Abril 17 | Alexandra

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𝑫𝒐𝒎𝒊𝒏𝒈𝒐, 10:13pm

Los ojos verdes del pelinegro son más profundos en la oscuridad de la habitación. Su mirada penetrante hace que las rodillas le tiemblen. 

Una de sus canciones favoritas sonando, vuelve el momento casi imposible de olvidar aun con el pasar del tiempo.

Alex piensa en ella. Ha dicho que lo hace de vez en cuando. ¿Por qué piensa en ella? ¿Desde cuándo ocurre? Y ¿por qué le alegra saberlo? Tantas preguntas que quisiera hacer, pero no tiene el valor de formular ninguna de ellas. Inconscientemente se acerca más a él mientras que el muchacho hace lo mismo.

Se encuentran tan cerca el uno del otro que sus narices se rozan al hacer un mínimo movimiento. Cierra los ojos cuando el pelinegro toca sutilmente su mejilla retirando un mechón travieso que le impide verla con exactitud.

Cuando la respiración de Alex, le hace cosquillas de lo cerca que se encuentra, abre los ojos y descubre al chico mirando sus labios y por inercia la castaña hace lo mismo, para arrepentirse al instante contemplando que le resulta imposible dejar de verlos.

De pronto Alexandra se aleja deshaciendo el agarre de Alex en su cintura.

– Ya es hora –dice seria–. Debemos irnos –se gira y camina tanteando en la oscuridad hasta llegar a la puerta.

– Alexandra –le llama Alex sosteniendo su brazo antes de salir por la puerta principal– ¿Qué pasó? –le pregunta confundido.

–Se hace tarde Alex –es lo único que menciona y sale hacia la calle.

Camina mirando sus zapatos mientras pega más a su pecho la pequeña cartera a juego con su vestido. Está convencida de que el pelinegro la sigue porque puede escuchar la férula golpear el suelo detrás de ella, pero cada cierto tiempo mira por sobre su hombro para comprobarlo, sin girar completamente.

El camino hacia el restaurante se hace más largo porque no recuerda exactamente por dónde debe ir, pues solo seguía los pasos de Alex sin fijarse muy bien las calles que recorría.

Se detiene un momento al llegar a la esquina de una calle silenciosa, a pensar si debe girar a la derecha o al sentido contrario.

– ¿A dónde quieres llegar? –escucha a Alex preguntarle.

–Al "Argenterie", claro –responde con acento francés.

– ¿Crees que sigan ahí? –vuelve a preguntar con tono irónico–. Alexandra, ha pasado ya una hora. Vamos a tu casa.

– ¿Una hora? –pregunta más para sí misma que para él. Saca el móvil para comprobarlo y las notificaciones de llamadas perdidas son incontables. Por primera vez en toda la noche, siente miedo de ver a sus padres a la cara.

–No te preocupes, yo les explicaré –dice relajado y empieza a caminar dejándola sola.

– ¿Qué vas a decir? –cuestiona preocupada ignorando el viento que golpea su rostro. El pelinegro se gira lentamente hacia ella y enarcando la ceja, algo fastidiado, responde:

–La verdad.

<<Línea de división>>

Solo atina a bajar la cabeza avergonzada por las miradas fulminantes de sus padres sobre ella, apretando las manos cruzadas bajo su vientre.

– ¿Puedes explicarnos en qué estabas pensando? –escucha a su padre preguntar con notoria molestia en su voz–. Te hablo a ti, Alexandra.

–Yo... –empieza a decir tímida.

–La culpa es mía señor –interviene Alex a su lado–. No me sentía del todo bien, quería regresar aquí pronto, pero no quería que la cenara finalizara por mi causa. Salí a tomar aire y Alexandra muy amablemente se ofreció a llevarme a la botica más cercana.

La tranquilidad de Alex no hace más que aumentar el nerviosismo de la chica. Pero ella intenta disimular y corroborar lo más que pueda, la historia del chico.

– Pudiste pedirme que te llevara Alex, ya te lo he dicho –le reprocha Carla.

–Insisto –vuelve a hablar el pelinegro a su lado–. No quería causar molestias. 

– ¿Por qué tardaron tanto? –vuelve a preguntar Felipe.

–Porque no hay boticas cerca, papá –miente con tanta firmeza que incluso se convence de ello.

–Pido disculpas por no avisarles. No se volverá a repetir –dice Alex en una tácita promesa.

–No se volverá a repetir –afirma ella con voz temblorosa.

–Espero que no –sentencia su padre–. Pueden irse –les dice a ambos.

–Alexandra espera –escucha detrás de ella cuando se disponía a subir las escaleras. Gira y se encuentra a su madre–. Deberías llamar a Ernesto, debe estar preocupado por ti.

Asiente desanimada y sube los escalones que la llevan a su habitación. Tan solo cerrar la puerta se deja caer sobre la cama. Poco le importa llevar aún el ajustado vestido que eligió para la cena.

Pequeñas lágrimas resbalan por sus mejillas humedeciendo sus sábanas olor a lavanda, su flor favorita. No puede explicar qué es lo que siente, ni aquello que la lleva a sollozar en voz baja para que nadie lo note.

Apenas cerrar los ojos, las imágenes aparecen en su mente obligándole a revivir todo otra vez. Tener a Alex cerca no ha resuelto nada, solo le ha confundido más. Se regaña mentalmente por pensar en eso antes que en llamar a su novio y explicarle porqué desapareció tan de repente del restaurante.

Pero sabe también que no encontraría las palabras para hacerlo. La historia inventada por Alex ha cobrado sentido cuando se la contaba a sus padres y aunque aquello le hace sentir remordimiento por mentir de forma tan descarada. Sabe perfectamente que no podía decir la verdad de lo que ocurrió, incluso si no había sido nada malo. 

Su teléfono empieza a sonar, pero decide ignorarlo y empezar a despojarse de la ropa para entrar en la ducha.

De momento lo logra, pero el incesante sonido hace eco en su cabeza y aumenta el dolor que siente. Lo coge de sobre las sábanas y la foto de Ernesto brilla en la pantalla.

–Al fin respondes –dice el chico con evidente enojo.

–Ernesto, yo...

–Tenemos que hablar –le interrumpe, dejándole con una desagradable sensación en el pecho.

Todo por AlexDonde viven las historias. Descúbrelo ahora