A Evie Boo no le gusta esto

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Por supuesto, Mabel recordaba que el plan consistía en causar un daño lo suficientemente severo como para que se considerara una amenaza para la integridad del juego. Sin embargo, no esperaba que resultara tan... extremo.

— ¡La montaña está en llamas! — gritó un jugador que cruzaba el campo de batalla.

A pesar de todo, ni las criaturas mitológicas ni los jugadores detuvieron las peleas. Había demasiada rabia acumulada desbordándose de los corazones de todos. Algunos sin nada de sentido, por ejemplo, en medio del caos, Mabel alcanzó a distinguir a un par de hadas peleando entre ellas, a una mujer de ojos plateados reprendiendo a un hombre humano, a vampiros robando billeteras... El pánico solo afectaba a los recién llegados, quienes no entendían un carajo de lo que estaba pasando. Era un desastre absoluto, y lo único que se mantenía firme en medio de la locura era la horda de duendes organizados para proteger el palco de Ivo Lazzaro. Altos y bajos, hombres y mujeres, con caritas tiernas e ilusionadas, formaban un cerco de personas que resistían con firmeza los empujones con la única meta de impedir que la avalancha alcanzara la belleza que se ocultaba dentro.

Resultaba muy entretenido verlos defender a alguien que, francamente, parecía ser el menos necesitado de protección. Los duendes, comprometidos, feroces y asombrosamente audaces, eran dignos de aplausos. Sin embargo, también estaban bloqueando el acceso a la arcade. Mabel giró hacia el grupo de chicas de Estrella Doble que lloraban mientras hablaban por el walkie-talkie con Vanessa. Sostenían el comunicador con tanta fuerza que parecía que jamás lo soltarían.

No muy lejos, una pareja de jugadores, un chico y una chica, se refugiaba entre los árboles cercanos a Mabel.

— ¿Esto es realmente necesario? — preguntó ella.

El joven pasaba una cuerda entre las trabillas del pantalón de la chica y, acto seguido, hizo lo mismo con el suyo, atándolos por la cadera.

— ¿No escuchaste lo que dijeron? ¡Están secuestrando mujeres! Dicen que las jaulas pueden verse desde...

Bajó la voz al darse cuenta de que seguían en terreno peligroso. Se tomaron de las manos y corrieron hacia una zona más cercana al muro de duendes, que, en teoría, parecía el lugar más seguro. Maisie, Jade y el resto debían estar difundiendo en ese momento los rumores, que, en realidad, no eran rumores, ¿verdad? Eran la cruda realidad. Habían prometido hacerlo también fuera del juego, no para inflar la reputación de esos idiotas, sino para advertir a los demás, especialmente a los novatos. Si lo creían o no... bueno, eso estaba fuera de su control.

Lele trepó por la ropa de Mabel hasta alcanzar sus brazos. No solo había llevado a Thea de forma segura con su equipo, sino que tampoco quedaba rastro alguno que pudiera vincularla con la columna de fuego que ardía en la distancia.

— Gran trabajo — dijo Mabel, dándole una palmadita cariñosa en la cabeza —. ¿Aún tienes el walkie-talkie?

"Lele lo tiene" — contestó con orgullo. Aunque Thea, en su euforia, quiso arrebatárselo, nadie podía robarle algo a Lele. Entregó el aparato con una aura de satisfacción rodeándola.

— ¿Chicos? — habló Mabel a través de la radio —. La arcade está... custodiada...

Iban a reunirse para escapar lo más rápido posible y evitar que alguien los culpara, pero las cosas se estaban complicando. O tal vez no. Sus compañeros siempre encontraban soluciones de lo más... creativas para salir de apuros.

"... Gustav..."

Eso fue todo. Hazel no dio órdenes. Su tono no era una demanda.

"Entendido, señor" — respondió el mayordomo con un deje de mala gana en la voz.

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