Tentaciones

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En el momento en que mi padre pronunció el nombre del impresentable, me quedé completamente en shock.

¿En qué momento ese malnacido había llegado a Vera? ¿Paseado por nuestro hotel? ¿Me había seguido? ¿Era mi culpa que estuviera aquí? ¿Había llegado a encontrarse con Ainhoa? ¿Le había tocado un pelo? ¿Cómo demonios había acabado encima de la tarta de boda?

Los invitados tenían ya una considerable cantidad de alcohol en vena como para poder ser cualquiera de ellos quien hubiera acabado encima de la tarta, jamás hubiera adivinado que se trataba de él.

Mi shock al darme cuenta de quién se trataba fue cubierto por el shock de Ainhoa. La noticia de que su marido había sido trasladado al hospital inconsciente, la sacudió, pero vi que había algo distinto en su reacción.

Las piezas empezaron a encajar en mi cabeza: el ataque de ansiedad del almacén, su pasividad durante el servicio... Estaba segura de que ella sabía que estaba en el pueblo. ¿Pero cómo había acabado en la tarta?

La tomé entre mis brazos, anclándola a mi, intentando decirle sin palabras que estaba ahí para ella. Pasara lo que pasara.

Mi padre y Martínez tomaron control de la situación y en seguida se articuló la investigación. Todo el mundo fue interrogado y Ainhoa quedaba en el centro de todas las sospechas por su relación con la víctima.

Intenté quedarme a solas con ella, que confiara en mí, que se desahogara, pero la veía muerta de miedo y supe que me mentía a la cara cuando me dijo que no se había encontrado con él antes de que apareciera en la tarta. Lo podía ver en sus ojos, lo podía ver en sus gestos, en la coraza que tenía a su alrededor. Estaba acojonada y, aunque eso no la excusaba, sabía que mentía por algún motivo.

Lo que sí tenía claro es que ella no le había empujado. Sentía que no mentía en eso y que no hablaba en serio cuando decía que ojalá muriera. Aunque tampoco podría haberla culpado si así fuera.

La quería. Y sabía que ella me quería a mí, a pesar de que ninguna de las dos nos lo hubiésemos dicho todavía. E iba a estar ahí para ella.

Luchando contra mis padres hasta que se aclarara su inocencia, luchando contra el pueblo y sus rumores, luchando con su suegra envenenada por su hijo (o quizás era al revés y el veneno era heredado), apoyándola para que no sucumbiera a sus adicciones, haciéndole ver que no tenía nada que ver con ese señor y que podía contar conmigo.

Luchando sin esperar recibir nada a cambio. De verdad. Pero después de tanta lucha sentía que seguía viviendo engañada, que no confiaba en mí y empecé a poner en duda sus sentimientos por mí e incluso llegué a plantearme fugazmente si realmente ella tenía mi bien en mente.

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Estaba envuelta en un tremendo embrollo con las tías de mi novia y era una tortura no poder confiar precisamente en ella. Clara era un amor de persona que no sabía gestionar toda esta presión y no hacía más que comer y Marta era una diva cínica, no sabía cómo definirla de mejor manera, manteniendo la calma por las tres y manteniéndose divina mientras tanto.

Teníamos un grupo juntas y nos reuníamos frecuentemente para estar alineadas. Agradecía que no me dejaran sola y esta extraña relación que se había formado entre nosotras, aunque todo fuera por mi culpa.

Culpa mía que Hugo hubiera venido a Vera. Culpa mía que me encontrara en el hotel y me amenazara. Culpa mía que Marta y Clara tuvieran que venir a separarle y Marta acabara empujándole desde el primer piso. Culpa mía que tuviéramos que estar mintiendo a Javier y la Guardia Civil para protegerme a mí y a Marta.

Les había dicho en más de una ocasión que no me importaba entregarme, diría que lo había hecho yo misma en defensa propia, pero no me dejaron. Insistían en que al no haber pruebas, finalmente tendrían que cerrarlo como un caso accidental y no había necesidad de entregarnos.

A mí todo esto de la investigación cada vez me agobiaba más. Era algo muy serio: Javier se la jugaba, el pueblo y su madre ya me habían condenado, y aunque Hugo no hubiera muerto, estaba sumido en un coma del que no se sabía si o cuándo iba a despertar. Sentía un profundo odio hacia él y no negaré que me sentía más liviana sabiendo que no podía acosarme, pero no podía desearle la muerte ni al más asqueroso de los gusanos.

Ni siquiera tenía como vía de escape el trabajo en el restaurante, pues desde el accidente estaba vacío, como lo estaba el hotel, incrementando la presión pues el negocio no iba precisamente boyante.

Por otro lado, sabía que Luz sabía que no estaba siendo sincera con ella, desconocía cómo era posible que me hubiera calado tan bien en tan poco tiempo, pero así era y también sabía que con todo esto estaba teniendo una paciencia infinita conmigo.

Paciencia que cada vez se debilitaba más. Cada vez estaba más frustrada por nuestras idas y venidas, nuestras conspiraciones dejándola al margen y sobre todo, mi silencio, pero todo formaba parte del plan con sus tías para que ninguna de nosotras ni ella misma se viera salpicada por todo esto. Si esto no se resolvía rápido, sería cuestión de tiempo que la bomba estallara entre las dos.

Vino a mi habitación y me lo dijo, que le costaba pero que confiaba en mí, que me quería y yo no podía ser más feliz en ese instante.

Pero dejé la tentación de mi móvil sobre la cama y no pudo resistirse. La eché de allí, pero ni siquiera estaba enfadada con ella, estaba enfadada conmigo misma.

No sabía qué hacer para no defraudar a alguien, a ella o a sus tías, para que después de tantas mentiras no nos explotara en la cara y alguien saliera perjudicado. No sabía cómo actuar, no sabía en qué ocupar mis tiempos, estaba a punto de trepar por las paredes.

Sentía la tentación en la cocina de agarrar cualquier botella y conseguir evadirme. Estaba tan cerca...

"Eh, jefa, ¿estás bien?"

Paolo me sacó de mis pensamientos y cogí lo más cercano a la botella de coñac, disimulando como si no llevara unos minutos deseando abrirla y darle un trago. "Eh, sí, sí Paolo, estaba cogiendo..." Miré de nuevo lo que tenía en la mano. "Salsa de soja. Para una receta que..."

Él cerró la puerta del almacén tras de sí sin escucharme, pero se mantuvo alejado, sin invadir mi espacio, lo cual agradecí enormemente.

"Sé que las cosas están complicadas, pero eso solo las complicaría más. No te hagas eso, Ainhoa." Me pidió.

Cerré los ojos y apreté los labios, dejándome caer sobre la estantería. "Yo solo quiero que todo esto pase."

"Y pasará. Y estaremos aquí todos para apoyarte."

Abrí los ojos, agradecida pero aún muerta de miedo. El temblor en mi voz y mis ojos acuosos me delataban. "¿Estará también Luz?"

"Ella te quiere y está ahí aún sin saber qué ha pasado. Confía en ti."

Suspiré. "No sé cómo hacerlo, Paolo. No puedo decirle nada. La estoy intentando proteger."

Se acercó por fin a mí y puso su mano en mi hombro, despacio. Me sorprendió no tener un sentimiento ilógico de repulsa, pero era Paolo y aún tan grande, era amable, de gestos suaves, completamente opuesto a él.

"Lo sé. Ella también lo sabe." Sonrió. "Hasta Javier lo sabe, eres la primera que se resiste a uno de sus interrogatorios. Eres la novia más dura que se ha echado Luz." Muy a mi pesar, me reí con él. "Ven aquí." Tiró de mí y me dejé llevar contra su gigante pecho, donde me apretó. "Todo estará bien al final."

Cerré los ojos y respiré hondo, tratando de apartar las lágrimas que llevaba días conteniendo. "Gracias, Paolo."

"De nada, jefa. La familia de Vera cuida de los suyos y puedes contar conmigo."

Pero las cosas todavía podían ir a peor.

Ya nada volverá a ser como antesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora