Reclutamiento

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Como meta a mediano plazo, Mabel se propuso soltar las ansias de amor que vivían permanentemente en ella, reconciliarse con la gente atractiva - excepto Davian, ¡Jodete, idiota! - y aprender a ser amiga antes que pretendiente. Era fácil pensar en olvidarse del amor cuando estaba sola, observando las hojas mecerse entre los árboles, pero cuando la cortina se movió y una cabeza rubia apareció, mirándola fijamente desde más alto, el calzón de castidad de Mabel volvió a caer al suelo y desapareció. La meta pasó de mediano a largo plazo y se subió de categoría de importante a urgente.

— ¿Podrías darle esta lista a Cereza para que la lleve a Gustav? — preguntó, entregándole una nota.

Mabel asintió y desapareció tan rápido como su andadera y el esguince le permitían moverse. Hazel la vió girar en la esquina y luego miró a Lele, quien se encogió de hombros con la más fingida inocencia.

Mabel no fue por Cereza. A medio camino, se dio cuenta de que era perfectamente capaz de encontrar a Gustav por sí misma y que lo más peligroso alrededor era la soberbia y el egocentrismo de los equipos. Así que fue directamente a darle la nota al pelirrojo, sin entender que era o para qué servían las cosas escritas en ella. 

Si no supiera que todos estaban allí para competir, habría pensado que era una exhibición de autos que estaba a punto de transformarse en feria. Los competidores como ellos, que no contaban con un gremio sólido que hubiera instalado su "campamento" permanente en el juego, paseaban, deseando unirse milagrosamente a uno o intentando adivinar cuándo iban a competir para evitar estar en esa carrera. Obtuvo esa información porque los dos chicos frente a ella, a quienes reconoció al instante, estaban hablando sobre eso.

— Corta el rollo, Phineas, los fénix no nos van a recibir.

— Al menos lo estoy intentando — dijo el chico mirando molesto a su acompañante —. No podemos solo llorar por ser abandonados y mirar a todos con mala cara.

Eran los mismos dos que habían recibido al par en la bañera en la carrera anterior, quienes se quedaron en la meta y vieron aterrados cómo sus compañeros atravesaban un infierno helado en una bañera.

— El Pabellón de las Rosas, la Arena del Tiempo, la Cueva de la Serpiente... ¿Realmente crees que alguno de ellos querrá dos patéticos bultos como nosotros? Incluso la chatarra con ruedas más inútil de por aquí nos despreció, ¡carajo! ¡Incluso la estúpida bañera se la quedaron esos dos idiotas hijos de puta! Yo fui el que dio la idea, tú hiciste el maldito sistema de movimiento, ¿Qué hicieron esos dos malagradecidos? ¡Ruedas que se cayeron de inmediato!

— Se subieron y ganaron — le recordó su compañero —. Al menos tenemos una de cuatro carreras completadas. Alguien más debe necesitar equipo — insistió el amigo, mirando a su alrededor.

— Tira una piedra y le vas a dar a una docena de bastardos sin equipo, exactamente como nosotros. Necesitamos un auto, o, en su defecto, una maldita bicicleta, lo que sea con dos ruedas como mínimo.

— Tengo un auto.

Los chicos, asustados, se giraron a ver detrás de ellos. La chica parecía una buena persona, y el suéter rosa la hacía ver bastante inofensiva, a diferencia de la mayoría de mujeres en el Picacho del Diablo, que eran hermosas como un sueño y estaban listas para sacarte el cuero con un látigo si las mirabas más de la cuenta. El compañero amargado observó su andador con desdén.

— ¿Sí? Bien por ti — dijo el tipo, mientras Phineas lo golpeaba en las costillas, advirtiéndole con la mirada que se callara y se volteaba para hablar directamente con Mabel.

— Hola, soy Phineas y este limón agrio es Luther. ¿Podemos ayudarte en algo?

— Dijeron que necesitaban un equipo con auto, mi grupo acaba de llegar y nos falta gente — Mabel les dedicó su mejor sonrisa inocente, inofensiva y amigable —. ¿Les gustaría unirse?

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