Mayo 03 | Alexandra

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𝑴𝒂𝒓𝒕𝒆𝒔 

Baja sigilosamente las escaleras aún adormilada, se talla los ojos al llegar al recibidor y sigue recto con la intención de desayunar tranquilamente considerando el tiempo de sobra que tiene.

–Debo irme ahora mismo –escucha la profunda voz de su padre proveniente de la cocina.

Sin prestar atención toma su mochila y mete dentro las libretas que bajó consigo.

–¿Pasa algo? –oye a su madre.

–Al parecer hay problemas en el kilómetro 24 –explica con notoria preocupación.

La castaña se detiene en seco antes de entrar en aquel cálido lugar con olor a chocolate caliente. Evita emitir el más mínimo ruido para escuchar claramente la conversación de la cual, obviamente, no forma parte.

–¿Qué pasa? –cuestiona Carla.

–Hay gente que insiste en cruzar hacia la ciudad por esa carretera. Ya no sé de qué otra manera hacer este trabajo –confiesa tras un prolongado suspiro.

–Todo ha sido tan repentino, es natural que tu trabajo se haya complicado amor.

–La gente no me lo pone fácil... nada fácil –le escucha quejarse por primera vez en muchos años.

–¿Hasta cuándo estará cerrada? –cuestiona su madre, Alexandra deduce que se refiere al kilómetro 24–. Sabes muy bien que mis padres solo conocen esa ruta.

–¿Qué pintan mis abuelos en esto? –susurra Alexandra para sí misma.

–Hasta que encontremos lo que buscamos. Dimos otra opción inmediatamente después del accidente –replica.

–¿Cuándo detendrán las investigaciones? Bien sabes que ya ha pasado mucho tiempo. No es sano darle falsas esperanzas a Alex.

–No digas eso Carla –pide tajante pero en voz baja todavía.

–Lo siento cariño, pero solo es un chico. Esto evidentemente es demasiado para él, incluso lo ha sido para ti. Necesita dejar este tema atrás... y tú también. 

–No papá, no te rindas –se escapa de sus labios en un susurro e inmediatamente se cubre la boca con ambas manos.

–Él quiere respuestas, yo las quiero también. Pero Alex las merece, se trata de sus padres. Zanjaremos este asunto cuando lo hayamos resuelto.

–Lo entiendo perfectamente Felipe, pero no tienes esas respuestas. ¿No merece Alex saber que no las tendrá?

No puede dar crédito a lo que escucha y se mantiene en silencio para no ser descubierta, aunque interiormente desea encarar a su madre.

–No vuelvas a repetir eso, mucho menos aquí. ¿Quieres? Hablaremos de esto más tarde –dice su padre. Sin pensarlo más entra en la cocina formando un silencio sepulcral.

–¿Hola? –saluda fingiendo naturalidad en su voz y carácter.

–Buenos días cariño –dicen sus padres al unísono, algo nerviosos.

–¿Vas bien de tiempo? ¿Dónde está tu hermana? –pregunta su padre con exagerado interés–. ¿Quieres que te acerque a la escuela?

–No hace falta, aún tengo tiempo –responde rápidamente–. Mara debe seguir en su habitación. 

–Bien, entonces me voy. ¿Almorzamos juntos hoy? –le pregunta a su esposa. Carla asiente con una sonrisa que parece más una mueca. 

–Adiós hija –se despide su padre depositando un beso sobre su cabeza y sale de la casa cerrando la puerta principal con mucha fuerza.

–Venía por el almuerzo –dice Alexandra cuando se hubo quedado a solas con su madre–. Y a desayunar claro –comenta sentándose a la mesa.

–Sí, este es tuyo –indica ofreciéndole una bolsa de papel.

–Gracias –musita y se dispone a beber de su zumo sin verle el rostro a su madre.

–Quería hablar contigo –anuncia sentándose frente a ella. La adolescente lo sabe porque puede ver la silla separarse de la mesa.

–¿Sobre? –pregunta desinteresada masticando una tostada.

–Sobre Alex –al escuchar su nombre, no puede evitar alzar la mirada para encontrarse con los inquisitivos ojos de su madre.

­–¿Qué pasa con él? –pregunta esperando hurgar más detalladamente en la conversación que escuchó hace un rato.

–Debes evitar estar a solas con él –hace una pausa esperando contradicciones, pero la castaña escucha atentamente sin expresar ninguna emoción en su rostro–, ni en su habitación ni en cualquier lugar de esta casa. ¿Entendiste?

–Solo hablábamos –replica intentando mantener la calma.

–Bueno, para eso está la sala o el jardín. No hay necesidad de entrar en su dormitorio. 

–Técnicamente no rompimos tu regla de puertas abiertas, además... no estábamos haciendo nada más que hablar –repite.

–Alex no es de nuestra familia, pero vive con nosotros. Está de más decir que no puede pasar nada entre ustedes. Lo sabes, ¿verdad?

–No pasa nada entre Alex y yo, ni pasará –sentencia colocando ambas manos sobre la mesa–. ¿Tranquila? –pregunta con sorna antes de levantar el vaso y beber el líquido tan rápido como puede.

–Por el momento –responde la mujer no muy convencida–. Hablando de él... ya se tardó mucho, ¿no crees?

Alexandra les resta importancia a las palabras de su madre, furiosa por la conversación con su padre y por la insinuación de hace instantes. Toma el almuerzo de la mesa y se levanta.

–¿Te llevo? –se ofrece su madre como cada mañana.

–No hace falta, Emily viene por mí. De hecho –dice empujando su silla contra la mesa–, debe estar fuera esperándome.

Sale de casa hecha un lío, se echa a correr cuando divisa un Toyota negro estacionándose en la entrada. Las lunas se deslizan hacia abajo dejando ver a Emily de copiloto, Adrián y Sara en los asientos de atrás inclinándose hacia adelante para sonreírle e invitarle a sentarse con ellos. De repente toda la furia se disipa cuando sube al auto.

Todo por AlexDonde viven las historias. Descúbrelo ahora