La grúa

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Me salí del coche, ya que si íbamos a estar esperando con todo apagado, se estaba mejor fuera, y Javier hizo lo mismo, andando de un lado para otro mientras hablaba con el taller del pueblo para que nos enviara una grúa cuanto antes.

Cuando terminó, algo frustrado porque iba a tardar, se acercó hacia donde estaba, abrazándome a mí misma, mirando al horizonte. Me observó durante un rato y se sentó a una distancia.

"Ainhoa, siento si te he asustado. Silvia me comentó algo y no era mi... bueno, en cierto modo sí era mi intención, pero no había pensado... no quería darte realmente miedo, yo..."

"No te preocupes." Le paré. "Eres un hombre de la ley, me has dado respeto, pero miedo como tal..."

Me sonrió agradecido y miró al horizonte, como yo hacía. "Te voy a confesar que ahora mismo tengo una sensación de gilipollas..."

"No no, gilipollas no. Que de verdad que si no fueses tan buena persona yo hubiese pasado miedo, pero es que te entiendo..." Le expliqué.

Se giró para volver a observarme. "¿Me entiendes?"

"Pues claro, osea si mi hija está con una persona como yo, también estaría preocupada..." Le confesé.

Él me miró incrédulo. "No digas eso porque seguro que eres una tía estupenda."

"Sí, tengo un carácter complicado, un pasado aún más y una adicción encima." Saqué toda la mierda. Lo seguía trabajando día a día en terapia, pero aún estaba ahí.

Pude ver algo de preocupación en sus ojos. "Hombre, dicho así la verdad es que no suenas a novia ideal."

"No." Confirmé."Dudo de mí misma, como no vas a dudar tú..."

"Pero lo de la adicción lo tienes controlado." Quiso confirmar.

"A ver... sigo en abstinencia, pero lucho casa día por seguir. Osea, es lo único que puedo prometer." Le fui totalmente sincera.

Él asintió, algo satisfecho. "Bueno..."

"Eso y que estoy locamente enamorada de tu hija." Le confesé en un arrebato.

Eso le hizo sonreír. "¿La quieres?"

"Sí, pero es que me da miedo decepcionarla. Porque me apoya en todo y es que..." Me estaba abriendo en canal con el padre de mi novia y no sabía dónde meterme. "Soy una bocazas, de verdad."

"No, no, es que este es el efecto de la operación coche oficial." Dijo muy divertido. "Sí, sí, que cantáis como pajaritos." Pero prefirió no insistir y me tendió una mano. "Vale, te ofrezco un pacto extrajudicial: yo no le digo nada a Luz de lo que me acabas de decir y tú a cambio no le dices, por favor, cómo ha acabado la operación coche oficial. Por favor te lo pido."

Valoré su pacto y acepté de buena gana. "Trato hecho, sargento."

"Puedes llamarme Javier." Me pareció un halago, podía decir que había entrado en su círculo de confianza.

Lo probé en mis labios. "Javier..."

"Porque suegro, no, todavía... ¿no?" Los ojos se me salían de las órbitas. Había pasado de darme la charla y preguntarse si era suficiente para su hija a que le llamara suegro. "Seh, es pronto.

"Seh, un poco..." Escupí como pude.

El teléfono del sargento sonó y pude intuir que se trataba de Martínez al otro lado, preguntando por qué nos demorábamos tanto. "Es que la chica era dura de pelar, ¿sabes?" Dijo alzando la voz adrede, para que le pudiera oír. "Pero ha aprobado. Operación coche oficial cerrada."

Le dio un par de explicaciones más a su subordinado y finalmente colgó. Continuamos mirando al horizonte, en busca de señales de que venía la grúa a buscarnos. En realidad, no estábamos tan lejos del pueblo, podríamos volver caminando sin problema, pero allí estábamos.

"Javier, ¿a Silvia le vas a contar todo esto de la operación?" Le pregunté.

Él me miró sorprendido. "Probablemente, sí. Nunca ha sido muy fan de este tipo de misiones, pero yo no le oculto nada a mi mujer. Y ojo, hemos tenido nuestros más y nuestros menos, como cualquier matrimonio, no siempre todo es de color de rosa, pero al final se superan así, con comunicación y trabajando juntos, que el amor a veces no es suficiente, hay que trabajarlo." Después de aquel alegato, me miró perdido. Me aguanté la risa, desde luego Luz tenía un muy buen modelo. "¿Por qué lo dices?"

"Porque no llego ni de coña al servicio de comidas y tengo que avisar a alguien." Me mordí el labio, mirando el reloj. De hecho, el servicio ya habría empezado.

Él asintió, de esa forma que comprendía que era suya, acompañando el movimiento con todo el cuerpo. "Sí, anda, llama a mi mujer. Dile que es mi culpa, que ya la explico yo luego."

Ya nada volverá a ser como antesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora