno de fuego y radiación. Los escudos de los titanes vibraron y parpadearon, resistiendo el impacto inicial, pero mostrando signos de debilitamiento. La tierra tembló bajo la potencia de las explosiones, y los soldados aliados sintieron la onda expansiva incluso desde sus posiciones seguras.

La segunda pasada fue aún más devastadora. Los escudos de los titanes comenzaron a fallar, parpadeando inestablemente mientras las explosiones nucleares desintegraban todo a su alrededor. Finalmente, en la tercera pasada, los escudos colapsaron por completo. Sin su protección, los titanes quedaron vulnerables por primera vez.

Apenas los escudos cayeron, Dormund dio la orden. Los cruceros Venator, incluido el Defiant, descendieron a una baja órbita, sus armas principales ya preparadas para abrir fuego. Con precisión quirúrgica, los cañones de plasma de los cruceros comenzaron a golpear los titanes ahora desprotegidos, perforando sus blindajes con una potencia devastadora.

El campo de batalla se convirtió en un mar de fuego y destrucción. Tres de los titanes fueron aniquilados casi de inmediato, sus pilotos desorientados incapaces de reaccionar ante la furia del bombardeo orbital. Las explosiones resultantes iluminaron el cielo marciano, mientras los colosos caían, golpeando el suelo con una fuerza que sacudió la tierra como un terremoto.

Los dos titanes restantes, aunque dañados, siguieron luchando. Sin embargo, los bombarderos Ala-Y y la artillería pesada aliada se lanzaron sobre ellos con renovado vigor. Bajo el fuego combinado de los bombardeos aéreos y la artillería terrestre, los dos titanes fueron finalmente derribados, pero no sin causar estragos. Sus disparos finales devastaron líneas de defensa enteras, reduciendo fortificaciones a escombros y provocando severas pérdidas en las tropas aliadas.

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