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Josh estaba recostado contra el cerco perimetrico, trataba de despejar su angustiosa mente y centrarse en algo positivo, lo que fuese o enloquecería pronto, estaba atrapado en un infierno más peligroso que las frías calles para un vagabundo. Se había cansado de correr en círculos como entretenimiento para los suboficiales hace ya media hora, pero no lo dejaron tranquilo hasta que un superior los ordeno detenerse. No era justo, se sentía impotente a mayoría que las horas pasaban y los días morían, sabía que este era su destino pero aún con saberlo no podía resignarse, habría agradecido al cielo congelarse esa noche. 

—No puedes ni suicidarte, solo —se murmuro— Hasta para eso eres inútil.  

No pudo conseguirlo, no murió congelado.

Morir congelado habría sido su liberación; no más angustia, no más miedo, no más castigos, burlas, humillaciones, no más Freddy...

— ¡No más mascota! —gritó de pronto— ¡No más ansiedad! 

Se giraron a él, uno  dos  tres reos quienes lo ignoraron por completo al descubrir de quien provenía el grito, rieron algunos que lo habían abusado y otros de los que aún no había recibido la bienvenida le hacían señas para que se acercara. Trató de ignorarlos pero no pudo, se avergonzaba frente a personas que se alimentaban de su miedo

***

Aunque se rehusó termino entallado en el uniforme anaranjado, el cual a cada paso que avanzaba, se le veía mejor. Tyler Joseph, quien debiera ser el castaño, deambulaba aburrido por los largos pasillos desolados del pabellón, no le agradaba el piso enlatado tanto como se disgustaba de chocar contra el brillo de las luces encendidas por sobre su cabeza, siendo ya cerca al medio día. Tenía una critica para todo y sino la exponía la estaba guardando para después, el lugar le parecía repugnante por dos motivos; era gris y estaba poblado de personas que no le interesaban. 

El horario de visitas estaba abierto y él había decidido salir a caminar, antes que recibir la visita de su angustiada madre. 

— ¿Te recuerdo que ella esta pagando todo esto? 

Sus pasos hacían eco en el lugar; sus medias blancas se dejaban ver en momentos, pues los pantalones le resultaron más chicos de lo que esperaba, su camiseta le cubría las mangas.

— Entonces que su dinero venga a visitarme. —soltó. Mantenía las manos dentro de los bolsillos con el paso pausado. 

Gerard había venido de visita también, y como habría podido su madre de haberla dejado recibirlo, lo acompañaba el tiempo que quisiera al interior del penal. Ahora estaba caminando junto a él y resguardado por la seguridad del lugar.

— Faltan veintinueve días, Tyler.  —tomó del hombro el menor— Imagina que esto es un hermoso spa . A puesto a que visitaste muchos.

— No creo que un spa apeste a sudor. 

Su acompañante no llevaba terno hoy, pero preguntar por ello era algo que hasta el castaño temía. 

— ¿Cómo son esos lugares lujosos, niño? 

Niño, ¿Niño?  

Los pasos que Tyler daba eran lentos, pasos cortos que calculaban el perímetro del lugar con hazaña. Sus cálculos pronto empezaron a fallar, el ritmo de sus pasos acelero tanto que se detuvo solo cuando sintió un plástico bajo sus zapatillas, era una botella. 

Gerard seguía hablando: — Tu madre me dijo que viajaron mucho a Europa en tu niñez, ¿Vivías ahí? 

Avanzó, el pequeño temblor en su mano lo hizo también, es que jamás se detenía, se incremento de pronto. Ya no sabía si avanzaba, estaba de pie, caminaba lento o no estaba ahí porque él era un niño aún, porque habían dos orejas de conejo en su mano y un corazón pequeño que latía en la otra , no sabía si estaba respirando o había vuelto a morir porque sentía la presión del brazo de Gerard en su hombro pero también a sus pies correr como locos, y los sentía pequeños, como los sonidos de su cabeza cuando cayó peldaño por peldaño contra el suelo y un charco bajó sus pies junto al hombre que le dijo que todo estaría bien.  ¿Tyler? Oía que preguntaban por él, oía la voz de su abogado pero ese no era su nombre porque había otro niño respondiendo a los llamados, un niño perfecto uno que no podía ser él, un intento mejor que tampoco fue suficiente y ahora volvía a él, y las orejas del conejo empezaron a moverse como gusanos en sus manos y el corazón a latir tanto que sintió que explotaría, los pasillos estaban haciéndose más pequeños ahora, las paredes se comprimían y su cuerpo olvidaba como respirar.

VOICE // JoshlerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora