Amor de bacalao

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Hoy, me hacía mucha ilusión ir a la cocina.

Me encontré con todo el equipo en los vestuarios y los guié a los fogones para presentarles a nuestro nuevo compañero, Sergi. El que fue mi mentor, quien me enseñó tantísimas cosas sobre el oficio y la vida tanto en la cocina como fuera de ella, había llegado a Vera para cambiar de aires y buscar nueva inspiración. Estaba muy contenta de poder contar con él.

Hacía solo unos días que me había escrito para preguntarme cómo me iba, en qué proyecto andaba involucrada ahora y me había deshecho en halagos hacia el restaurante de Vera, su gente, su materia prima, la cuarta estrella conseguida recientemente y mi sueño de conseguir la quinta.

Él me contó que estaba estancado creativamente en Madrid, que no le terminaba de encajar el sitio donde estaba y que buscaba algo como lo que yo había encontrado. Me ilusioné, le animé a venirse, podía hablar con Silvia para que le hicieran una oferta, estaba segura que le encantaría y que el restaurante podría beneficiarse de contar con él, solo tenía que aceptar que yo era la jefa de cocina y su superior.

Aquello le hizo gracia, pero lo aceptó de buena gana. Decía que la aprendiz había sobrepasado al maestro hacía mucho tiempo y que lo tenía asumido.

Le di la bienvenida e hizo un discurso muy bonito, por el que acabé fundida en un abrazo con él.

Sergi siempre había sido una persona muy cariñosa, muy táctil. Como su cocina, de meter las manos en la masa e involucrarse. Con él, me había tenido que acostumbrar al contacto, formaba parte de su persona, aunque realmente no había sabido lo que era esa necesidad de tocar a alguien hasta que había conocido a Luz, y para mí había sido muy específico. Pero supuse que se debía a que yo era una persona fría.

Nos pusimos manos a la obra con el servicio, le mostré a Sergi la estación donde trabajaría y me paseé entre el staff para confirmar que todos tenían claro sus tareas y sus prioridades. Eso, y recoger los comentarios del equipo.

Luz y Paolo estaban charlando. Mi novia no había perdido de vista a la nueva incorporación, quién ya trabajaba ajeno a la preocupación de la persona más importante para mí, y tenía curiosidad qué era lo que pensaba de él después de conocerle en persona. Había hablado de él sin parar desde que apareció la mínima posibilidad de que pudiera venir a Vera, pero hoy era el día de la verdad.

"A mi la gente que no respeta el espacio vital ajeno... pues no me gusta." Le comentaba a Paolo mientras preparaba una pieza de bacalao.

Nuestro amigo no entendía nada. "¿Qué espacio vital?"

"Los tocones, Paolo, los tocones." Que por cierto, él, un poco pulpo, también era. Pero según tenía entendido ya cuando había algo entre ellos.

"Ay, Luz, de verdad." La sorprendí por el lado y pegó un pequeño salto que no pude disfrutar. "Que Sergi es así. Es cariñoso. Es... un amor de persona"

Ella sacudió la cabeza, nada de acuerdo. "Un amor de pulpo, dirás. Porque está todo el rato agarrao."

"Tú eres noruega, como el bacalao ése." La acusó Paolo.

"Qué dices."

Me hacía gracia verla tan indignada y no sabía si era por unos pequeños celos o porque Paolo la hubiera acusado. "Qué tiene de malo ser un poco cariñoso." En eso tenía razón. Yo no podía despegarme de Luz, ni quería.

"No tiene nada de malo, vale, pero a mí no me gusta." Sentenció observándole de nuevo de reojo. "Así que conmigo, mejor que mantenga las distancias."

Cuando soltó el cuchillo me acerqué para susurrarle. "¿Te lo puedo presentar al menos? ¿A ver si conociéndole vas cambiando de opinión?"

"Si ya me lo has presentado..." Preguntó confundida.

