Lele puede

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Había un objetivo claro en la mente de Mabel: avanzar con urgencia en la investigación sobre Dean Bach.

— ¿El alcalde? — la ansiedad de Ryker le impedía permanecer sentado, así que empezó a caminar en círculos por la sala mientras hablaban.

Mabel asintió.

— Para salir de aquí, necesito entender qué causó la... ¿desaparición de los Gardner? — miró con incertidumbre a Hazel, pero no obtuvo respuesta —. Dean vino a ayudarlos a contener el problema. ¿Fue el problema lo que lo maldijo, o se maldijo a sí mismo, como dicen que ocurrió con los habitantes de la villa?

— ¿No hablabas con la casa? — preguntó Ryker, señalando una pared —. Pregúntale.

— Es que... — Mabel bajó la mirada, visiblemente apenada —. Creo que me va a dar mucho coraje lo que me diga — admitió, encogiéndose ligeramente —. Me agradan Timonet y Laurel, y temo que el enojo me impida pensar...

El equipo Dinamita Bombastic se había consolidado porque los tres compartían una forma peculiar de resolver problemas: a través de la violencia.

— Si tienes razón y el pueblo se maldijo a sí mismo — Tali cambió de tema abruptamente —, ¿por qué la respuesta a la maldición estaría en la mansión?

Oh, era cierto. Hazel había preguntado si Mabel resolvería la maldición. Al decir que no, Hazel comentó que, entonces, no necesitaban quedarse más tiempo allí. Mabel no había notado que el señor moderador seguía proporcionándole pistas sutiles, a pesar de afirmar que no intervendría. Incluso había puesto a su ayudante a preparar vendas protectoras para el grupo. ¿Estaba ganándose un lugar en el equipo Dinamita? La verdad, estaba haciendo muy bien su trabajo. Mabel no pudo evitar sonrojarse; aquella montaña rusa de emociones no podía ser saludable.

— Eh... — se encogió aún más al notar que todos la miraban, aturdida —. Yo, ah, ¿qué?

— ¿La mansión? — repitió Ryker, alternando su mirada entre ellos. Mabel, roja y temblorosa, se mantenía al filo del asiento, lo más lejos posible de Hazel. El joven señor permanecía tranquilo a su lado, sentado en la silla que Ryker había traído para él - nunca era tarde para hacer buenas migas con alguien que amenaza tu vida -, disfrutando del espectáculo mientras los demás corrían como cucarachas sin rumbo. Gustav mostraba sus emociones con más claridad, pero para Ryker, la calma del moderador seguía siendo más aterradora que la ira explosiva de su ayudante.

— ¿Los padres fueron el pago para que su hijo y mayordomo se quedaran en el pueblo? —preguntó Mabel a Hazel.

Después de un momento de silencio - que solo agregó tensión en sus nervios, ¿por qué seguía haciendo eso? -, Hazel asintió.

— No sé si decir que los "congela" en el tiempo, más que darles lo que desean, como salud o... ¿tranquilidad? Pero lo que sea que Astarté hace, les dio suficiente esperanza para creer que podían curar a su hijo, y por eso... se entregaron.

— O quizá no les dejaron otra opción — murmuró Tali, sombría.

El moderador seguía sin hablar, pero, bajo la luz de la lámpara de aceite, su cabello y ojos parecían brillar, y los hoyuelos de sus mejillas se acentuaron. Parecía encantado con las deducciones de Mabel, lo cual solo la puso más nerviosa.

Ryker, que ya estaba demasiado viejo para soportar cómo un cerebro enamorado se desmoronaba - y más aún si ese cerebro era su esperanza para salir de ese espantoso juego -, decidió intervenir.

— Perfecto, quedó todo claro. Vamos por el alcalde — sentenció, dando una palmada en la mesa y señalando la puerta.

Tres personas se levantaron de sus asientos. Ryker y Gustav observaron con diferentes grados de horror cómo Hazel se ponía de pie.

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