Te espero al lado de los cuchillos

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Estábamos agotadas, pero Ainhoa no podía faltar y yo no iba a dejarla sola. Y menos mal.

Estaba preparando unas verduras cuando escuché su voz a mi espalda. Bromeó con que podía haberme rebanado un dedo por el susto, pero su mera presencia me había dado un susto mayor del que él podía pensar. ¿Qué cojones hacía aquí?

Se presentó como el marido de Ainhoa y menos mal que había dejado el cuchillo sobre la tabla. Que un impresentable como él pudiera siquiera decir su nombre, hacía que se me encogieran las tripas.

Ella había ido un momento a la despensa, pero no tenía forma de avisarla, de pedirle que no saliera de allí hasta que consiguiera que se largara otra vez. No había terminado ni la frase cuando apareció a mi lado.

Ni siquiera la excusa, que también era una realidad, y nos había llegado hace poco el pedido de pescado que aún teníamos que limpiar y preparar, sirvió para que se alejara.

Aunque entendía a Ainhoa. Cómo podíamos seguir con el servicio, sabiendo que él estaba allí, esperando. Cuanto antes pasara, mejor.

No existía ninguna excusa que me permitiera quedarme allí, a su lado, apoyándola, protegiéndola si era necesario, aunque me sacara un par de cabezas, así que me resigné y me fui a empezar a preparar el pescado.

"Vale, pues yo te espero ahí justo al lado de los cuchillos."

No pensaba perder detalle de la conversación, por si se torcía la cosa, aunque me daba algo de seguridad que estuviera al otro lado del pase. Estaba lejos para tocarla y si intentaba abalanzarse sobre ella, había espacio para huir y defendernos con los objetos punzantes y candentes de la cocina.

El imbécil empezó la conversación riéndose de mi, que la protegía de él. Me preguntaba si era cierto que no se acordaba de nada o simplemente estaba siendo un cínico con esta farsa. Le creía capaz de cualquier cosa.

Ella misma se lo preguntó directamente cuando le regaló unas flores como si nada y hablaba de su relación de manera tan idílica.

Pero parecía ser real, así que ella tuvo que explicarle, y de paso a mí en más detalle (porque no dudaba que sabía que estaba escuchando) toda la mierda que le había hecho pasar.

"Sí. Al principio." Tomó aire, supuse que mentalizándose. "No había conocido nunca a nadie tan atento y tan romántico como tú. Sí. Te preocupabas tanto porque no hiciera horas extra y cuando estaba con mis amigas, me escribías a todas horas. Era como llevarte conmigo." Su tono iba cargado de dolor, de sarcasmo, de resignación.

Como era de esperar, empezaron las excusas de un comportamiento enfermizo que hacía saltar las alarmas a cualquiera. Hasta a él, de ahí las excusas. "Supongo que te echaba de menos, no sé."

"Sí, a todas horas."

Le echaba la culpa por querer espacio, por querer vivir e insistía en que podían arreglarlo hablando. "Comunicación. Siempre se te ha dado muy bien. Sí." Ella continuaba, se lo soltaría todo a la cara, ya que no se acordaba. "Me querías tanto, me decías todo el rato lo que me querías que no podías evitar enfadarte si no te dedicaba todo el tiempo."

Su tono estaba muerto y yo tenía un nudo en la garganta que sabía que solo podía ir a peor. Hacía como que limpiaba el pescado, pero en realidad no era capaz de nada. Y él... de verdad parecía creer que todo esto podía arreglarse.

"Sí. Que lo sientes, eso también me lo decías. Y que lo hacías por mí, por nosotros. Y te creí. Y me alejé de mi familia y mis amigos." No podía imaginar la clase de manipulación rastrera a la que se tuvo que enfrentar, la soledad de alejarse de todo aquel que quería por el amor de alguien como él, quien a pesar de todos sus esfuerzos seguía tratándola como basura.

Él seguía sin entenderlo. "La cosa es que una noche se alargó más de la cuenta y yo estaba con un turno muy largo. Ya sabes, de esos que tenía. Llegué tarde a casa. Estaba trabajando, claro. Pero tú estabas nervioso. Y habías bebido y..." Él empezó a negar, pero ella elevó la voz. "Pues así fue."

Sabía que le había llegado a poner la mano encima, pero no sabía cuándo fue, ni por qué. Que fue por algo tan estúpido como un servicio que se alargó más de la cuenta. Que quisiera tenerla tan controlada y tan anulada como persona. Que aún así tuviera la cara dura de decir que la quería.

Los ojos me quemaban y no veía el pescado delante de mis narices. No podía evitar las lágrimas que se acumulaban y empezaban a caer. Tampoco quería ser muy evidente, no fuera a empeorar la situación, y me pasé el dorso de la mano con disimulo, retirando mis lágrimas.

"Yo no te haría nunca daño." Resoplé. No, ya se lo hiciste y me aseguraré de que no se lo vuelvas a hacer.

Ainhoa parecía esperar esa misma respuesta, ya la había escuchado antes y respondió rápido, cubriendo mi sonido. "Ya, eso es lo que me prometiste la mañana siguiente."

Hugo no se rendía fácil, lo seguía intentando una y otra vez. No creía lo que le contaba su mujer porque no le interesaba, no lo quería creer. Y solo con eso demostraba lo que la tenía en cuenta.

Joder, por todo lo que había pasado Ainhoa.

"Mira, yo no lo puedo olvidar, vale. Ni quiero." Intentó tocarla por encima de pase, convencerla. Mientras ella le contaba por qué vino a Vera y se alejaba de su tacto, como si fuera un virus contagioso. Yo no podía ni siquiera seguir con mi farsa.

"No quiero volver a verte. No quiero." Ni siquiera podía seguir mirándole.  "Me hiciste mucho daño." No había forma de hacerla volver con él y él, por fin, también se daba cuenta. Miró hacia atrás, indignado, y ninguna de las dos estábamos seguras de cómo iba a reaccionar. "Por favor, Hugo..."

Por fin, se alejó del pase, saliendo del restaurante y yo fui al encuentro de Ainhoa. Se había quedado paralizada mirando el dichoso ramo de flores que le había traído, con la mirada vacía y mordiéndose las uñas.

Alcancé el ramo y lo tiré con desdén en el cubo de basura más cercano. Como unas flores tan bonitas podían traer unos recuerdos tan horribles, no lo podía explicar. Así que mejor deshacernos de ello.

Ainhoa pareció reaccionar y se giró hacia mi, buscando el contacto. Estaba segura que mis ojos me delataban, sobre todo ante una persona que había llegado a conocerme tan bien, pero ella no estaba en mucha mejor situación y tampoco me lo iba a reprochar.

"Has sido muy valiente." Susurré. Ella me tomó de las mejillas, necesitando sentirme y yo hice lo propio, atrayendo sus labios para un dulce beso. Un beso de amor, de seguridad y de orgullo. "Ven aquí." Salí de sus labios y la rodeé con mis brazos. Necesitaba sentirla viva, latiendo, su calor y su firmeza bajo mis brazos.

Ella se apoyó contra mí y le presté mi fuerza para sujetarse, para tenerse en pie. Siempre lo haría. Volví a susurrar. "Todo va a salir bien."

Ya nada volverá a ser como antesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora