Abril 30 | Alex

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𝑺á𝒃𝒂𝒅𝒐

Las luces azules brillando en torno al cuerpo de Alexandra, que se mueve llevada por la lentitud de la canción provoca que Alex divague entre sus pensamientos mientras torpemente intenta seguirle los pasos. 

Pero aquello no dura demasiado, aunque se niegue a dejar de ver a la castaña frente a él le resulta imposible ignorar la penetrante mirada de la persona que los observa desde las escaleras.

– ¿Pasa algo? –se acerca la castaña a preguntarle, al notar que se ha quedado inmóvil.

–Cuidado –le susurra–. Estar tan cerca de mí podría no gustarle demasiado a alguien.

Alexandra sacude levemente su cabeza en respuesta y le mira extrañada. Gira lentamente hacia donde el pelinegro dirige su mirada, soltando sus manos de inmediato. 

–Iré a buscar a Matheo, ¿puedes avisarme cuando quieras volver a casa? –le pregunta desanimado por completo de repente, cojea hasta donde Alexandra dejó las muletas y vuelve a ella lo más rápido que puede.

– ¿Qué? –cuestiona ella con el rostro desencajado.

– ¿Aún quieres que volvamos juntos a casa? –inquiere ante la posibilidad de que cambiara de parecer.

–Sí –responde secamente–. ¿Nos vamos ya? –le pide con prisa.

– ¿Bien? –duda un momento, completamente confundido por su actitud–. Iré a buscar a Matheo, vendré por ti cuando lo haya encontrado.

–Podemos buscarlo juntos –sugiere hábilmente.

–Claro, pero ¿qué hay de tu novio? 

– ¡Alexandra! –exclama alguien tras ellos–. ¿Ya te vas? –pregunta el castaño acercándose a ellos–. ¿Podemos hablar un momento? –pide sin esperar su respuesta.

– ¿Hablar? –pregunta Alexandra nerviosa–. ¿Sobre qué exactamente? –su voz tiembla notablemente.

Alex observa la situación extrañado, pero se mantiene estático sin pronunciar palabra alguna, lo que empieza a parecerle muy incómodo hasta que decide intervenir.

–Yo... te espero afuera –se dirige a Alexandra.

–Sí, déjanos solos por favor –reafirma el muchacho frente a él–. Gracias –le dice con expresión neutra.

–No Alex –replica la castaña

–Ernesto, ¿puedes explicarme qué está pasando? –grita una chica con voz chillona, llegando a donde se encuentran los tres. –¿Por qué te fuiste sin decirme nada? –inquiere exaltada ignorando la presencia de Alex y la de Alexandra.

–Emilia, no es momento –sentencia el chico avergonzado, tomándola por las muñecas–. Por favor, déjame hablar con Alexandra. 

–Vaya –murmura con una sonrisa–. Hola Alexandra, no te había visto –comenta en un tono nada amigable.

–Alex –le llama la castaña–. Salgamos de aquí. 

Alex asiente desorientado por lo que acaba de presenciar y siente la mano de la hija de Felipe, aferrarse con fuerza a su antebrazo.

–Alexandra, por favor –escucha la voz de Ernesto, tan fuerte que se evidencia apretando su mandíbula.

–No hay nada de qué hablar, ya todo quedó claro –admite, aunque se oye insegura–. Gracias Emilia –dice Alexandra con la voz quebrada.

–Ni lo menciones –responde la chica, con tono altivo llena de satisfacción.

De repente el pelinegro deja de sentir la presión en su brazo y observa a Alexandra decidida, abriéndose camino entre la gente aglomerada, buscando salir de allí con avidez. 

Ernesto intenta ir tras ella, pero el pelinegro en un acto reflejo coloca su muleta izquierda contra el pecho del muchacho deteniéndolo de forma brusca. 

–No, ni lo intentes –replica firme. 

Para su sorpresa, el chico de cabello castaño que luce realmente agotado retrocede sobre sus pies fulminándolo con la mirada. Apacible, se queda quieto al lado de la chica que esboza una sonrisa maliciosa.

Camina hacia la salida mientras desea interiormente dar con Matheo lo más pronto posible y salir de ese lugar junto a Alexandra, quien a juzgar por el timbre de su voz, se encuentra completamente triste.

Llega a la salida de la casa y busca con la mirada a la castaña por los alrededores del domicilio, pero no logra encontrarla. Nervioso, empieza a andar por el porche mirando hacia todos lados, hasta que sus ojos se posan en la silueta de una chica a unos metros de la casa. 

Mientras camina hacia ella, que con plena seguridad sabe que es la persona que buscaba; toma el teléfono móvil del bolsillo de sus pantalones y marca con prisa el número.

– ¿Math? ¿Dónde estás? –pregunta exacerbado–. Ya casi dan la una–admite sorprendido al ver la hora en la pantalla del móvil.

– ¿Dónde estás tú? Hace un momento estuve con Santiago, me dijo que te perdió de vista.

–Estoy afuera, ¿podrías llevarnos a casa? –pregunta inquieto.

– ¿Llevarnos? ¿A ti y a quién más? –cuestiona intrigado–. ¿Con quién estás Alex?

–Ya lo sabrás, ¿puedes apresurarte por favor?

–Sí claro, llamaré a mi madre para que pase por nosotros. Te veo al rato; y no hagas cosas que no podrás contarme después –bromea, el pelinegro rueda lo ojos y cuelga.

–Bien, Lucía no tarda en venir –dice llegando a la altura de la castaña–, estarás en casa muy pronto.

–Gracias Alex –susurra cabizbaja.

–Alexandra –le llama, la chica gira escondiendo su rostro con mechones traviesos.

–No pasa nada –se anticipa a decir. 

–No hace falta que hagas eso –niega con reprobación–. Sé que apenas nos conocemos y hay cosas de las que no podemos hablar con confianza –dice mirando la mitad de su rostro enrojecido, iluminado por la luz de la luna–. Pero por favor, no permitas que alguien te haga sentir así.

–Lo... lo intentaré –alza la mirada–. Pero no prometo nada –susurra.

–No tienes que prometérmelo a mí –le tranquiliza y toma sutilmente su rostro, la castaña parece encajar perfectamente en el espacio que crea Alex con sus manos–, basta con hacerlo por ti –seca sus húmedas mejillas suavemente con los pulgares.

–Gracias –vuelve a decir, tallando sus ojos.

–Pero... sí puedes prometerme algo –susurra bajando ambas manos, la castaña le mira confundida pero asiente tímida.

– ¿Qué puedo hacer por ti? –le pregunta tímida. 

–Ven conmigo hoy –dirige su mirada a la férula–. Estuviste ahí la última vez, así que... –no existe la necesidad de concluir su frase. Alexandra asiente dedicándole una cálida sonrisa a pesar de sus ojos tristes.

Todo por AlexDonde viven las historias. Descúbrelo ahora