Mayo 02 | Alexandra

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𝑳𝒖𝒏𝒆𝒔 

La presión por no haber sido de verdadera ayuda para cualquiera que hubiese sido el propósito de Alex, recae sobre sus hombros haciéndole sentir completamente exhausta. Toma su mochila de sobre el pasto y empieza a caminar en silencio siguiéndole el paso a los chicos que le llevan ya, algo de ventaja.

Ver a Alex repentinamente animado, solo logra inquietarle todavía más. Puede percibir que detrás de esa sonrisa inexpresiva y, en parte fingida, trata de decir algo más. ¿Por qué actúa de esa manera? ¿Por qué pretende que todo está bien cuando es claro que no es así? ¿Finge porque ella está allí presente? ¿No puede ser él mismo si no es en su ausencia?  

Muchas preguntas se formulan en su cabeza y se ocultan en el silencio que se ve obligada a mantener para no romper la tranquilidad que parece establecida en la conversación que sostienen ambos chicos y de la cual no forma parte.

Camina sumida en sus pensamientos mientras con la mirada recorre el lugar del accidente, una terrible sensación recorre su cuerpo al saber que dos personas murieron ahí. En ese momento no puede hacer más que añorar a sus padres como nunca antes lo había hecho. No puede imaginar la vida sin ellos y se pregunta ¿Cómo es que Alex puede?

Un fuerte crujido le hace volver a la realidad, se detiene cuando siente un pinchazo bajo sus zapatillas. Cuidadosamente da dos pasos hacia atrás y observa lo que parece ser sangre, oscura y seca. Asustada empieza a agitar sus zapatillas para quitar los restos de vidrio.

Más de un cristal cae de la suela, pero no es lo único. Extrañada observa como cuelga una cadena, de inmediato la sujeta fuerte y la saca de la suela de la zapatilla. Es una placa militar de plata, similar a la que le pareció ver una vez entre las cosas de su padre. La alza en el aire y puede notar lo sucia que se encuentra.

–¡Vamos Alexandra!, aligera el paso –exclama Matheo.

–Ya voy –responde, mirando lo lejos que se encuentra de ellos. Busca en el bolsillo del blazer algo donde pueda guardar el collar. Encuentra únicamente la bolsa de papel de su almuerzo y es ahí donde la guarda.

–Alexandra, ¿pasa algo? –le pregunta Alex alzando la voz. La castaña corre hasta alcanzarles.

–Qué rápido caminas eh –comenta a su lado–. ¿Lo ves Math? Parece que nunca se hubiera fracturado –habla de lo más natural, ignorando por completo su reciente hallazgo.

–Lo siento Alexandra, pero esta vez no tienes razón. Tú tardaste mucho –explica el chico de ojos verdes.

–Y ya podrías ir pensando en lo que te propuse por la mañana –comenta el moreno, pero retrocede en su propósito ante la mira desaprobatoria de Alex–. Bien, no lo mencionaré otra vez.

–Oh, no se molesten por mí. Pueden hablar de lo que sea –dice la castaña a la defensiva.

–Descuida, no es por ti –menciona Matheo–. Alex es... reservado –dice bajando la cabeza.

En ese instante su memoria recuerda la conversación del sábado y para no incomodar más a Alex prefiere no insistir con el tema y solo asiente ante las palabras del adolescente.

Convenientemente, su teléfono móvil empieza a vibrar dentro de su blazer. Al instante toma la llamada sin percatarse del nombre en la pantalla.

–¿Hola? –dice cubriéndose del imponente sol, con la mano.

–¿Alexandra? ¿Dónde estás? –pregunta Mara al otro lado de la línea.

–Estoy con Sara en el centro comercial, mamá lo sabe–responde alejándose de Alex y su amigo.

–Qué curioso –comenta con sorna–, porque acabo de verla pasar justo enfrente de mí con un chico muy guapo –la castaña se sorprende ante la declaración de su hermana.

– ¿De qué estás hablando? –inquiere–. ¿Lo conoces? 

–Puedo averiguar de quién se trata, pero ya conoces las reglas –le advierte.

–Te debo una por esta –se compromete cuando se halla descubierta y sin posible escapatoria. Corta la comunicación y corre hacia Alex que ya se encuentra fuera de un restaurante.

–Después de ti –le dice a la castaña abriendo la puerta.

–Gracias –sonríe la chica antes de cruzar el umbral de la puerta–. ¿Te encuentras bien? –pregunta nuevamente bajando la vista hacia la pierna de Alex.

–Lo estoy –sonríe cálidamente provocándole real tranquilidad.

–Hey –le regaña su amigo por cerrarle la puerta en la cara–. No te olvides de mí –le despeina el oscuro cabello.

–Lo siento –dice riendo–. Ahí está bien –sugiere señalando una mesa vacía.

–Lo que tú digas –acepta Matheo caminando con prisa hacia la mesa–. ¿Mesero? –pregunta en voz alta–. ¿Hay algún mesero o mesera en este lugar?

–Claro que sí, sé paciente Math –le aconseja sentándose frente a él.

–Es que, realmente estoy hambriento –dice resoplando fuertemente apoyando ambas manos sobre la blanca y redonda mesa.

–Buenas tardes –escucha tras él–. La carta –dice ofreciendo una a cada uno–. Hey, tú otra vez por aquí –dice el muchacho mirando directamente al pelinegro.

–Que buena memoria –comenta Alex tomando la cartilla.

–Ya, es que no viene gente de nuestra edad por aquí –dice mirando a su alrededor–. No viene mucha gente en realidad.

–¿Otra vez? –inquiere Matheo frente a él.

–Ya te contaré luego –dice con prisa para tranquilizarle–. Te llamaremos cuando estemos listos para ordenar –murmura refiriéndose al mesero.

–Para servirles –dice haciendo un ademán con la mano y se marcha rápidamente.

–No sé qué elegir –balbucea el moreno frotándose la barbilla–. ¿Hace cuánto estuviste aquí? –curiosea sin quitar los ojos de la cartilla.

–Vine a comer hace unas semanas –contesta sin más.

–¿Con Eva? –vuelve a preguntar y Alexandra se remueve en su asiento, intentado no prestar demasiada atención a la surgiente conversación. 

–Claro que no, sabes que no he vuelto a quedar con ella desde la cena con... –se queda en silencio un momento–. Ya lo sabes –sentencia muy serio.

–¿Entonces viniste solo? –cuestiona sorprendido.

–No, no vine solo.

–¿Entonces? Vamos Alex, deja el misterio –dice impaciente.

–Me reuní con alguien, es todo lo que tienes que saber–parece que a toda costa intenta zanjar el tema.

–Ya se los dije, pueden hablar de lo que sea. Que yo no sea un problema –insiste Alexandra algo incómoda.

–No –siente una mano presionar la suya por debajo del blanco mantel que cubre la mesa–, tú no eres ningún problema Alexandra –le asegura Alex.

Todo por AlexDonde viven las historias. Descúbrelo ahora