Mil vueltas

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Luz acababa de irse a casa con Silvia en el coche familiar y contaba los minutos hasta volver a verla. Había sido un día muy largo e intenso, después de una noche en la que habíamos dormido más bien poco y un enfrentamiento que no esperaba y que me había hecho abrirme en canal, estábamos agotadas.

Estaba tumbada en la cama, ya con el pijama puesto, enviándome mensajes tontos con mi novia y haciendo tiempo, cuando sonó la puerta. Me puse en pie como un resorte y abrí la puerta con una enorme sonrisa.

"Pero no habíamos quedado..." Debí haber caído en que ella tiene su propia llave y no, no era ella. Detrás de la puerta solo estaba mi peor pesadilla y yo me quedé en shock.

No esperaba verle tan pronto después del momento en la cocina, aún sabiendo que habían conseguido una habitación en el mismo hotel, por intermediación de su madre. Pensé que su orgullo herido duraría más, pero subestimé su rabia.

Cuando me quise dar cuenta se había colado dentro de la habitación y me estaba reclamando explicaciones. Explicaciones que ya le había dicho que no le debía, pero él nunca aceptaba nada de lo que le decía, siempre tenía que salirse con la suya.

Me prometió que si contestaba se iría y aunque sabía que no podía creerle, jugó con mis esperanzas. "Mi madre me ha dicho que estás con una mujer, ¿es verdad o no?"

"Sí."

Explotó. Ahí estaba el Hugo que recordaba tan bien. Cerró la puerta de un portazo y me cubrí, esperando cualquier cosa. Estaba encendido, dando a entender que le había llamado maltratador únicamente para justificar dejarle por otra persona. No escuchaba, yo a Luz no la había conocido hasta que pisé Vera.

No merecía la pena responderle, cualquier respuesta en cualquier sentido iba a ser utilizada en mi contra. No había tenido nada con nadie antes de que el infierno se desatara en casa, menos con una mujer. En todo caso, él solito había sido el principal motivo por el que había dejado de encontrarle atractivo y por el que había empezado a buscar que me quisieran bien.

Recurrió al chantaje. Según él, era mi marido, había estado al borde de la muerte y le debía explicaciones.

El teléfono comenzó a sonar y él fue más rápido que yo. Se abalanzó sobre él y enseguida confirmé que se trataba de quien me temía.

Empezó a insultarla y a insultarme a mi por quererla, me hervía la sangre, pero al menos no descolgó y Luz no tuvo que escucharlo. No sé qué habría pasado de haber ocurrido.

Intentó entonces negociar conmigo, a decirme que me perdonaría todo si volvía con él. Como si yo pudiera perdonar todo lo que me había dicho, como si pudiera borrarlo siquiera de mi memoria, dejar de sentir los golpes.

"¿Pero cómo voy a volver contigo?" Exploté por fin. No podía más. Vera me había enseñado muchas cosas y una de ellas era luchar. Se había acabado el callar. "Que Luz te da mil vueltas." Le espeté. "Ella sí que me hace feliz."

No era ninguna mentira y no me tembló la voz. Por eso le jodió la verdad. Estampó el teléfono contra el suelo y me levantó la mano enfurecido.

No había nada que hacer y el cinismo se apoderó de mí para sobrevivir y no pensé en las posibles consecuencias. "¿Qué haces? ¿qué haces? ¿vas a pegarme?" Le busqué la mirada. Si me quería pegar tendría que hacerlo mirándome a los ojos. A esos ojos que tanto se le llenaba la boca diciendo que quería. Yo había aprendido que no era así como se quería. Ahora sabía lo que era el amor y no se parecía en nada a lo que había tenido con él.  "¿Vas a pegarme? Porque no sería la primera vez." Le recriminé a quien unas horas antes no se creía nada de esto. Eso pareció hacerle mella. "¿Pero tú te has visto? Eres un cobarde. Eres un animal." No era capaz. Estaba lleno de ira, pero era un cobarde y yo no iba a dejar que se sintiera superior. "Venga, pégame." Le azucé sin saber por dónde saldría, pero dispuesta a mantenerme firme, que no me viera ni siquiera pestañear. "Pégame."

Me rodeó para dirigirse a la puerta y no le di el gusto de girarme para mirarle, como si tuviera que tenerle vigilado en todo momento. No tenía ese poder sobre mí.

Cerré fuerte los ojos, aguantando bien erguida hasta que escuché la puerta encajarse detrás de él y ahí sí, fue cuando me dejé sentir.

El miedo que había estado intentando mantener a raya, invadió cada célula de mi cuerpo y me hizo tambalearme. Me dejé caer de rodillas y luego el resto del cuerpo hasta sentarme sobre el suelo, mientras pensaba en lo mal que podía haber salido todo, en que todo esto podría hacerle recordar y que si algo llegué a conocerle, esto no había acabado.

Tenía que levantarme, tenía que mirar si el móvil había sobrevivido, pero no podía. No podía dejar de temblar y mi cuerpo no admitía movimientos voluntarios. Perdí la noción del tiempo que pasé allí, hasta que de repente, escuché la puerta abrirse.

Solté un grito involuntario, enterré mi cabeza entre mis rodillas y mis brazos sobre mi cabeza. Estaba segura de que todo había acabado para mí.

"¿...Ainhoa?" Esa voz no tenía nada que ver con la de él.

Ya nada volverá a ser como antesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora