Respirar no basta, hay que matarlos

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— Respira, vamos, un momento más así y la enfermera te tumbará al suelo para ponerte un respirador.

Eder obligó a Mabel a sentarse allí mismo, donde estaba parada mirando a Cereza, y a inclinar la cabeza entre las rodillas. Lele trepó por un costado hasta acomodarse entre sus brazos, ofreciéndose como sacrificio para que tuviera algo que sujetar.

— Esto no es tu culpa. No puedes controlar lo que otros hacen.

Lo sabía, claro que lo sabía, pero eso no la hacía sentir mejor. Eder apartó a la enfermera zombie que intentaba acercarse para sedarla. Su ataque de pánico aún era manejable, así que se limitó a palmearle la espalda y a hablarle con calma. Para Mabel, el piso giraba, el espacio se cerraba, y las voces en su mente repetían una y otra vez que ella había traído a ese par al equipo. La llamaban líder, pero sentía que había expuesto a su grupo a la posibilidad de ser traicionados. Quería creer que los demás respetarían los acuerdos como lo hacía ella, pero no podía esperar que todos tomaran las mismas decisiones. Aún era muy idiota.

Primero percibió el familiar aroma amaderado y herbal de Hazel antes de sentir su imponente presencia a su lado. Mabel levantó levemente la vista y encontró al moderador en cuclillas frente a ella, tan cerca que las puntas de sus pies casi se tocaban. Eder, con buen juicio, se retiró para darles algo de privacidad.

— ¿Cuál es el problema? — preguntó el rubio, clavando su mirada en los ojos enrojecidos de Mabel.

— ¿Qué parte no lo es? — intentó controlar los hipidos y recomponerse, pero su mente seguía divagando, viendo todo sin prestar verdadera atención a nada —. Gustav y... y C-cereza e-están — sollozó — heridos, y los tickets... el auto...

— Están vivos — aseguró Hazel —. El ave de fuego dejó de respirar de inmediato, así que no inhaló el veneno. Puedes verlo por ti misma.

Eder apartó a la obstinada enfermera, que insistía en alcanzar a la chica como un perro aferrado a su hueso, para que Mabel pudiera comprobarlo. Tal como dijo Hazel, Cereza aleteaba débilmente dentro de la caja, suave, pero vivo.

— El veneno de escorpión es potente, pero ya recibió el remedio adecuado. Pronto estará en perfectas condiciones.

Una pluma roja cayó del cuerpo del pajarito, aterrizando en la caja. Cereza se quedó mirando la pluma perdida con ojos asombrados. Después de un tiempo comiendo bien y recuperándose en el fuego, no pensó que esto volvería a ocurrir. Aunque sus ojitos se humedecieron, no se quejó, consciente de que Mabel lloraría aún más.

Desde la camilla, Gustav, con un respirador puesto, los miraba indignado. ¿Nadie iba a preguntar cómo estaba él?

— Es más probable que te ahogues en tus lágrimas antes de que ellos sufran secuelas — afirmó Hazel —. Respira lentamente.

— Respirar no basta — murmuró Mabel, aunque hizo un esfuerzo extra por relajarse. Si bien las lágrimas seguían cayendo, el temblor disminuyó. Podían golpearla, insultarla y menospreciarla, pero que lastimaran a alguien que amaba... Cereza era su mejor amigo. No solo no pudo protegerlo, sino que lo puso en peligro.

"Hay que matarlos" — coincidió Lele, atrapada en medio del íntimo intercambio.

— Necesitamos saber quién fue — comentó Hazel mientras se ponía de pie. Todos asumieron que tendería la mano a Mabel para ayudarla a levantarse, pero en su lugar se dirigió hacia la entrada de la tienda para dispersar al grupo de enfermeras asignadas al caso. Allí también estaban otros miembros del personal médico, cuchicheando entre ellos.

Mabel se quedó con la mano alzada y el ego por los suelos. Si ya eran ridículos todos sus conflictos internos, aquello lo hacía aún peor. Eder, muy consideradamente, le ofreció ayuda, pero ella la rechazó y se levantó sola, fingiendo que no había pasado nada. Caminó en línea recta, aunque tambaleante, hasta el lavamanos improvisado de la tienda. Ese lugar tenía mejores condiciones que el anterior en el que habían estado.

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