Abril 16 | Alex

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𝑺á𝒃𝒂𝒅𝒐 

Todo es oscuro, los golpes uno tras otro siguen cayendo sobre su cuerpo, pero no siente dolor. Las respiraciones aceleradas de sus atacantes le rozan el rostro y le hacen saber que sigue ahí, despierto, que sigue vivo.

Se remueve asustado, entendiendo que todo ha sido parte de una pesadilla. El peso que siente sobre los ojos le dificulta abrirlos por completo, aun así lo intenta pero el resplandor de la habitación le obliga a cerrarlos nuevamente.

–Alex... alex –puede escuchar la voz de Matheo.

–Po... ¿podrías cerrar la ventana? –pide a duras penas y escucha que el chico se levanta del sillón junto a la cama.

–Ya puedes abrirlos, anda –dice su amigo, y siente las palmaditas de este en su hombro.

– ¿Dónde estamos? –murmura adormilado.

–En el hospital... alguien te golpeó ayer cuando saliste del colegio –suelta con rencor en su voz.

–Ya lo recuerdo –habla con dificultad sintiendo dolor en su mandíbula, pero intenta tranquilizarle.

–Vaya que tardaste en despertar –le golpea levemente en el hombro.

–Hmm –hace una mueca de dolor.

–Lo... lo lamento. ¿Cómo te sientes?

–Como si un auto me hubiese pasado por encima –trata de moverse, pero le resulta imposible por los cables atados a él.

–No juegues conmigo. En verdad me preocupaste... –su tono es sombrío y su mirada connota angustia.

–Estoy bien Math –repite.

–Ya no quiero seguir fingiendo que no pasa nada aquí, cuando está claro que sí.

– ¿Crees que no quiero saber quiénes me golpearon? –replica indignado.

– ¿Quiénes? –pregunta asombrado–. ¿Recuerdas algo de lo que pasó, Alex?

–No exactamente, solo recuerdo cómo se sentía.

–Debes intentar recordar... el padre de Mara no puede hacer mucho sin tu ayuda.

–Ya, pues no lo recuerdo ahora.

–Tómate tu tiempo.

– ¿Cómo estuvo la fiesta? –cambia de tema rápidamente.

–No superó mis expectativas. No valió la pena dejarte solo.

–A veces dices cosas raras –bromea.

–Solo a ti –se le escapa una carcajada al moreno que contagia de buen ánimo a Alex.–Les avisaré que despertaste –anuncia soltando su mano, que no se había percatado de en qué momento la tomó.

– ¿A tus padres? –inquiere.

–Oh sí –se rasca la nuca–. A ellos primero.

Mientras que su amigo balbucea con el teléfono móvil pegado a la oreja, gira la cabeza con cuidado hacia la ventana que permanece cerrada. Escucha la puerta abrirse e instintivamente vira hacia ella.

– ¡Alex! –la chica corre hacia él y le abraza efusivamente.

–Hola –murmura sin poder respirar bien por el peso de la adolescente sobre su pecho.

–Lo siento, lo siento –se separa lentamente de él–. Me asustaste demasiado –presiona su mano, como si fuera a marcharse.

– ¿Todos se disculparán hoy? –cuestiona divertido.

–Ja, ja, muy gracioso –rueda los ojos–. Estoy feliz de que al fin despertaras. ¿Cómo te sientes?

–Pues adolorido. No siento la pierna –murmura

–Ay Alex –se lamenta–. Te quitaron la férula, pero...

– ¿Qué? –abre la boca del asombro–. ¿Cómo es que... –gira la vista hacia el moreno que sigue sentado sobre el sofá a su lado izquierdo con la vista en el móvil–. ¿Por qué no me dijiste nada? –le reclama.

–Déjale, debe estar cansado –le defiende su amiga–. Pasó la noche aquí.

–Un momento... ¿Entonces ya puedo caminar sin ella? –pregunta ilusionado.

–Voy a llamar al doctor.

Le quiere detener, pero los toques en la puerta le interrumpen.

–Adelante –dice Jessica.

Al instante la puerta se abre y el pelinegro puede ver a Carla y Mara, quienes le sonríen al mirarle.

–Oh Alex, me alegra que te hayas despertado –confiesa la madre de Alexandra, acercándose a él–. Felipe quisiera estar aquí, pero tenía un pendiente en la oficina.

–Gracias por estar aquí –comenta con total sinceridad.

–Hola Alex –le saluda Mara sonriendo, mientras oculta un mechón de cabello, por detrás de su oreja.

–Hola –trata de sonreír, pero siente las mejillas entumecidas, lo que probablemente le resulta en una mueca de desagrado.

–Acabo de hablar con el doctor –anuncia Carla–. Las terapias de rehabilitación funcionaron bien, así que... –hace una pausa que al pelinegro le parece interminable.

– ¿Sí? –pregunta impaciente.

–Tendrás que seguir asistiendo. Vas a seguir usando la férula –pone una mano sobre el hombro del chico.

–Demonios –maldice por lo bajo, tratando de contener el enojo que siente.

–En verdad estoy muy feliz de que ya estés consciente. No sabes cuánto preocupaste a la familia –su voz se quiebra, entonces Alex puede percibir la honestidad de sus palabras.

La mujer se acerca a él, y deposita un beso en su frente. Él cierra los ojos un instante, recordando cómo se sentía ese gesto cuando venía de parte de su madre.

Una sonrisa se le dibuja inconscientemente en el rostro, abre los ojos y observa a Alexandra recostada en el marco de la puerta con los brazos cruzados y solo entonces su sonrisa se ensancha a pesar del dolor en sus pómulos.

Todo por AlexDonde viven las historias. Descúbrelo ahora