¿Nerviosa?

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A duras penas habíamos estado listas para cuando mis padres pasaron por el hotel con el coche familiar para poner rumbo hacia la casa de la abuela. Pero es que habíamos estado muy ocupadas cumpliendo mi objetivo, un par de veces cada una.

Solo nos tuvieron que esperar 5 minutillos. O 10. Pero no parecían molestos, estaban haciendo sus apuestas sobre si Clara iría o no como pareja de Raúl y con todo el historial que tenía.

Nos sentamos en la parte trasera y me acoplé a su lado, mientras dejaba cosquillas en mi antebrazo. Me hubiera echado una siestecilla a su lado de buena gana, en lugar de ir a esta comida familiar, pero no había forma de escaquearse. Sería rocambolesca seguro, como todas últimamente, así que por lo menos, no nos aburriríamos.

"Tú, Ainhoa, ¿Qué tal? ¿Cómo estás? ¿Estás nerviosa?" Mi padre preguntó mirando por el retrovisor.

Mi novia se tensó y dejó las cosquillas, lo que acusé enseguida. Se incorporó y me miró por si tenía algo que aclarar y luego contestó. "Yo, nerviosa, ¿por?"

Mi padre se encogió de hombros, pero ya la había cagado y ahora no le quedaba otra que explicarse. A mi madre le empezó a dar la risa y yo ya no sabía dónde meterme. Intentaba apaciguar a mi novia, pero no estaba funcionando, se estaba poniendo atacadísima, mientras mi padre contaba cómo mi abuela se había metido hasta con su forma de vestir.

"Ya, a mi nadie tampoco... No me ha avisado nadie." Ainhoa estaba fuera de sí, revisando lo que llevaba puesto.

Me daba muchísima ternura que se preocupara tanto, que no quisiera ser quien estropeara la relación con mi abuela. "Estás guapísima, mi amor."

Aún así de nerviosa, Ainhoa era capaz de reírse junto a mi familia y yo no podía estar más contenta.

En cuanto a preocupaciones, yo estaba ya mucho más tranquila. El mayor trauma era que mi abuela no aceptara que me gustaran las mujeres y que estuviera en una relación seria con una y eso, ya lo habíamos pasado. El resto, era el pan de cada comida familiar, como decía mi padre. No había persona en este mundo que fuera suficiente para ninguna de sus niñas. Ni mi padre, ni Andrés, ni Julio... Ainhoa no iba a ser la excepción. Aunque me habría hecho ilusión que lo fuera.

Nada más llegar a casa de mi abuela, comenzaron los reproches. En realidad, creo que no iba con nosotras y ya estaba enfadada, porque Julio aún no había llegado y mi tía Marta estaba algo nerviosa. Menos mal que mis padres no nos echaron la culpa del retraso.

Yo agarré la mano de Ainhoa, para apoyarla en todo. Primero, se metió con su vestimenta, como ya había advertido mi padre, que vi cómo apretaba los labios bajo el bigote para no reírse. Era cierto que no le había dejado mucho tiempo para pensar en qué ponerse, pero eso no se lo iba a explicar a mi abuela, y en realidad, cualquier cosa le queda bien porque mi novia es preciosa.

El segundo ataque llegó cuando me acerqué a la cocina a escanciar las botellas de vino. Lo escuché desde allí y no fui lo suficientemente rápida para llegar a pararlo. ¿Qué sabía mi abuela sobre lo que Ainhoa cobraba o dejaba de cobrar? ¿Y qué sabía ella de alquileres cuando llevaba toda la vida en esta casa?

Me senté de nuevo a su lado y busqué su mano en su regazo. Ella se aferró fuerte, la notaba nerviosa y yo intenté que mi sonrisa le transmitiera calma.

Al menos la atención se desvió y no volvimos a estar en el punto de mira durante el resto de la comida. Bueno, si se le podía llamar así, porque cuando por fin comimos, era más hora de la merienda.

Ainhoa alucinaba en colores y lo comentó en un par de ocasiones. "Vete acostumbrando." Le solté con media sonrisa, que enseguida me devolvió.

"Entonces, ¿qué se supone que me tenía que haber puesto para la comida?" Preguntaba Ainhoa en el viaje de vuelta. "¿Hay que ponerse de gala?"

Mi madre se reía. "No, mujer. Pero es una señora antigua, no entiende la moda de hoy en día, es más... clásica ella."

"¿Un vestidito recatado?" Insistió. "Pues tendré que ir de compras..."

Mi padre echó una ojeada por el retrovisor y chinchó. "Que luego no te da para buscar piso, Ainhoa. Y ya te lo ha soltado también."

"Eh, que la cosa está difícil, que yo todavía vivo con vosotros también." Salí en su defensa.

Ella me miró y asintió. "Si ya me gustaría a mí, pero prefieren poner el alquiler vacacional antes que un alquiler normal. Por no hablar de los precios de los que quedan..."

"Tranquilas, tranquilas. Que solo estaba jugando con vosotras." Se defendió mi padre.

Ainhoa resopló. "Para la próxima va a decir que no me invitéis."

"Ah, no." Se irguió mi padre. "Tú ya tienes compromiso familiar, salvo algo de fuerza mayor. Además, que cuando vienen nuevos, se suaviza conmigo."

Le golpeé levemente el brazo. "Oye, eso es lo que tú quieres, que se suavice contigo. Anda, no me la asustes más, que ya bastante tiene."

"Tampoco es para asustar a nadie, Ainhoa." Reculó, buscando su mirada por el retrovisor. "Llega un momento en que te hace gracia. Las Lasierra nos han escogido, se tiene que aguantar con lo que hay."

Mi madre se dio la vuelta y me miró con una sonrisa tonta. "Yo creo que no lo hemos hecho mal, ¿no?"

Me abracé a su brazo y apoyé mi cabeza sobre su hombro. "No, yo creo que no."

"Bueno, a pesar de las críticas de Rita, creo que sí que me siento en familia." Comentó en bajito y la apreté fuerte.

Me la comería allí mismo, pero me contuve. Mi madre le guiñó el ojo antes de volverse y darnos intimidad y busqué sus labios para darle un beso rápido, que vi como mi padre no se perdía a través del retrovisor.

Ya nada volverá a ser como antesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora