𝑳𝒖𝒏𝒆𝒔
–Soy Alexandra –anuncia después de tocar la puerta.
–Un momento por favor –escucha la voz del chico al interior de la habitación–. Puedes pasar –empuja la puerta con confianza dejando ver a Alex de espaldas a ella, con el torso descubierto.
–Puedo volver... luego –sugiere dando la vuelta.
–Quédate –le pide el chico, Alexandra se adentra más en la habitación apenas iluminada por la lámpara dejando la puerta entreabierta–. ¿Pasa algo? –inquiere.
–Quería asegurarme de que estás bien –trata de disculparse sin poder olvidar el incidente de la tarde–. Lamento haber caído de esa manera sobre ti –baja la cabeza algo avergonzada.
–Ya te disculpaste por eso Alexandra y ya te dije que estoy bien –se sienta sobre la cama y señala sus piernas con la mirada –. Como nuevas –comenta intentando sonreír.
–Supongo que quería hacerlo de nuevo.
–Gracias por venir, si no lo hubieras hecho habría ido yo por ti –le mira de soslayo.
–¿A verme? –pregunta con el ceño fruncido a lo que él asiente–. ¿Para qué? –inquiere acercándose a paso lento hacia él.
–Para agradecerte por acompañarnos –dice con evidente sinceridad.
–Creí que no te había agradado que fuera con ustedes –comenta sentándose a su lado en el suave colchón.
–No quería que te involucraras –titubea bajando la mirada hacia sus cruzadas manos sobre su regazo.
–¿Involucrarme en qué? –insiste realmente confundida por la sobreprotección de Alex hacia ella–. ¿A qué fuimos hasta el kilómetro veinticuatro? –pregunta con los ojos fijos en él.
–Bien –resopla–, supongo que ya es hora de que te lo diga. Te habrías enterado de todas formas, así que prefiero que sea por mí. ¿Recuerdas lo que dije ese día en el consultorio?
–¿Lo de mentir sobre la terapia? –ladea la cabeza examinando minuciosamente las expresiones que reflejan el rostro del muchacho.
–Sí, que había cosas que no podía contarte...
–Ya recuerdo –asiente sosteniéndole la mirada.
–Pues, se trataba de esto –explica pausadamente.
–¿Podrías ser más claro? Sigo sin entender nada –confiesa con desaliento.
–Fuimos allá en busca de pistas –responde desviando la mirada de la castaña.
–¿Pistas sobre lo que te pasó? Pero si solo fue eso, un accidente –suelta sin pensarlo dos veces.
–No fue solo eso Alexandra –replica con expresión seria alejándose un poco de ella dejándole con más dudas sobre lo que pasó aquella noche.
–Lo siento, no, no me refería a eso Alex –dice a modo de disculpa–. Pero, ¿qué pistas buscas? El auto de tu padre... –se detiene a pensar en lo que dirá a continuación, no quiere empeorar el asunto–, se desvió de la carretera por la lluvia.
–No fue un accidente –recalca evidentemente afectado–. No fue como lo pintaron en las noticias, no fue provocado por la lluvia.
–¿Qué me estás contando? –pregunta alarmada.
–Estuve al kilómetro veinticuatro en busca de cualquier cosa que me asegure que no estoy loco, yo sé lo que vi esa noche –murmura aturdido.
–Y, ¿qué fue lo que viste Alex?
–Lo que ocurrió esa noche no fue un accidente. Alguien nos chocó por detrás, alguien nos quería muertos –sus ojos se cierran con fuerza, su mandíbula se tensa y su respiración se vuelve irregular; algo que puede notar por el inconstante sube y baja de su pecho.
–Alex –susurra sin contemplar explicaciones, sencillamente no puede darle crédito a lo que escucha. Y aunque no puede ver su propio rostro, juraría que su expresión es indescifrable.
–Y lo logró –habla con dificultad–, al menos con mis padres.
–Alex –musita sintiendo un nudo en su estómago–. Si alguien quiso hacerte daño esa noche y no lo consiguió, ¿no crees que volverá a intentarlo? –pregunta triangulando sus dudas con las respuestas que el pelinegro le aclara.
–Es posible, y es por eso que no quiero te que involucres Alexandra. Fuiste de gran ayuda hoy pero no valió la pena ir hasta allá. No conseguí nada y solo logré exponerte –esconde su rostro entre sus manos.
–Quizás sí... –balbucea recordando la razón por la que está allí–. Quizás sí valió la pena –dice sacando la bolsa de papel del bolsillo de su blazer de uniforme.
–¿Qué es esto? –duda cuando la chica se la alcanza.
–Hay algo dentro, míralo –le incita. El chico duda por un instante, pero luego saca la cadena con algunas migajas de pan–. Lo siento, no tenía donde guardarlo.
–¿De dónde la sacaste? –interroga observando minuciosamente la cadena estilo militar.
–La encontré a un lado de la carretera muy cerca de donde nos caímos, entonces la tomé. Pensé que podría ser tuya, o bien, de tu padre –sugiere y al instante se sobresalta cuando escucha a alguien aclararse la garganta tras ella.
–Alexandra, ¿qué haces aquí? –Carla yace parada en el umbral de la puerta, con los brazos cruzados–. Llevo un rato buscándote, la cena está lista. Acompáñanos Alex –dice con una sonrisa modesta.
–En un momento vamos –dice Alexandra hablando por ambos.
–Ahora –dice autoritariamente. Entonces se levanta sin protestar con la intención de seguir a su madre.
–Alexandra –le detiene el pelinegro–. ¿Me das tu móvil? –le pide en un susurro amable amabilidad.
–Claro –accede sin pensarlo dos veces, lo desbloquea y se lo ofrece a Alex que teclea rápidamente con los dedos. –Listo, ya tienes mi número. Y yo... –musita cuando su teléfono empieza a sonar sobre la mesita de noche–, ya tengo el tuyo.

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Todo por Alex
Novela JuvenilAlex Noriega lleva una vida normal, como la de cualquier adolescente, le va muy bien. Pero todo cambia repentinamente al sufrir la tragedia más grande de todas. Tras perder a sus padres en extrañas circunstancias, su vida no vuelve a ser la misma...