Sonreí. "Digo presentarte... como mi novia." Le expliqué y no pude evitar picarla. "Y así de paso marcas un poquito tu territorio, si tienes algo de celos."

"No, eh, yo no estoy celosa." Refunfuñó.

Apreté los labios para no reírme, pero me leía demasiado bien. "Ya... Anda, ven aquí un momento."

Se limpió las manos con el paño que llevaba atado a la cinturilla y tomó mi mano. La arrastré hasta la estación de Sergi, que estaba un poco retirada e hice las presentaciones.

"Sergi, quiero presentarte a alguien especial." Le anuncié. Pasé la mano por la cintura de Luz y ella se pegó a mi, tomando mi iniciativa, mientras que Sergi dejaba la preparación que estaba trabajando a un lado y se giraba para prestarnos atención. "Ésta es Luz. Una de las mejores cocineras del equipo, tiene talentazo, y... mi novia. Pero lo del talento no es porque sea mi novia." Aclaré. No sabía por qué tenía ciertos nervios de presentarle a mi maestro.

Pareció sorprendido durante unos segundos, pero se recuperó enseguida y sonrió. "Pues sí que han cambiado las cosas." Rió. "Encantado, Luz."

Mi novia se despegó lo justo para reciprocar los dos besos que Sergi le dio, pero no me dejó ir. Se retuvo momentáneamente en su cuello, acercando brevemente la nariz, y noté su brazo, aún a mi alrededor, tensarse. "Qué bien hueles. ¿Vainilla?"

"Eh... Sí. Es un gel nuevo." Murmuró. "Buen olfato."

Terminó de alejarse y noté cómo ella y, también yo misma me relajaba. Sacudí mi cabeza, era una tontería, ¿no? No me estaba funcionando. "Encantado." Interrumpió mis pensamientos. "Tengo muchas ganas de trabajar contigo. Y con todo el equipo. Ainhoa lo ha vendido muy bien y de verdad me hace falta recuperar la pasión por la cocina."

"Ya verás que sí." Sonreí. "Pero venga, al lío. Que tenemos un servicio que sacar."

Sergi se volvió como un soldado a su estación, exagerando el gesto, y yo acompañé de nuevo a Luz a la suya. Dejé una caricia en su mejilla, buscando su mirada y le susurré. "Gracias."

Luz echó un vistazo y vio a todos concentrados en sus tareas, así que antes de que me alejara, se inclinó hacia a mi.

"¿Crees que mi amor es de bacalao?" Me susurró ella.

Casi me atraganto de la risa, no podía creer que se preocupara por eso del comentario de Paolo. Me calmé como pude. "A veces eres un poco tiesa, pero no pasa nada, porque yo soy un pulpo contigo."

"Pero eso me encanta." Rebatió rápidamente.

Sonreí. "¿Ves? Nos compensamos. Es perfecto."

"Sí, lo es." Echó un nuevo vistazo rápido y se tiró a mis labios, dejando un beso fugaz. "Anda, tira, que se me va de las manos."

Se giró para retomar el pescado, pero yo no le hice caso. Me acerqué a su espalda y le susurré muy cerca al oído. "Desgraciadamente no creo que se te vaya tanto como cuando terminamos desnudas en esta mesa."

"¡Ainhoa!" Exclamó, llamando la atención de los compañeros. Se sonrojó y yo solo podía apretar los labios para no reírme. "Que... Eh... ¿Tenemos suficiente bacalao? Porque... eh, solo he visto una caja."

Asentí con toda la calma del mundo, para su desesperación. "Claro, hay otra más en la nevera. Detrás de la verdura. Luego vas a buscarla." Me giré para irme, porque si no, el servicio definitivamente no iba a salir. Pero antes volví a susurrar. "Igual te viene bien el fresquito."

Buenas, chicas. He decidido que esta historia terminará antes de que llegue Marquitos. No me siento con ánimo de entrar en ese berenjenal de momento. Viendo cómo lo solucionan, a futuro, quién sabe...

Ya nada volverá a ser como antesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora