Hacía rato que Ainhoa había desaparecido de la cocina, no sabía exactamente dónde se había metido, pero no quería agobiarla después de todo lo que había pasado hoy. Gran parte de ello, por mi culpa.
Primero, le insistí de camino a ese desayuno que jamás tomamos, que debía hablar con su padre, contarle todo lo que había pasado, para que pudiera comprenderla y acercaran posturas. Que apareciera de repente fue una casualidad, pero la dejé sola frente a él.
El segundo error, y el peor, fue decirle donde encontrarla para volver a intentar hablar con ella y no pedirle que la dejara en paz. El resultado fue catastrófico y asistí a él en primera fila.
Tenía razón Ainhoa con que yo tenía una familia estupenda y que había gente que tenía una familia de mierda. Ya lo había podido comprobar con Paolo, que las familias eran complicadas.
Pero también quería a mi novia feliz. Se lo merecía todo. Fui una ingenua pensando que podía conseguir esa relación con su padre.
Estaba cabizbaja, pensando en todas estas cosas, cuando me sorprendió la voz de mi suegro (supongo). "Hola, Luz."
"Eh, hola, Luis." Estaba ahí, plantado al otro lado del pase, su bandolera colgada al hombro y... ¿tenía una maleta a los pies?
Mientras yo le observaba, él miraba alrededor de la cocina. "No sabrás dónde está mi hija, ¿no? He pasado por su habitación y no está."
"Pues no. Hace mucho que se fue de la cocina. No me dijo a dónde iba." Le respondí.
Él suspiró. "Siento si habéis discutido por mi culpa."
"En realidad, ha sido culpa mía. No debí haber insistido en intentar arreglar algo que no conocía. Y más cuando ella me rogó que lo dejara." Contesté midiendo las palabras. No era quién para recriminarle nada y tampoco para quitarle culpa. Eso me repetía a mí misma.
Asintió con gravedad. "Creo que no hay forma de arreglarlo. Es demasiado tarde."
"No creo que sea demasiado tarde." Intenté serenarme, pero la acidez amenazaba con salir en mis palabras y la decisión de no recriminarle nada se fue por la ventana ante su inactividad. "Nunca es demasiado tarde. Pero para eso hay que cambiar, hay que quedarse, hay que estar aquí para ella." Le recriminé. "¿Sabes? Ainhoa es una persona ma-ra-vi-llo-sa." Intenté rebajar el tono. Yo no era nadie para darle charlas a un señor crecidito. "Que parezco aquí Toñi Moreno, pero es verdad. Es una persona fuerte, valiente, luchadora, apasionada... Y no alcanzo a comprender cómo nadie podría elegir alejarse y desentenderse de ella voluntariamente. Ella merece mucho más."
Creo que me quedé a gusto. Él agachó la cabeza. "Es una mujer increíble." Sonrió triste. "Y la quiero tantísimo. Es mi hija. Pero... no, no puedo quedarme."
"Supongo que ésa es tu elección." Sentencié, triste. "No te preocupes. Ella tiene su familia aquí. Y no la vamos a dejar sola."
Acusó el golpe, pero no podía tener empatía por él. Entendía que cada persona tenía sus inquietudes, sus sueños, pero cuando tu familia te necesitaba, no podías desentenderte de esa forma. Quizás estaba idealizando de nuevo la relación, teniendo como referencia a mi familia que siempre ha sido una piña.
"¿Podrías darle esto?"
Asentí. "No puedo prometer que lo abra, ni siquiera que no lo tire a la basura."
"No la culparía." Tomó la maleta que efectivamente tenía a su lado. "Gracias por todo. Cuida de ella, por favor."
Me mordí la lengua solo porque se me rompía el corazón por Ainhoa. No necesitaba a nadie que la cuidase, necesitaba a alguien que estuviese aquí, acompañándola. "Buen viaje..."
Recogí lo que faltaba y fui en su búsqueda. Pasé por el almacén y se me ocurrió pasarme por la nevera. "¿Qué haces aquí?"
Sabía que su padre había dejado la habitación, que se volvía a ir justo después de enfrentarse a la realidad, que huía, y se había quitado de en medio, no le había dado la satisfacción de poder despedirse de ella. En cierto modo lo entendía, sus ideas y venidas no marcaban su vida.
Esperaba que explotase, que de algún modo dejase salir lo que sentía, se desahogase, pero estaba tan resignada que no le quedaba nada.
Me daba tanta pena.
Le di el paquete, que claramente era un lienzo, y la animé a abrirlo. Quizá explicase algo, y en cualquier caso la incógnita le quemaría.
Era un retrato precioso de una niña enfadada con un paraguas. El ceño fruncido y sus labios apretados me resultaban muy familiares. Sonreí al reconocerla. Tomé la nota en la parte trasera y la leí en voz alta.
Elevé la vista a esa niña, ya mayor, y vi que sus ojos se aguaban. Esa niña del cuadro todavía esperaba a su padre con ilusión, para escuchar sus historias y recoger las migajas de su cariño. La mujer que tenía delante, ya sabía que era un egoísta y un cobarde.
Le quité el cuadro de las manos y lo dejé en la estantería, fuera de la vista. "¿Qué haces?"
"Lo vamos a dejar aquí. Hibernando. Y cuando ya... Sientas que duele menos, pues venimos y lo cogemos."
Me acarició la mejilla y se tiró a mis brazos. Yo la recibí con todo mi cuerpo, arropándola, dándole calor, rodeándola todo lo que daban mis brazos. No pensaba alejarme de ella, no sabía cómo hacerlo.
Me reí. La quería con todo mi alma. "Mi amor..." Susurré, dejando besos en su sien.
Yo sería su familia. La acompañaría, la protegería, intentaría quererla aunque fuera la mitad de lo que se merecía.
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Ya nada volverá a ser como antes
FanfictionAlgo ha cambiado en Luz desde la llegada de Ainhoa al Hotel La Sierra. Una realización que le ha pillado de sorpresa y para la que solo tiene una certeza: ya nada volverá a ser como antes. Un recuento desde la perspectivas personales de las chicas d...