Las llaves

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Martínez nos interrumpió en el coche justo cuando creí que Luz iba a decir algo importante. Lo leí en su mirada iluminada y llena de ilusión, en su sonrisa amplia.

Pero el guardia civil nos esperaba para ayudarnos a ver a Paolo un rato sin dar muchas explicaciones ni revolucionar el cuartel, así que tampoco podía quejarme demasiado.

La situación de Paolo, bueno, Gaspar, era peor de lo que imaginábamos. Había dejado atrás una vida muy dura en Colombia y había hecho lo que tenía que hacer en España para lograr la oportunidad de conseguir dinero y encima dedicarse a lo que le apasionaba. Era difícil de creer, parecía sacado de un thriller de televisión, pero era tan real como la vida misma.

Estaba resignado a su suerte de tener que volver a su país y volver a buscarse la vida, pero nos aseguró que seguía siendo la misma persona que habíamos conocido. Al final se había mostrado tal y como era, aunque omitiendo su nombre real.

Martínez volvió tras los cinco minutos prometidos y no pudimos estar más tiempo con él. Nos despedimos prometiendo que pensaríamos algo para sacarle de allí y salimos del cuartel alicaidas.

"Vamos a hablar con tu padre. Algo se podrá hacer, ¿no?" No estaba dispuesta a darlo por perdido y él había sido de gran ayuda cuando yo estaba en problemas, algo se nos ocurriría entre los tres.

Luz me miró con los ojos todavía anegados por la posibilidad de perder a su mejor amigo y apretó la mandíbula, asintiendo decidida.

Arrancó el coche y utilizó el manos libres para llamar a su padre, quién estaba en su casa, así que allí nos dirigimos.

Pero la conversación no fue nada fácil. Javier no encontraba ninguna opción para salvarle y nuestros ánimos iban decayendo.

Mi instinto me llevó a pegarme cada vez más a Luz, donde siempre me encontraba más fuerte y apoyar simplemente la mano en su hombro me ofrecía tranquilidad, pero olvidaba que estábamos en un tiempo muerto y que no tenia ese derecho. Me lo recordó la mirada extrañada de Luz ante el gesto y la retiré muy a mi pesar.

Ahora que había descubierto su cercanía y su piel, sentía que me llamaba, y fuera de un contexto donde me pudiera escudar en mi profesionalidad, resistirme y darle el tiempo que me había pedido, me costaba horrores.

Javier recibió una llamada de Clara por una urgencia y se marchó y yo no podía apartar la vista de las llaves que había dejado sobre la encimera.

Rodeé a Luz, que seguía lamentándose y me dirigí a donde las había soltado el sargento, pendiente de que no sonara la puerta anunciando su vuelta, pero parecía que se había olvidado completamente.

"¿Qué haces?" Me preguntó al ver cómo las agarraba.

Las dejé caer en mi bolso y contesté. "Darle una alternativa a Paolo."

"Pero, ¿tú estás loca? ¿cómo le vamos a sacar de allí?" Insistió.

Sacudí la cabeza. No lo había planeado todo, claro está, acababa de ocurrir que su padre se había dejado las llaves. "Pues... Yo que sé, nos colamos en el cuartel sin que nos vean, le abrimos la celda y nos escaqueamos. ¿Tú no conoces a los compañeros de tu padre? Igual los puedes distraer."

"Precisamente porque me conocen no creo que vaya a funcionar, Ainhoa. Además, y si nos pillan, ¿qué?"

Suspiré cansada. "Pues no creo que tengamos peor condena por colaborar en un intento de fuga que la deportación que le espera a Paolo."

Se cruzó se brazos, frunciendo el ceño mientras pensaba. "Pues también es verdad."

"Venga, aprovechemos que tu padre está liado con esa urgencia."

Luz se puso en marcha, cogió su bolso y salimos del piso. "No te enfades, Ainhoa, pero ¿tanta relación tienes con Paolo para arriesgarte a ir a la cárcel por él?"

Intuía por dónde iba, aunque no la notaba para nada enfadada, solo con mucha curiosidad. Intenté escoger bien mis palabras para hacerme entender.

"Al principio no era muy fan de él, la verdad. Solo era tu... rollo y un buen cocinero. Pero es un buen tío y ha estado ahí para mí cuando lo he necesitado..." Pensé si contárselo, pero quería comunicación, ¿no? "Prácticamente me quitó una botella de las manos hace unos días cuando estaba muy hundida."

Ella se paró en seco y me tomó de la mano, asustada y culpándose por no haber estado ahí. Lo podía ver en su mirada. "No, Ainhoa."

"No." Le confirmé con una tímida sonrisa. "Pero si no me hubiera encontrado, quien sabe. Estaba luchando con todas mis fuerzas." Tiré de nuestras manos y seguimos andando, no quería darle más importancia de la que tenía y desde luego no era culpa de Luz. No tenía que complacerme siempre por si acaso me provocaba un desliz.

No sería yo quien deshiciera el agarre y el tacto que tanto anhelaba, así que continué con nuestras manos unidas como si nada.

"Tampoco creo que la condena para esto sea como la de un homicidio." Aventuré y, por último, llegué al punto importante. "Esa pena solo la asumiría por ti o por tus tías, que me salvaron de algo peor. Pero Marta nos hizo prometer cuando te llevaron a declarar que esperaríamos acontecimientos y de camino a casa se entregó, antes de que pudiera hacerlo yo."

Continuamos bajando las escaleras, cruzando el portal y surgiendo a la calle. Su mano aún en la mía, a pesar de todo. Sentía su mirada de reojo, analizándome, pero creía que si le devolvía la mirada se sentiría obligada a decir algo al respecto y no era esa mi intención.

Había saciado su curiosidad y contestaría todas las preguntas que tuviera, pero respetando sus términos y sin atosigarla.

La conversación quedó en el punto muerto y no tuve más remedio que soltar su mano para montar en el coche de nuevo.

Ya nada volverá a ser como antesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora