Sí, Chef

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El día anterior me había quedado de nuevo a dormir con Ainhoa, porque había tenido sesión otra vez con su psicóloga.

Por lo que me había contado había sido bastante tranquila y habían estado hablando de su situación actual. De cómo había llegado hasta aquí, de sus sueños, de cómo en el paso de unos días había pasado de ser jefa de cocina, a cocinera llana, a renunciar a su trabajo y de vuelta como cocinera.

Parecía una tontería para cualquiera, al fin y al cabo se había solucionado y volvía a tener trabajo, pero teniendo en cuenta que de un tiempo a esta parte su trabajo había sido lo único que le quedaba a Ainhoa, entendía que toda la sesión se hubiera centrado en ello. Sin embargo, sabía que las cosas ya no eran así. Tenía un hogar en Vera, me tenía a mí, tenía amigos y una familia postiza que se partiría la cara por ella.

Su trabajo ya no era toda su vida.

Después de despertarnos y prepararnos juntas, me había ido al vestuario a ponerme el uniforme de mi taquilla, me había entretenido hablando con José Antonio y la había perdido de vista.

"Buenos días, Luz."

Había algo raro en mi amigo, pero no sabía el qué. ¿Se habría cortado el pelo o algo? Se me hacía raro no ver a Ainhoa y estaba distraída con ello. "Buenos días, Paolo."

"Estarás contenta, ¿no?"

Arrugué el ceño, sin saber a qué se refería. "De que tu familia ha recuperado el hotel y..."

"Ah, sí. Menos mal que nos hemos deshecho de Andrés de una vez por todas. No sabías nunca por donde nos saldría. Que si un team building, que si despidos..."

Él sacudió la cabeza con una sonrisa. "Sí, bueno, ahora todo está bien, la verdad."

"Oye, ¿y toda esta comida?" Pregunté señalando todo el producto que Paolo estaba colocando en la despensa.

Me di cuenta que él parecía muy divertido de repente y no sabía por qué. "Tu madre ha doblado los pedidos para organizar una fiesta para todo el personal esta noche. Tenemos que preparar todo durante el día, pero esta noche estamos libres."

"Pues ya tienes tú más información que yo y eso que soy su hija..." Musité algo molesta, aunque igual era en parte culpa mía, ya que no había pasado por casa. "Oye, ¿sabes dónde está Ainhoa?"

Definitivamente había algo raro, porque Paolo tuvo que contenerse, muy mal, la risa. "Eh, sí. Creo que ha ido a su habitación un momento."

"¿Se le ha olvidado algo? Si hemos salido de allí juntas..." Me estaba distrayendo de lo importante, lo sentía. "Paolo, ¿qué está pasando?" Me puse frente a él, con los brazos en jarra, dispuesta a no moverme y entorpecerle los movimientos hasta que me dijera qué estaba pasando y dónde estaba mi novia.

Paolo miraba a todos lados, como si no supiera donde meterse y escuché movimiento a mi espalda.

Ainhoa entró en la cocina llamando la atención de todo el equipo simplemente con su presencia, blandiendo su chaquetilla... ¿blanca?

Me giré para observarla como era debido, ella en todo su esplendor. Con la chaquetilla blanca de chef, su trenza perfectamente peinada (gracias a mí, que se la había trenzado con esmero esa mañana, porque me encantaba con ella) en su gorrilla negra.

Me costaba apartar los ojos de ella, pero lo conseguí durante medio segundo para mirar a Paolo, con su chaquetilla azul, esperando mi mirada extremadamente divertido con la situación y mi reacción.

El equipo se puso en formación, esperando las instrucciones de nuestra jefa.

"¿Preparados para hacer los mejores canapés de la historia?" Exclamó con una enorme sonrisa, animando al equipo.

Todos respondimos a una, con ímpetu. Parecía una tontería, pero no me cabía el orgullo que sentía en el pecho de verla donde merecía y podría jurar que ese orgullo por ella era visible desde fuera. "Sí, chef."

"¿Sí? ¿y estáis preparados para zampároslos?" Continuó feliz."Porque esto... esta fiesta es nuestra."

De nuevo, contestamos a una. "Sí, chef."

"Venga, pues a cocinar..." Nos despachó. Busqué su mirada y la encontré brillante, feliz, pululando de un lado a otro, dando instrucciones y consejos, guiando a su equipo.

Se acercó hasta a Paolo y supe que estaba cerciorándose que todo estaba bien entre ellos.

Nunca había sido de discursos, pero sus pocas palabras habían sido suficientes para animar al equipo y que empezaran el servicio con un nuevo brío. Y la fiesta de celebración que había organizado mi madre tampoco estaba nada mal.

Tenía unas ganas locas de abalanzarme sobre ella y engullirla en un abrazo, pero me contuve en ese momento. No así cuando conseguí verla a solas en la que ya consideraba nuestra despensa.

"¡Mi amor!" Me colgué de su cuello en cuanto estuvimos a solas. Todos sabían que estábamos juntas, era inútil ocultarlo, pero tratábamos de que la cocina fuera un ambiente profesional. Al menos cuando estaba el equipo, porque cuando no estaba... habían pasado muchas cosas aquí.

Ella estalló en una carcajada, pero me abrazó por la cintura, cruzando los brazos y apretándome a ella. "Tu madre ha venido a buscarme esta mañana y me ha dado la noticia. No me ha dado tiempo de avisarte, pero creo que ver tu cara ha merecido la pena. No te lo esperabas."

"El caso es que claro que tenías que volver a ser la chef." Nos mecí de un lado a otro antes de soltarme de su cuello. "Porque eres la mejor cocinera del restaurante con diferencia, llevas la cocina como nadie y eres una líder. Mi familia sería idiota si no te devolviera el puesto. Pero no había pensado que sería tan rápido." Me reí, aún en sus brazos. "He estado hablando con Paolo y ni siquiera había caído en la cuenta de que llevaba puesta la chaqueta azul."

Ella sacudió la cabeza divertida. "Me alegro mucho de volver a llevar la chaquetilla con mi nombre."

"La verdad es que te queda muy bien el blanco." Dije tirando de las solapas, donde como de costumbre ya tenía un botón desabrochado y me volvía loca. Me mordí el labio. "Me encantaría celebrar contigo ahora mismo, pero quedaría feo que nos encerrásemos aquí. Además, en breve me esperan en casa de mi abuela."

Ella sonrió de lado para añadir una proposición sugerente. "Y Menchu debe estar al caer para enseñarnos el secreto de sus increíbles croquetas. Pero podrías quedarte esta noche..."

"Me parece perfecto, ¿puedes ponerte luego la chaquetilla blanca?" Contesté, dibujando con mi dedo caricias desde su clavícula por la abertura de su solapa.

Ya nada volverá a ser como antesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora