Abril 17 | Alex

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𝑫𝒐𝒎𝒊𝒏𝒈𝒐, 9:59pm

– Sí, no sé lo que se siente. Solo sé que, aunque no los puedas ver más, ellos siguen contigo...

No sabía que necesita tanto esas palabras, hasta que las escuchó. Agradece interiormente, pero siente la necesidad de tomar la cálida mano de la castaña para hacerle saber lo que siente.

Opta por el silencio y solo mira fijamente a la chica frente a él, que a pesar de la débil luz que emana su móvil, puede apreciar de la misma manera que cuando está expuesta al sol.

Ninguno menciona nada, solo se miran, mientras mantienen sus manos una sobre la otra encima de su pecho, exactamente donde se encuentra su corazón, que con cada segundo que pasa, palpita más notoriamente.

– Alex... –susurra la castaña sin apartar la mirada de él. Este se levanta de pronto y coge el móvil del suelo.

–Deberíamos usar el tuyo –sugiere extendiendo la mano esperando el móvil de Alexandra. Esta lo busca en su pequeño bolso de mano y se lo entrega.

Después de encender la linterna, lo deja sobre el piso. Como puede, salta con el pie que no tiene la férula hasta una cómoda de madera donde recuerda tener un reproductor de música que su madre le regaló cuando cumplió quince años.

Ruega internamente porque aún funcione, pues no lo ha probado en mucho tiempo. Al tocarlo, nota una leve capa de polvo que sopla fuerte para disipar.

Coloca el iPod y "More than words" empieza a escucharse en la habitación. Sonríe orgulloso y se dispone a regresar a dónde estaba, junto a la castaña. Al llegar a ella, extiende su mano y la chica la toma, algo confundida.

–¿Es broma? –Alexandra lo mira con sorpresa.

–¿La conoces? –pregunta apoyándose en la cómoda. 

– Alex, ¿qué...? –susurra la castaña–. Amo esa canción –dice esbozando una amplia sonrisa.

– ¿Te gustaría bailar? –pregunta sin verla directamente–. Sé que así no puedo, pero... –dice mirando sus muletas al otro lado de la habitación. 

–Yo... no, no sé –balbucea con notorio nerviosismo.

–Ya, yo tampoco –dice tranquilamente tomando la mano libre de la castaña y colocándola sobre su hombro izquierdo–. Pero quiero intentarlo –susurra a unos centímetros de ella.

–Bien, pero deja que yo te sostenga –sugiere sujetando la cintura del chico por debajo del saco negro y un poco grande que sigue vistiendo.

A pesar de la torpeza causada por la férula, él intenta moverse al lento ritmo de la música seguido de Alexandra, que sonríe nerviosa.

– ¿Hace cuánto que no bailas? –pregunta la chica de ojos café sin soltarle de la mano.

–Hace bastante... –contesta desanimado.

–¿Exactamente...? –insiste.

–Un par de meses –dice manteniendo el equilibrio–. En el cumpleaños de mi madre, fue la última vez.

– ¿No bailas desde entonces? –vuelve a preguntar curiosa.

–Así es –menciona rodeando el cuerpo de la chica con el brazo y le hace dar una vuelta. La castaña sonríe sonrojada–. Descubrirás que no soy muy hábil para esto del baile.

–Pues si no lo hubieras mencionado, ni siquiera lo habría imaginado.

–No trates de halagarme.

– ¿Quién te enseñó?

–Mi madre –balbucea, recordando a María con un vestido de rosas rojas–. Era maestra, así que básicamente todo lo que sé, ella me lo enseñó –confiesa con el pecho encogido.

La música y la tenue luz del móvil de Alexandra vuelven el ambiente cálido, como normalmente el chico había sentido las veces que estuvo ahí con sus padres. Pero con la diferencia de que esta vez se encontraba en compañía de una chica que apenas conocía.

En su mente, un conflicto se hacía presente. No tenía claro porqué se sentía extraño, y le extrañaba sobremanera que no fuese una sensación desagradable, muy por el contrario; sentía la tranquilidad que le arrebataron hace unos meses los hechos que se fueron suscitando.

–Alex –murmura de repente la castaña, el pelinegro gira buscando el rostro de Alexandra hasta que da con él.

– ¿Si? –pregunta en un susurro incitándole a hablar.

– ¿Por qué yo? –cuestiona frunciendo el ceño.

– ¿Por qué tú... qué? No lo entiendo –confiesa negando con la cabeza.

– ¿Por qué me permites conocer este lugar?–empieza a decir, a lo que él asiente–. Si este lugar le pertenecía a tu madre, ¿no es muy personal para ti? 

–Sí... –murmura sin saber a qué punto trata de llegar Alexandra–. Pero mi madre ya no está aquí, creo que está bien enseñarle este lugar a alguien más. Creo que ella estaría de acuerdo.

–¿Entonces tus amigos también han estado aquí? –indaga más sin dejar de llevar los pasos del pelinegro haciendo más fuerte el agarre en su cintura.

–No –dice apretando a Alexandra por los hombros para no caer–. No he traído a nadie más aquí.

–¿Por qué?

–No he estado aquí desde hace mucho tiempo, y mi madre era la única persona con la que venía. Supongo que quería mantener ese recuerdo. 

–¿No preferías mantenerlo así? ¿A ella como tu único recuerdo aquí? 

–Eso creí durante este tiempo, incluso mientras caminábamos hacia aquí no estaba convencido de si era o no una buena idea –explica abiertamente–. Pero, no quiero solo recordar a mi madre, porque es difícil hacerlo. Sino a ti también, que no lo es para nada.

– ¿Quieres recordarme porque no es difícil pensar en mí? –deja de seguir los pasos del pelinegro y se separa unos centímetros más de él.

–No es difícil pensar en ti, es difícil dejar de hacerlo –confiesa en un susurro.

– ¿Pi... piensas en mí? –pregunta tartamudeando.

La música se detiene en un momento oportuno, podría simplemente evitar contestar con la excusa de colocar otra canción.

Alex sabe perfectamente la respuesta a esa pregunta, pero no está muy convencido de querer que la castaña la conozca, cohibido de repente por la confianza que mostró antes. Intenta ir hacia donde se encuentra el reproductor, pero Alexandra le detiene tomándole del brazo.

– Alex...

– A veces –susurra, regresando–. A veces lo hago –confiesa manteniendo a la chica cerca de él.

Alexandra parece nerviosa pero extrañamente, satisfecha con la respuesta.

Todo por AlexDonde viven las historias. Descúbrelo ahora