Terapia

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Además de todo lo que estaba pasando a nivel del hotel, llevaba unos días nerviosa por mi primer día de terapia. Hoy conocería a la que esperaba que fuera mi psicóloga y no sabía que esperar.

Mi única relación con un proceso mínimamente parecido era el grupo de alcohólicos anónimos, donde a veces tenía que reconocer que me perdía entre el grupo y solo me beneficiaba de las experiencias de los compañeros, sin tener que abrirme yo en canal.

Pero algo me decía que esto no sería así.

Lo de no ser chef tenía la única ventaja de que, ahora ya no era imprescindible en todos los servicios de la cocina y podía ir a la cita sin meterme en líos con Blanca. Más líos, quiero decir, ya solo le faltaba despedirme.

La doctora me pareció una mujer muy profesional y accesible. Me guió durante la sesión y me preguntó acerca de los motivos que me habían llevado a terapia y cuáles eran mis objetivos para ella.

Le conté por encima mi historia, sobre mi familia, mi educación, cómo conocí a Hugo y lo que supuso mi relación con él, cómo me di cuenta de que me atraían las mujeres, mi adicción al alcohol y todo lo que había pasado desde que había llegado a Vera.

Había tantas cosas que contar y enumerar que me sentía un completo desastre de persona. Solo de escucharme a mí misma me sentía agotada.

Sin embargo, la doctora intentó animarme, me felicitó por haber dado el paso y querer trabajarlo en lugar de dejarlo todo en un cajón que cerraba mal y todas las cosas que allí guardaba se salían de vez en cuando. Me dijo que trabajaríamos juntas los mecanismos para gestionarlo y poder vivir sin que todo aquello hiciera mella en mí.

La verdad es que todo eso sonaba demasiado bien y yo salí de la primera visita ya agotada, no me quería imaginar cómo me sentiría cuando empezáramos a ahondar en todo aquello y cómo me hacía sentir.

Volví al hotel dando un rodeo, haciendo una ruta turística por Vera, para que me diera el aire y con un poco de suerte pudiera volar todo lo que me rondaba en la cabeza en ese momento, pero no hubo suerte. Llegué a las puertas del edificio y arrastré los pies hasta mi habitación.

Me moría de ganas por ver a Luz, aunque sabía que sería una muy mala compañía y opté por no llamarla. Ni siquiera tenía ganas de cenar, simplemente me dejaría caer en la cama según entrara en la habitación.

Pasé la tarjeta y empujé la puerta, sorprendiéndome de encontrármela iluminada.

Alcé la mirada y me encontré a Luz, sentada en la cama con el mando de la tele en la mano, un conjunto aparentemente cómodo y el pelo recogido en un moño con una pinza. Como si estuviera en su casa.

Alzó la vista y me sonrió. "Hola, mi amor. Quería saber qué tal había ido, así que hablé con..."

Solté el bolso en el suelo y empujé de cualquier forma la puerta para que cerrara tras de mí. Pisé mis zapatillas, quitándomelas de cualquier manera sin desatar siquiera y me abalancé sobre la cama, gateando de rodillas hasta llegar a ella, que ya me esperaba con los brazos abiertos.

Me cobijé en el hueco de su cuello y respiré su olor, sintiendo cómo mi corazón se relajaba poco a poco y mi mente se intentaba apaciguar.

Luz simplemente esperó en silencio, entretenida peinando mi pelo hacia atrás y dejando cosquillas en mis brazos, con toda la paciencia del mundo.

¿Qué había hecho yo para merecer esto?

¿Cómo alguien como yo, con todas las heridas y cicatrices mal curadas, con mal genio y espinas que pinchaban a todo el que se acercaba, había conseguido tener al mismo sol a mi lado? ¿Que me quisiese?

No pude contener más mis lágrimas y se me escaparon, mojando su cuello.

Ella se tensó e intentó que emergiera de mi escondite, yo continué aferrada a ella. "Ainhoa." Susurró en mi pelo, rogándome.

Yo me recompuse como pude, sorbiendo, y salí de su cuello haciendo caso a su plegaria. "Amor, ¿estás bien?"

Tomó mi cara en sus manos y me quitó los rastros de las lágrimas traidoras de las mejillas. Podía ver su cara de preocupación, pero estaba teniendo una enorme paciencia conmigo. Otra vez.

Hasta cuando.

"Soy un desastre de persona." Sentencié.

Sus ojos se abrieron como platos y, si no hubiera estado tan agotada y hundida, me hubiera reído de lo cómica que se veía. "Pero, Ainhoa, pero qué dices. Pero cómo vas a ser un desastre."

"Que sí..." Repliqué, arrastraba hasta las palabras de la congoja. "Tengo tanta mierda encima, Luz, que es que no sé qué haces conmigo."

Ella solo sacudía la cabeza, casi se le desencajaba, buscando las palabras. "Todo el mundo tiene mierda, Ainhoa. Unos más y otros menos. Y también tiene cosas buenas." Continuó. "Yo te quiero. Con tus cosas buenas y las no tan buenas. Sabía de ellas desde el principio y eso no ha impedido que me enamore de ti y te quiera."

Me dejé caer por la contundencia de sus palabras o quizás porque me fallaron las fuerzas. Luz dejó que acomodara mi cabeza en su regazo y me dejó caricias y susurró palabras bonitas hasta que caí rendida.

No todo iba a ser felicidad. Hay evolución de todo tipo en esta historia.

Ya nada volverá a ser como antesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora