–¿Sí? -pregunta alzando la voz desde el interior de la pieza.
–Alexandra, es Alex –se apresura a abrir la puerta, el nerviosismo en su rostro es evidente cuando cruzan miradas. Ella se da cuenta que aún lleva la toalla cubriendo su cabello, se la quita con rapidez y la lanza sobre la cama–. Perdona, no quería interrumpir –vuelve a decir Alex.
–No interrumpes –le asegura.
–Quería disculparme por haber llegado tarde ayer sin avisar, Matheo me dijo que estabas preocupada. Y hoy en la mañana pude notar que sigues algo enojada.
–Ni siquiera él sabía dónde estabas –le reclama–. No quiero entrometerme Alex, pero ¿podrías intentar no preocuparnos? –pide con sinceridad.
–Lo intentaré –dice escondiendo las manos en sus bolsillos.
–¿Eso es todo? –pregunta impaciente por cepillarse el cabello.
–¿Sigues enfadada? –insiste.
–No Alex, ¿hay algo más que pueda hacer por ti?
–No... bueno, hay algo que debo... necesito hacer, pero no quiero hacerlo solo –titubea nervioso.
–¿Quieres que yo te ayude? –inquiere incrédula.
–Si es que quisieras hacerlo –dice con sutileza mientras se acomoda el cabello con una mano mientras la otra permanece dentro del bolsillo de sus pantalones.
–Quiero –susurra.
–Ven conmigo –la castaña sigue sus pasos que se direccionan a la habitación del muchacho.
Al entrar en la habitación, ve al pelinegro ir directo al escritorio para tomar el ordenador, con un ademán la invita a pasar y sentarse en la cama, frente a él.
–Y bien, ¿de qué se trata?
–¿Recuerdas al reportero que está atrás de mí? –pregunta con voz pausada–, Roberto... –parece que intenta recordar.
–Gómez –señala con el ceño fruncido–. Sí, lo recuerdo. ¿Qué pasa con él?
–Tiene un sitio web sobre mí –responde y de inmediato se forma un silencio incómodo en la habitación.
–¿Cómo lo sabes? –pregunta tras unos segundos.
–Él mismo me lo enseñó, necesito encontrarlo y pedir que lo eliminen o no sé, hacer algo –su expresión es cansada y sus ojos muestran frustración.
–¿Te lo enseñó? ¿Cuándo? –revela sus dudas.
–Ayer... me siguió mientras venía a casa. Supongo que lleva abierto desde que sucedió el accidente. En la fiesta en la que estuvimos, una chica me dijo que sabía mi nombre por él, creí que hablaba de las noticias, pero ahora que lo pienso es posible que la gente supiera de esto antes que yo.
–Pero ¿quién se ha creído ese...? –una extraña sensación de furia se apodera de ella.
–Alexandra, ayer le di una advertencia pero no creo que haya sido suficiente.
–Creo que no deberías alejarte lo más posible de él.
–No te preocupes por mí, si tú prometes mantenerte lejos de él estaré más tranquilo.
–¿Qué? ¿Por qué lo dices?
–Porque creo que mi vida entera podría estar en internet. Si él sabe todo sobre mí, sabe de ustedes, necesito deshacer eso –pide.
–Eso haremos –promete tácitamente–, déjame buscar –le pide el ordenador.
El sonido de sus dedos sobre las teclas solo parece empeorar las ansias de Alex, que inconscientemente empieza a mover la pierna en un tic nervioso, esperando.
–Creo que lo encontré –susurra girando la pantalla de modo que ambos pueden verla, se encuentran con varias fotos del pelinegro, desde distintos ángulos y algunas de ellas incluso muestran las hojas de los árboles o arbustos tras los cuales el fotógrafo se ocultó para obtener las instantáneas. La evidente muestra de invasión a su privacidad le hace sus manos en puños.
–Esos son mis... esos son mis padres –se quiebra su voz cuando en la pantalla aparece la foto de bodas de la pareja. María luce un recatado vestido blanco y un velo hasta la cintura, mientras que Iván lleva un esmoquin azul noche que combina con sus ojos. Ambos sonríen a la cámara cruzando las copas de champán.
–¡Alex! –exclama mientras intenta detenerlo sujetando su brazo, pero él más fuerte y sale de la habitación como un rayo–. ¡Alex espera! –sale tras él y lo ve bajar las escaleras.
Antes de que la puerta se cerrará fuertemente, la castaña pone la mano impidiéndolo–. Alex –vuelve a llamarle, el pelinegro permanece de espaldas a ella, en el porche de la casa.
–Déjame solo... –pide con voz apagada mientras se gira a verle la cara– por favor –susurra –toma el cerrojo de la puerta y la cierra. Alexandra resignada, apoya la frente en la cálida puerta de caoba y exhala profundamente.
–Matheo estaba equivocado –balbucea para sí misma.
Resignada sube las escaleras y va nuevamente a la habitación de Alex. Con una pequeña libreta en una mano y un bolígrafo en la otra, empieza a escribir sin despegar la vista de la pantalla del ordenador. Completamente concentrada, baja el cursor para seguir navegando en el sitio web titulado "El chico que sobrevivió".
–Qué original –suelta con ironía. La confusa sensación de sorpresa mezclada con ira se vuelve difusa de repente cuando al presionar un ícono en la barra de opciones, salta una fotografía de excelente calidad de los verdes ojos de Alex. Se sorprende a sí misma cuando inconscientemente se halla pasando los dedos por la pantalla, recorriendo los orbes verdes.
Aquello la hace sentir extraña, deja el ordenador rápidamente sobre la cama y abandona la habitación para dirigirse a la suya. Toma el móvil y teclea rápido.
–¿Adrián? –pregunta después de escuchar la respiración de su amigo al otro lado–. Necesito tu ayuda, es importante –habla mientras se calza los tenis deportivos.
–¿Qué pasa Alexa? –expresa con tono de preocupación.
–Te explico luego, estoy saliendo para tu casa.
–Alexa espera, no estoy en casa. Estoy con Oliver.
–Bien –dice recreando su plan en la mente–, ¿tiene su ordenador ahí?
–Sí, aquí lo tiene. Espérame, voy a pasarte la dirección por un mensaje.
Antes de salir de casa, escribe una nota rápida "Voy a la casa de Adrián", y la pega en el refrigerador, junto a una foto de su familia, porque sabe con certeza de que su madre la verá.
Camina con paso apresurado, esperando conseguir un taxi cuanto antes, de vez en cuando vuelve la vista al teléfono móvil para ver la dirección e intenta memorizarla.
A casi dos cuadras de su casa, ve un auto negro pasar, un tipo de apariencia juvenil saca la cabeza por la ventana y le hace un gesto para que se suba. Alexandra lo duda por un momento, pero mira hacia la esquina inferior del parabrisas la palabra TAXI, entonces se acerca rápidamente.
–Buenas noches –le saluda el hombre cuando cierra la puerta después de subirse en el asiento de atrás.
–Buenas noches –devuelve el saludo solo por cortesía. –¿Para dónde? –pregunta con voz áspera, al instante experimenta un escalofrío que le impide responder.
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Todo por Alex
Genç KurguAlex Noriega lleva una vida normal, como la de cualquier adolescente, le va muy bien. Pero todo cambia repentinamente al sufrir la tragedia más grande de todas. Tras perder a sus padres en extrañas circunstancias, su vida no vuelve a ser la misma...