Febrero 22 | Alex

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𝑳𝒖𝒏𝒆𝒔 

–Lo siento, no quería despertarte –habla en voz baja el doctor.

–No se preocupe. No estaba dormido.

– ¿Duele aún? –pregunta el hombre calvo señalando la cabeza de Alex.

–Sí.

–Tranquilo, tienes una contusión leve. Te recetaré unos analgésicos para contrarrestar el dolor y unas pastillas para que puedas dormir –dice y Alex asiente levemente–. En verdad tuviste mucha suerte. Lamento lo de tus padres.

–Gracias –susurra cabizbajo.

–En un momento vendrá una enfermera para ayudarte a ponerte de pie. Espero que te mejores pronto Alex –da una palmadita en su hombro y camina hasta la puerta de la habitación, se gira para verlo por última vez, y se va.

***

–Eso es, ¿ves que puedes hacerlo?

Johanna, la enfermera lo sostiene con fuerza para que este pueda ponerse de pie, con ayuda de las muletas que le trajo. Esta mañana será dado de alta y al recordar la propuesta de Felipe de vivir con él, se ha puesto a pensar en que no quiere ser un estorbo para él y su familia. Siempre le ha gustado hacer todo por sí solo, y esta vez no será la excepción.

–Gracias –responde casi sonriendo.

– ¿Listo para salir de aquí? –la voz de Felipe resuena en la blanca habitación.

–Ya casi lo está –comenta Johanna y el hombre sólo puede sonreír al verlo fuera de la camilla. Camina hacia él para poder observarlo de cerca.

–Mejorarás pronto Alex –dice poniendo una mano sobre su hombro.

–Gracias –murmura con timidez.

–Oh sí, te traje esto –vuelve a decir Felipe sacudiendo una bolsa delante de él–. Vístete, cuando salgamos de aquí, pasaremos por tu casa para que tomes tus cosas.

–Bien, puedo hacerlo solo –admite mirando a ambas personas a la vez.

–Claro, nosotros... te dejamos solo.

<<Línea de división>>

Al quedarse solo, Alex se tumba sobre el sillón que está al lado de su camilla. Toma la bolsa y de esta saca unos pantalones de algodón, primero la pierna derecha y luego con cuidado y sin hacerse daño, la izquierda, donde el pantalón queda remangado hasta la rodilla. Continúa con la camiseta. Finalmente saca las deportivas blancas y se calza sólo la del pie derecho.

Al terminar toma las muletas y se pone de pie sosteniéndose del sillón. Con cuidado anda hasta la puerta. Se acerca a esta con cautela y puede reconocer la voz de Felipe afuera.

–Sí, tiene la pierna enyesada. Será mejor que preparen la habitación de invitados. Pide a las niñas que te ayuden.

–Genial, ahora tendré que soportar a unas niñas –susurra para sí mismo.

La perilla de la puerta empieza a girar y esta se abre, Alex retrocede un poco, entonces choca con la mirada inquisitoria de Felipe. Entiende qué es lo que quiere saber.

–Solo practico –miente levantando la muleta derecha. El hombre le dedica una sonrisa.

–Bien, ya recogí tus medicamentos. Salgamos de aquí –dice Felipe y se hace a un lado para que Alex pueda salir.

El muchacho trata de seguirle el paso al hombre, que va unos metros delante de él. Le es imposible aún, pero sabe que se acostumbrará, aun así espera no tener que usarlas mucho tiempo.

El coche patrulla está estacionado fuera del hospital. Pero la prensa local yace fuera también, al salir Alex corren a abordarlo, Felipe les prohíbe acercarse a él, pero un insistente camarógrafo intenta obtener una toma cercana del rostro del joven con moretones, este se tambalea estando apoyado únicamente sobre su pierna ilesa muy incómodo por la falta de respeto.

–Alex, ¿cómo te sientes? Lamentamos tu gran pérdida. ¿Podrías decirnos qué sentiste al ver el cuerpo de tu padre, sin vida? –le interroga un periodista con una prominente barba, sin detenerse a pensar en las crudas palabras que usa, ni en lo que le hace sentir al muchacho.

– ¡Basta, aléjese! –espeta Felipe con la expresión dura. 

Con prisa ayuda a Alex a subirse, la sensación al montarse nuevamente a un auto, es extraña. Más aún a un coche patrulla, pues únicamente se había subido a uno junto a su padre. Los recuerdos golpean su mente otra vez, le ha pasado dos veces desde que despertó acostado en la camilla de la insípida habitación de hospital.

El trayecto a casa, le causa pesar y un gran vacío en el pecho. No quiere derrumbarse frente a un desconocido, solo quiere llegar hasta su habitación para hacerlo sin miramientos, llorar como no lo ha podido hacer hasta ahora. Necesita sacar todo el dolor que siente, sabe que unos diez minutos en los que "hará sus maletas", no serán suficientes, pero lo va a intentar.

El auto se detiene frente a su casa, la casa en la que ha vivido por casi seis años. No se siente listo para dejarla, no sería tan difícil si tuviera a María a su lado, acariciando sus mejillas y diciendo con su suave voz que todo estará bien. Sale del auto con ayuda de Felipe que ya sostiene ambas muletas bajo su brazo. Se las alcanza y Alex las toma. Ahora, ahí fuera del auto, frente a su casa, todo parece más grande. Suspira pesadamente y toma valor para andar hasta la puerta.

–Las llaves están bajo el tapete –le indica al hombre.

Felipe se inclina y las toma, las introduce en la cerradura y la puerta se abre. Lo primero que Alex reconoce al entrar, es el sutil olor del perfume que su madre llevaba el sábado por la noche. Las lágrimas saltan, ya no las puede contener más. Al haber adelantado unos pasos a Felipe, no se siente avergonzado por llorar. Pero los sollozos se hacen fuertes. Baja la mirada y cierra los ojos, las lágrimas resbalan por sus mejillas y siente una mano grande sobre su espalda.

–Alex... –empieza a decir Felipe.

–No –le interrumpe, gira para encontrarse con la mirada llena de pena del delgado hombre–. No necesito que sienta lástima por mí –concluye y se echa a andar escaleras arriba, tan rápido como las muletas y su torpeza con ellas le permiten.

Todo por AlexDonde viven las historias. Descúbrelo ahora