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Josh deambulaba asustado por los recortados pasajes de la prisión. Odiaba este lugar; era sucio, maloliente y pequeño. En Peterson, aun con el ruido de los chiquillos cada dos por seis, podía uno caminar sintiéndose libre como en el cielo, entre los jardines inmensos, los pasillos iluminados y el rostro cariñoso de las beatas. Tal vez Peterson no fue mala idea desde el principio, tal vez hasta fue su mejor decisión hasta ahora. 

Había estado en el cielo y ahora deambulaba por el infierno.

—¡Hey, mascota!

Una camiseta maloliente cayó sobre su rostro. 

Un tipo alto, con tatuajes en el rostro tronaba los dedos frente a él.—Llévala a los depósitos, la quiero como nueva cuando vuelvas.

Lo observó enfadado, guardando para sí todo lo que realmente quería decir, y se marchó. Llevaría la camiseta a la lavandería y la lavaría ahí. Josh sabía, mientras sus pasos lo alejaban, que debería lavar también otras cincuenta camisetas pues la risa de los demás al pasar junto a él lo evidenciaban.

¿Josh?

Se giró rápido, no quería que algo igual de asqueroso o peor, volviera a dejarle un mal sabor Pero no había nadie, no hubo ni una sola sombra cuando busco en derredor a sus pasos, ni mucho menos rostro alguno. Había caminado tantas secciones que desde su distancia perdía con facilidad el rastro de las rejas. Así que lo ignoró, siguió su camino.

Josh

Ahí estaba otra vez. Un pie quedó suspendido en el aire, tenía frente a él una escalera que bajaba diez peldaños a los depósitos; la lavandería y el basurero. Bajó la pierna, empezando a decender.

Enojado y confundido pregunto: —¿Quién anda ahí?

Silencio

A lo lejos la risa de los presos era el único eco que podía diferenciar. Respiró hondo, estaba cansado eso era todo. 

Llegó a los depósitos y aunque quiso ocultar su sorpresa no pudo contenerse demasiado. Frente a él habían muchas camisetas mugrosas amontonadas entre sí unas sobre otras, la abundancia era repugnante, y si el olor lo estaba mareando lo que lo hizo patear la torre mugrosa fue lo que estaba escrito en la pared.

"Las mascotas educadas reciben su premio"

Estaba escrito con semen.

El pútrido olor que se desprendía era demasiado junto la textura del líquido, ya amarillo por quién sabe cuantas horas, lo hicieron retroceder asustado hacía las escaleras. Tenía los ojos cerrados y el pecho bombeandole a velocidad alarmante, lo sabia, Josh sabía muy bien que significaba todo esto.


Había conseguido por fin, poder quedarse profundamente dormido sobre la incomodidad suelo Cuando unos bruscos movimientos lo despertaron.

—¡Mascota! ¡mascota!

Josh despertó sobresaltado y chocó contra el rostro de su compañero de celda.

—Freddy ¿Qué h-haces?

Intentó ponerse de pie, y fue una mala idea.

Gritó de dolor. El hombre había tirado de su cabello hasta el borde de lástimarlo físicamente. Josh creyó que le había arrancado todo el cuello cabelludo y se avergonzó cuando sus lágrimas empezaron a brotar.

—Mi linda, linda mascota.


Se detuvo escaleras arriba. Si volvía ahora recibiría la golpisa de todo el pelotón, terminaría desangrado por ahí con heridas abiertas que entorpecerían sus, ya habituales peleas diarias, y todos se aprovecharían de la situación. Estaba acorralado. 

VOICE // JoshlerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora