Abril 15 | Alexandra

871 83 0
                                    

𝑽𝒊𝒆𝒓𝒏𝒆𝒔

La porcelana blanca del suelo le provoca jaqueca en lugar de tranquilidad y los pasos de su madre andando de un lado a otro, solo aumentan la presión en sus sienes.

–Ya basta –le dice con voz apenas audible.

–Solo está nerviosa... como todos –contesta su hermana a su lado.

–Ya –se levanta aún con los brazos cruzados para evitar la fría brisa de otoño que entra a través de la ventana entreabierta.

– ¿A dónde vas? –pregunta Carla.

–A donde sea, menos aquí.

Empieza a andar sin tener una idea clara de a dónde ir y la incesante palpitación en sus sienes, empeora todo cien veces más.

Al iniciar la semana, no tenía pensado terminarla en un hospital. Los recuerdos de las dos últimas dos horas se repiten una y otra vez en su mente.

Dos horas antes...

–Anda, llama a emergencias ¡Rápido Mara! –se coloca el buzo y las deportivas lo más rápido que puede y sale con prisa de la habitación, no sin antes tomar el teléfono de sobre el escritorio.

Al bajar las escaleras, escucha al coche patrulla estacionarse fuera de casa. Mara abre la puerta y la castaña ve a su padre entrar con prisa, pasando de ella por completo.

Se acerca a él, y le ayuda con el muchacho que yace sobre el sofá. A los dos minutos, Felipe sale con Alex en los brazos.

–Vamos cariño, ayúdame –escucha que le dice a su madre. Carla abre la puerta del coche patrulla y espera a que Felipe deje al muchacho adentro.

–Vamos niñas, nos vamos al hospital –dice corriendo al Chevrolet estacionado frente al porche.

–Apresúrate Alex –le pide Mara.

–Sí... espera –susurra–. El móvil de Alex, se quedó aquí –lo toma del suelo y lo desbloquea deslizando su pulgar por la pantalla. Sorprendida nuevamente porque el móvil sigue sin tener clave.

En la pantalla aparece una foto de Alex sonriendo. No parece ser reciente, ahora lleva el cabello corto y no sonríe casi nunca.

–Sus amigos deben saber –dice revisando en móvil. Entre los contactos recientes encuentra los números de sus amigos y marca el primero de la lista, entonces una chica responde al otro lado.

– Alex, ya basta de hacerme esperar –reprocha molesta.

–Soy Alexandra –dice con la garganta seca.

– ¿Dónde está Alex? 

–Le llevaremos al hospital. Alguien lo golpeó. 

10:36pm

–Oye espera –dice alguien a sus espaldas.

Gira y se encuentra con la rubia que acompaña casi siempre a Alex. Parece agotada, como si le hubiera estado siguiendo desde hace un buen rato.

–Gracias por avisarme –sorbe su nariz con la manga de su sudadera.

–No hay de qué.

–Alexandra, sé que apenas nos conocemos, pero... ¿podría hablarte un minuto? Estoy muy ansiosa –agacha la cabeza como sintiendo vergüenza– Y Alex siempre me ayuda cuando eso me pasa.

–Sí..sí, claro –acepta sintiéndose del mismo modo. Empiezan a caminar juntas, pero continúa sin saber a dónde ir.

– ¿Vamos a la cafetería? –pregunta la rubia como contestando a su duda mental. La castaña asiente con la cabeza y se dirigen hacia el lugar sin mencionar otra palabra sino solo al llegar.

–Estaba preocupada por él –empieza a decir Jessica mientras calienta sus manos con el vapor que emana la taza de café que compró hace unos instantes–. Pero no imaginé algo como esto. Desde donde recuerdo, siempre le he pedido que me marque cada vez que llegue a casa. Pero casi siempre lo olvida.

–Díselo a mi madre –comenta–. Le pasa lo mismo conmigo, creo –le sonsaca una sonrisa a la chica.

–Él y tú se llevarán muy bien –menciona cabizbaja.

– ¿Quién? –inquiere la castaña confundida.

–Alex y tú –responde obvia y Alexandra siente una sensación de alivio de que alguien que conoce muy bien al pelinegro piense eso.

–No lo entiendo... –continúa escondiendo la cara entre sus manos cruzadas sobre la mesa–. Primero el accidente, sus padres y ahora esto. ¿Quién busca hacerle tanto daño? Alex nunca ha lastimado a nadie, siempre ha cuidado de la gente a su alrededor –explica con rencor.

–También quisiera saber –murmura con incertidumbre.

–No debí haberlo dejado con Alessia, tenía que quedarme en el colegio–solloza.

–No estoy entendiendo.

–Lo dejé con una compañera de nuestra clase, pero yo debí haberme hecho cargo.

–¿Dejarlo? ¿Por qué se quedó Alex después de clases?

–Morris, el director, dio una charla sin ningún motivo aparente. Solo porque se le antojó dar una maldita charla para los estudiantes que hacen su proyecto sobre el Valle Dorado. Debí cancelar esa cita y quedarme –habla atropelladamente.

–¿Por qué Alex se quedó ahí? –repite.

–Creo que pensó que tú irías –sorbe un poco de su café.

Un sentimiento de culpa y confusión invade a Alexandra, frenándole la respiración por un instante. Niega con la cabeza mientras se le bañan los ojos en lágrimas. Es ahora que entiende que debió aceptar la ayuda de Alex, cuando este se la ofreció.

–No, yo debí haberle acompañado –susurra ante la mirada confundida de Jessica.

Todo por AlexDonde viven las historias. Descúbrelo ahora