Cagadas y silencios

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Perdonad la tardanza, estoy de viaje y se me fue el santo al cielo. Como recompensa mañana dos...

Todo lo que está pasando con Ainhoa y mis tías alrededor de la caída de Hugo sigue trayéndome de cabeza.

Sé que seguro tienen toda la mejor intención del mundo ocultándome las cosas pero no lo soporto. No soporto estar a oscuras y no saber qué está pasando, no poder estar ahí para mi novia que está sufriendo con los rumores del pueblo, el vacío del restaurante.

Y yo por intentar ayudar parece que no hago más que cagarla.

Mi visita al hospital no ha hecho más que precipitar todo esto. El mismo impulso que me llevó a Madrid a observar a la familia Castellanos, fue la que me llevó allí cuando escuché que Hugo había despertado, pero no sabía que se trataba solo de una jugarreta de mi padre. Allí me encontré con su madre de nuevo y pude comprobar, que además del dolor que siente por el estado de su hijo, es una desgraciada como él.

Esta vez sí se lo conté a Ainhoa. Estaba segura de que esa arpía intentaría cualquier cosa para echarle la culpa a ella y debía estar preparada.

Lo que no me esperaba era que encontrara unas imágenes mías saliendo de su restaurante en Madrid. No eran las cámaras del propio restaurante, igual debía invitar a Esteban a un fin de semana de escapada y spa en el Hotel por el intento y su testimonio si esto iba a más, sino de algún negocio de enfrente, pero era difícil negar que había estado con Hugo.

Ahora podía ir a la cárcel por mi impulsividad y mis cagadas.

Me pasé el día en el cuartel, me tomaron declaración y me preguntaron lo mismo cientos de veces de distinta manera, pero era cierto que no le había visto en Vera hasta que le vi postrado en la cama. A pesar de todo, no se decidieron a soltarme hasta que mi tía se entregó.

Fue una chiquillada, pero decidí ignorar las llamadas y los mensajes de Ainhoa. Tenía suficiente con mi familia y darle vueltas al hecho de que mi tía se hubiera entregado, la persona más improbable, pero a la vez todo empezaba a tener sentido.

Al día siguiente no podía evitarla y la esperé en el vestuario. Me abrazó y por un momento olvidé todo el amargor que sentía desde el día de antes. Seguía sin querer hablar, insistía en que era por mi bien, pero no quería ver que yo ya estaba demasiado implicada y necesitaba saber la verdad.

Mi tía Clara terminó de explicarme lo ocurrido. Ciertamente había sido un accidente empujarle por la barandilla, pero si no hubieran estado cerca, quizás hubiera sido Ainhoa quien se hubiera precipitado o la hubiera golpeado hasta perder el sentido.

Lo peor es que sentía que si hubieran hablado antes, todo esto podría haber tenido una fácil explicación ante la justicia, pero ahora era demasiado tarde.

Mi única esperanza era mi padre. Él sabría qué hacer.

Pero las cosas todavía podían ir a peor y tuve que ver cómo mi padre se desplomaba y se lo llevaban a urgencias.

Me apoyé en mi madre y mi hermano, ¿cómo podía apoyarme en mi novia cuando la sentía tan lejos? Sentía que no la conocía, no era esa persona luchadora que creía que era, estaba escondida, con la cabeza agachada, viendo pasar los acontecimientos aunque estos supongan que toda la gente que quiere acaba en la cárcel.

Por más que le daba vueltas, en la sala de espera del hospital, donde mi padre podía no salir de ésta por la presión de intentar salvarnos a todas de esto, más se convertían mis pensamientos en ácido.

Tenía que salir de ese bucle, sabía que tenía que hablar con Ainhoa, que ella me contara todo lo que había pasado, cómo lo había vivido y por qué había actuado como había actuado, porque desde mi punto de vista había sido de una forma muy egoísta que casi acaba conmigo misma y mi familia en la cárcel y mi padre en el cementerio.

Pero con todo aún sucediendo, mi padre en el hospital y mi tía en la cárcel, no podía tomar ese tiempo y esa perspectiva.

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Fue por Javier que me enteré de que Luz había ido a Madrid a ver a Hugo y me pregunté si había algo más que me hubiera estado ocultando, pero sabía que no, que en nuestra relación no había más mentiras de ese tamaño, pero sí temas tabú.

Creo que colmé la paciencia de Luz.

Empecé a sentir su silencio, raro en una persona como ella, tan abierta y dada a compartir, y yo tan contenta de escucharla, cuando se la llevaron al cuartel para interrogarla. Avisó a sus compañeros, pero no me avisó a mí. Hasta Paolo se dio cuenta.

Luego con todo lo de su padre, la seguí sintiendo muy distante. Apenas tenía noticias de su estado de salud a través de ella y no respondía a mis mensajes.

Cuando por fin todo el tema de Hugo se solucionó y conseguimos que sacaran a Marta de la cárcel, pensé que podríamos aclararlo todo, volver a la normalidad.

Pero la Luz que conocía se había esfumado. Estaba fría, cerrada, distante y ni siquiera quería estar más de cinco minutos conmigo. Tuvo que ser por el chantaje emocional de Javier que consiguiera pasar algo de tiempo con ella. Y en qué momento...

La cena en casa de sus padres estaba yendo estupendamente. Adoraba a Javier y a Jon y hasta Silvia estaba siendo muy acogedora conmigo, para todos los remilgos que tuvo con nuestra relación. La única que no estaba a gusto era Luz, que no dejaba de resoplar.

Por fin explotó y me soltó todo el veneno que su cerebro había estado cocinando. Cómo creía que era una egoísta, que no la quería como ella me quería a mí y cómo me había quedado de lado mientras que ella había podido llevarse toda la culpa.

Soy incapaz de expresarme bajo presión. Me quedo bloqueada y siento que al final es más sencillo quedarse callada y aguantar el chaparrón, que pase rápido.

Pensé que se enfriaría, que lo pensaría de nuevo y se daría cuenta de que había sido impulsiva de nuevo. Que las cosas no eran tan blancas o negras y que todo esto era muy gris.

Nada más lejos de la realidad. Cuando tocó a la puerta de mi habitación, no era para hablar las cosas tranquilamente, quería que nos diésemos un tiempo.

De nuevo, ante la confrontación, no supe qué decir y opté por no decir nada.

No sabía que había en su cabeza, cómo podía dudar de que la quería y cómo podía siquiera pensar que tendría a alguien en mi habitación. Claramente, no estaba bien. Y aunque no me gustaba ni un pelo cómo sonaba esa expresión, le daría todo el tiempo que necesitara, manteniendo la esperanza de que intentara volver a mi.

Apreté los puños y perdí la mirada en el cobertor de la cama mientras se marchaba, para resistir el impulso de sacudirla, de abrazarla hasta que entendiera, de ir tras de ella. No serviría de nada en ese momento.

Mañana llega Fina.

Ya nada volverá a ser como antesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora