Su mano entrelazada con la mía

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Me gusta Ainhoa.

Ya está, ya lo he escrito. Ya ha quedado fuera de mi cabeza, que lo lleva rumiando desde hace días. Es una realidad.

Y no sólo es que me gusta. Es que me gusta mucho.

Me he quedado embelesada tantas veces que he perdido la cuenta: viéndola fruncir el ceño en concentración revisando el menú y el inventario del almacén o cerrando los ojos mientras paladea y reconoce todos los sabores y texturas en el último intento de salsa de Paolo o sonriendo para ella misma cuando el plato queda emplatado justo como lo imaginó.

Y es que además la tía es guapísima. Me da mucha ternura los mechones de pelo que se le escapan del gorro en medio de un servicio ajetreado, que parecen tan sedosos que me encantaria enredar mis dedos en él. La delicadeza de sus manos poniéndole los últimos toques a un postre antes de que el camarero lo lleve a su mesa, quién recibiera una caricia así de delicada. El maldito botón de la chaquetilla blanca que se desabrocha cada vez que tiene oportunidad porque se muere de calor. Cada vez que veo esa piel y me pregunto si será tan suave como parece, a mí sí que me entra calor...

Es que es muy fuerte esto que me está pasando.

Pero, ¿y qué? Eso no quiere decir que yo le guste a ella, que a ella siquiera le pueda gustar yo. Está casada con un tío. Un cretino, pero un tío. Supongo que en algún momento le gustó algo de él antes de dar el sí quiero.

Sin embargo, hay veces que pienso que esto no sólo lo siento yo. Hay veces que la pillo mirándome, después de salir del vestuario o cuando estoy hablando con los compañeros. Tengo que reconocer que he escogido últimamente unos modelitos preciosos para ir a trabajar, no me escondo.

Me debato entre pensar que quizás a ella también le pueda estar pasando lo que me está pasando a mi y pensar que está todo en mi cabeza y estoy viendo cosas donde no las hay. Así que estoy igual de hecha un lío.

Mientras que sigo buscando alguna señal, al menos he disfrutado estos días como una enana diseñando nuevos platos con ella, rebotando ideas de recetas la una en la otra. Me encanta pasar tiempo con ella, hablar de cualquier cosa y verla desenvolverse en su entorno.

La visita del famoso crítico al restaurante nos ha causado un gran dolor de cabeza, porque podía tirar por suelo todo el trabajo que hemos hecho desde que se fue Pepe y llegó Ainhoa. Pero hemos conseguido hacer cambios de última hora, improvisar platos y hacer que esa reseña sea fantástica.

La adrenalina y la euforia hizo que esta vez, en la foto de grupo, fuera yo quien la buscara a ella.

Me sentí cayendo al vacío cuando rocé el dorso de mi mano con la suya, tan inocentemente como pude.

Y no puedo describir el cosquilleo que noté en el estómago cuando Ainhoa cogió mi mano y la apretó con fuerza.

Resistí las ganas de girarme a observarla, pero no pude evitar la enorme sonrisa que se dibujó en mi cara. Dadas las circunstancias, creo que hasta pasó desapercibida.

He hablado con el fotógrafo personalmente para conseguir esa foto enseguida y la he compartido con ella, quien solamente me ha puesto un corazón.

Me pregunto si habrá hecho zoom, como yo he hecho ya tantas veces, para vernos en pantalla a las dos solas, cogidas de la mano. Creo que no soy muy objetiva... pero parecemos una parejaza.

Ya nada volverá a ser como antesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora