𝑺á𝒃𝒂𝒅𝒐
– ¿Cómo sigues? –le pregunta el chico.
–Bien supongo –responde desganada.
–Va a estar bien –le rodea con el brazo, por lo hombros acercándole más a él.
–Debí haberte escuchado, debí aceptar... –se empeña en seguir repitiendo.
–Basta Alex, no te lamentes más. Lo que pasó no fue culpa de nadie, no tenías manera de saber que algo como eso le pasaría –le consuela, pero para Alexandra sigue sin ser suficiente.
–Pero... pude haberlo evitado –niega con la cabeza, recostada en el pecho del muchacho.
–No, no. ¿Y si algo te pasaba a ti? ¿Qué hubieras hecho entonces? –suelta bastante serio–. No soportaría la idea de que algo parecido te pasara, de verte en una camilla en este lugar –la abraza con más fuerza.
–Lo siento –susurra–. No sé de qué otra manera sentirme.
–Solo ten paciencia, él saldrá de esta situación. ¿Acaso lo olvidas? Ha sobrevivido a un accidente –dice irónico.
–No es nada gracioso Adri...
–Ya –le suelta sutilmente–. ¿Ya comiste algo?
–No tengo apetito.
–Vamos a comer algo. Y... –se pone de pie y levanta el dedo índice colocándoselo entre los ojos–. No acepto un "no" por respuesta.
–Vamos, no me obligues a levantarme. Me siento bien aquí.
–Le dije a tu madre que te cuidaría, y eso trato de hacer. Vamos Alex.
El teléfono móvil empieza a vibrar dentro del bolsillo de su campera amarilla. Es un mensaje de texto que abre rápidamente sin siquiera ver el nombre del contacto:
"¿Puedes volver? Alex ya despertó."
–Ya despertó –susurra emocionada, mirando al chico.
– ¿Qué?
–Alex, ¡ya despertó!
– ¿Qué estás esperando? Ve a verlo –le incita con una gran sonrisa en el rostro.
Sin responder, se pone de pie y corre apresuradamente al interior del hospital esquivando a las personas que en su camino va encontrando.
La puerta de la habitación está abierta pero no se anima a entrar aún. Se acerca lentamente hasta que puede escuchar las voces al interior de esta.
Recostada en la puerta, puede ver a su madre cerca del muchacho. Al instante sus miradas se cruzan, entonces ve a Alex sonreír como nunca lo había hecho: una sonrisa amplia, limpia de culpas y con la libertad de poder existir. Atina a corresponder sonriendo también, completamente segura de que aquello, solo es el comienzo de algo grande.
–Deberías saludarle también –le dice la rubia al pasar por su lado, rozándole el hombro.
Cuando todos salen de la habitación, se siente con la libertad de acercarse hasta donde el pelinegro sigue acostado.
–Hola –murmura tímida rodeando la camilla hasta llegar a su lado.
–Hola –responde él rápidamente.
–El doctor vendrá en unos minutos –anuncia y escucha el largo suspiro del muchacho–. Supongo que ya quieres salir de aquí.
–No te imaginas cuánto –dice con las manos descansando cruzadas sobre su abdomen envuelto también en vendas.
–Quizás mañana ya estés en casa –le anima.
–Eso espero. No es nada cómoda esta camilla –dice divertido.
–Ya –sonríe sin saber que decir–. Oye Alex –agacha la cabeza algo insegura de lo que quiere decirle, pero siente la fulminante mirada del chico–. Me asusté mucho cuando te vi. No sabía qué hacer, no sabía lo que te había pasado y no tenía ni idea de lo que te pasaría después –habla atropelladamente.
–No pre... no pretendía asustarte.
–La verdad es que me siento un poco culpable...
– ¿Culpable? –cuestiona extrañado–. ¿Por qué?
–De lo que te pasó –suelta y siente la mano de Alex, presionar la suya y da un respingo. Pero extrañamente ese gesto le invita a seguir hablando–. Si hubiese aceptado tu ayuda, habría ido contigo y hoy no estarías aquí.
–No, no digas eso. No tienes la culpa de que esos hombres me golpearan. ¿Qué hubiera pasado si nos golpeaban a ambos? Yo no soy útil si no puedo defenderme ni siquiera a mí mismo.
–Pues... no habríamos regresado a casa por el camino que elegiste, eso es seguro –intenta bromear.
– ¿Y tú que sabes sobre el camino que tomé para ir a casa? –contraataca hábilmente.
–Lo siento –se disculpa inconscientemente.
–No te disculpes por eso –retira su mano de manera sutil–. Por lo que sí deberías disculparte es por enviarme a una habitación del segundo piso.
– ¿Qué? –se palmea la frente–. Ya casi lo olvidaba. Perdóname por pensar en mis intereses más que en tu pierna.
– ¿Tus intereses? –pregunta con verdadera curiosidad.
La puerta se vuelve abrir y aparece un hombre de bata blanca sosteniendo un tablero para escribir en la mano.
–Oh Alex, no pensé que tuvieras compañía –dice el hombre arrastrando las palabras–. Volveré en unos minutos –indica acomodándose las gafas.
–No –se anticipa Alexandra–. Yo me voy –sale de la habitación para evitar más preguntas por parte de Alex–. Hasta luego –le dice al doctor antes de cerrar la puerta tras ella.

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Todo por Alex
Teen FictionAlex Noriega lleva una vida normal, como la de cualquier adolescente, le va muy bien. Pero todo cambia repentinamente al sufrir la tragedia más grande de todas. Tras perder a sus padres en extrañas circunstancias, su vida no vuelve a ser la misma...