Ivo Lazzaro estaba en el club esa noche. Al verlo, Kiran deseó poder enamorarse de él. Tenía una elegancia innata, incluso mientras se reclinaba en la silla, desabrochando los primeros botones de su camisa, separando con despreocupación sus piernas fuertes y observando a la multitud bailar, un trago en la mano. Kiran quería sentarse sobre sus muslos y comprobar si lo que decían de los lobos era cierto: que podían llevarte al cielo, hacerte tocar la luna por una noche y devolverte el aliento al amanecer. No eran pocos los que soñaban con unirse al Clan Lazzaro como pareja de un lobo, o al menos vivir una noche mágica con uno de sus miembros.
Ivo y Kiran se conocían de manera cordial, pero aunque estaban familiarizados, Kiran no tenía idea de si el feroz líder había estado alguna vez con alguien. Ni siquiera los duendes, expertos en desenterrar cualquier tipo de chisme, podían confirmarlo. En comparación, Ivo parecía más accesible que el gélido iceberg que había sido su ex mejor amigo y amante.
— Aquí — un hombre de piel verde y escamosa colocó un trago frente a Kiran —. Te lo envían de regalo, guapo.
La cerveza tenía un trébol verde dibujado en la espuma. A unos metros, un grupo de duendes lo saludaba con entusiasmo. Sin embargo, con Ivo presente, nadie más lograría captar la atención de los traviesos fanáticos que vestían de verde. La cerveza era solo un gesto amistoso; después de todo, básicamente compartían el mismo oficio: el tráfico de información. Runa, su verdadero mejor amigo, era un puente con todos y todo, y gracias a sus buenas conexiones, Kiran disfrutaba de ciertos beneficios. Como muestra de agradecimiento, le pidió al tritón que enviara una ronda para el grupo.
El problema de beber con duendes era su legendaria tolerancia al alcohol, algo con lo que nadie podía competir. Después de la primera cerveza, llegó una segunda y luego una tercera. En un abrir y cerrar de ojos, el club se desvaneció, y Kiran estaba siendo arrastrado por un pelinegro de ojos que eran una mezcla entre azul cielo y lavanda. Eran tan bonitos como hipnóticos, el arma secreta de Runa para conquistar.
— ¿Ya estás despierto? — dijo al verlo abrir los ojos —. Esta vez te superaste, amigo. ¿Lograr que Ivo Lazzaro me contactara para ir a buscarte? — sacudió la cabeza con incredulidad —. Un sueño.
Era una noche fría. Runa llevaba una bufanda gris claro, una de las más baratas del supermercado, que había comprado porque su chico obsesión de turno, un manitas arreglatodo, la usó una vez, y ahora estaba empeñado en combinar siempre su ropa con él. En contraste, el abrigo negro que llevaba era tan absurdamente caro que, si los novatos lo supieran, probablemente llorarían ríos de sangre, ya que su valor igualaba, o incluso superaba, el precio del deseo que los había llevado a Rever.
— Va a nevar — comentó Runa mirando el cielo nocturno —. Debería hacer sopa para Eder; se enferma con los cambios bruscos de temperatura.
— ¡Dios, cállate! — Kiran luchó por soltarse de su agarre, pero el suelo parecía moverse y su vista estaba borrosa —. ¿Te va a abrir la puerta siquiera?
— Tengo una cita con él, para que lo sepas.
— ¿Y está a tu nombre o volviste a contratar a un novato para que le consultara a su hermano y engañarlos?
— ¿Y qué si no sabe que soy yo? — Runa lo miró sin el menor rastro de arrepentimiento.
Era un idiota. Ambos lo eran, en realidad. Runa, por ser tan patéticamente aferrado como para llegar al extremo de cambiar uno a uno envoltorios de chocolates finos por una marca barata solo porque su interés amoroso no aceptaba nada más caro de quince puntos. Y lo más económico que tenía Runa en su casa era, literalmente, la casa, otorgada por el sistema - y más recientemente, la bufanda-. Y Kiran, por llevar años suspirando por el mismo cretino emocionalmente deficiente. Por algo eran mejores amigos, sin duda.
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Rever Arcade
AdventureMabel quería dinero, una casa propia y felicidad. Aceptó entrar al mundo de juegos de Rever Arcade para buscar al hermano perdido de alguien, con la promesa de volverse ridículamente rica al terminar. Sin embargo, no esperaba acabar siendo dueña de...