¿Qué hace esto aquí?

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Volví del restaurante a mi habitación para darme una ducha y arreglarme para la cita con Luz. Tenía muchísimas ganas, como cada vez que lográbamos conseguir pasar un pequeño tiempo juntas, e iba a dejar el móvil atrás para evitar interrupciones. Después de todo, si alguien del restaurante me necesitaba, se había corrido la voz y ya sabían con quién encontrarme.

Al abrir la puerta, me encontré con la cama llena de pétalos de rosa, las toallas enrolladas con forma de corazón y una caja de bombones.

Fruncí el ceño al encontrarme el panorama. ¿Qué hacía esto aquí?

Revisé el escenario y caí en la cuenta de que normalmente acompañaría a este despliegue un poco hortera una botella de cava que no estaba por ninguna parte, así que podía descartar que todo se tratara de un error sin importancia del personal de limpieza del hotel: todo esto estaba hecho a propósito, por eso no habían dejado una botella de cava en la habitación de una alcohólica.

Decidí meterme en la ducha y dejar de mirar a la cama como un pasmarote. Desde luego, no sabía lo que Luz tenía en mente para la cita de esa noche, pero si seguía allí en pie, no me daría tiempo a arreglarme.

Pasé por la rutina de lavarme el pelo y enjabonarme el cuerpo como una autómata, dándole vueltas a la cita de esta noche.

Entendía que lo de la cama era cosa de Luz, de quién si no y, más o menos acertado el detalle, suponía que eso quería decir que asumía que la noche iba a terminar con nosotras en esa cama.

Luz era una mujer muy sensual cuando se lo proponía, aunque sus rasgos algo infantiles y la discreta chaquetilla pudiera engañar, su estilo fuera de la cocina, que potenciaba su pequeña figura y sus maravillosas curvas, estaba lleno de pasión. Sus ojos fueron los que terminaron de embrujarme, enormes pozos marrones donde me perdía, espejo de sus sentimientos y con un brillo de pasión, de justicia, de rebeldía, de inconformismo, que me atrapaba. Además, si las pilladas constantes con Paolo cuando llegué al restaurante eran algún indicador, también era muy sexual, así que no me sorprendía esto.

Aún así no me sentía preparada para dar este paso.

Mis últimas relaciones habían sido con Hugo y, aparte de que nunca disfruté como se suponía que debía disfrutar, las últimas veces fueron de todo menos bonitas. Eran bruscas, rápidas, sin ganas...

Eso era algo que no me faltaba con Luz: tenía muchas, muchas ganas. Pero me daba un miedo terrible.

Hasta ahora habíamos transitado terreno conocido.

Me había sentido atraída por mujeres antes y harta de no ser valorada por nadie, me dejé llevar por esa atracción y la atención que me proporcionaban una de las camareras del restaurante.

Su sueño era trabajar en la cocina, pero más allá de cocinar en su casa, en aquel momento no tenía ninguna experiencia y necesitaba el dinero.

Empezamos a acercarnos con la excusa de enseñarle un par de cosas y un día, me tiré a la piscina y la besé. Fue bonito sentir algo más que desdén por la persona a quien besabas.

Después de un par de sesiones de besos en el callejón de detrás del restaurante, alguien debió vernos y llegó a los oídos de Hugo, quien además de recriminármelo en una de sus broncas, como si él fuera un ejemplo de fidelidad, la despidió al día siguiente y no volví a verla jamás. No pude ni siquiera convencer al encargado de que la cogieran en otro de los restaurantes, nadie quería ir en contra de él. Todo se estropeó por mi culpa y no volví a saber nada de ella.

No llegamos nunca a tener la confianza suficiente como para dar el paso que estaba a punto de dar con Luz y, por supuesto, jamás sentí por ella lo que siento por Luz.

Ahora estaba aquí en Vera. Lejos de Hugo y con una novia que era todo sensualidad, ternura y que me robaba la respiración.

Y sencillamente estaba acojonada.

Acojonada de no saber qué hacer y sentirme un pez fuera del agua. De ser un desastre. De que no le gustara. De que no me gustara. De que se diera cuenta de repente de que no le gustaban tanto las mujeres. De que eso me pasara a mí. De que todo lo que había logrado construir fuera frágil y se desmoronara.

Tenía tantos miedos como ganas, pero al ver el numerito, raro, dispuesto encima de mi cama, me dio el pequeño empujón que necesitaban mis ganas para vencer a mis miedos. Si ella confiaba y quería hacerlo, yo también tenía que confiar.

Abrí el armario de par en par y examiné mis opciones. Quería estar guapa, sentirme sexy, por mí, para ella.

Terminé de atusarme el pelo frente al espejo justo a tiempo de escuchar un tímido golpe en la puerta y me acerqué, nerviosa, abriendo la puerta y buscando su mirada para darme algo de estabilidad.

Ya nada volverá a ser como antesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora