De repente me gustan las chicas

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Aunque ya estaba convencida, seguía estando en modo pánico, pero por lo menos tenía a mi hermano y mi prima como distracción en casa.

Sara había sido todo un descubrimiento, al igual que su madre, y habían encajado inmediatamente con nuestra familia (a pesar de las objeciones de mi abuela y mi tía Marta).

Mientras mi madre recuperó a la mejor amiga que no sabía que le faltaba, mi hermano ganó una amiga y una aliada. Él era un chico muy bueno y muy tierno, siempre concentrado en sus videojuegos y su mundo de internet, que chocaba con la gente de su clase, chavales que ya de normal y a esa edad eran completamente insoportables.

Por eso aunque, yo tampoco había tenido mucha relación con ellas hasta ahora, les tenía un cariño especial.

Sara me ayudó a escoger el modelito para la cita, que menos mal, porque mi hermano no sabía ni combinar su ropa.

Me alegraba ver como para los dos adolescentes, esto era lo más normal del mundo, por mucho que para mí fuera un cambio radical y un giro completo sobre las ideas que tenía fijadas por la sociedad desde la infancia a pesar de ser consciente de que no había nada malo en ello.

Porque de repente, ahora, ¿me gustan las chicas?

Jon y Sara escucharon mis preocupaciones, mucho más amenas que los apuntes de historia que tenían entre manos, y volvieron a darme ánimos y a quitarle hierro al asunto, tal y como había hecho Paolo.

Me daba cuenta que yo era una persona que necesitaba compartir con mi gente las cosas, aunque fuera para escucharme a mí misma decirlas en voz alta, para razonarlas y tomar una decisión. Ya me pasó con esto que empezaba a sentir por Ainhoa y veo que me sigue pasando, agradezco mucho estar rodeada de gente que me quiere y está dispuesta a escuchar e intentar.

Y me pregunté si Ainhoa tiene gente así en su vida. En Vera no parece tener relación con nadie y no sé si fuera le quedará alguien que no haya destruido su marido... Me prometí estar ahí y para ella y ayudarle a encontrar más apoyos.

De esos pensamientos tristes, pasé a darme cuenta de lo triste y traicionado que se siente Jon con nuestro abuelo. Y lo peor es que no puedo culparle o ayudarle, porque nos ha sorprendido a todos con esta parte de su vida de la que no sabíamos nada y nos ha hecho ver que en realidad no le conocíamos en absoluto y ahora no sabemos cómo encajar esta nueva información.

Miré a Sara y ella tampoco tenía nada para ayudarle, así que únicamente podíamos estar ahí para él y distraerle.

Al final, y siguiendo el consejo de Sara, me cambié de modelito de nuevo, y tonteando y bromeando con Jon, conseguimos arrancarle una sonrisa.

Salí de casa y me dirigí de nuevo al hotel, donde había quedado en recoger a Ainhoa en su habitación. José Antonio me guiñó un ojo desde recepción al verme y me hizo una señal con el pulgar hacia arriba al verme arreglada.

Sacudí la cabeza, no dejaría que sus ideas me calasen otra vez y volvieran mis inseguridades.

Me planté frente a su puerta y alcé la mano temblorosa, cerré el puño fuerte y toqué a su puerta, inspirando hondo hasta que se abrió frente a mí. Estaba jodidamente preciosa.

Ya nada volverá a ser como antesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora