Marzo 22 | Alexandra

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𝑴𝒂𝒓𝒕𝒆𝒔

Incorporándose sobre la cama, siente el cansancio presionar contra sus hombros. Podría elegir faltar hoy, pero prefiere mantenerse alejada de la habitación donde se encuentra ahora, porque sabe perfectamente que de quedarse dentro todo el día, regresarían a ella sin proponérselo esos pensamientos que sigue calificando de tontos.

Después de pretender relajarse tomando una ducha, que en realidad lo único que hizo fue despertarla mas no tranquilizarla, se viste rápidamente sin arrugar el uniforme y baja para desayunar.

–Buenos días –saluda en voz baja evitando levantar la mirada.

–Buenos días –escuchar decir a su madre–. Dense prisa, hoy debo llegar antes al trabajo.

La castaña come manteniendo la vista en el plato lleno de magdalenas.

–Oye, no me contaste cómo estuvo tu cita de ayer –murmura Mara sentándose junto a ella en el comedor.

–Ya –responde Alexandra ocultando detrás de la oreja un travieso mechón que escapó de su moño–. Te contaré después.

–Vale. Ah, hola Alex –saluda su hermana.

–Hola –balbucea el muchacho que sigue fuera de su campo de visión al mantener la mirada en su comida.

–Ven, siéntate con nosotras –prosigue su hermana.

–De hecho, ya me esperan afuera –comenta Alex al momento que el timbre de la casa empieza a sonar.

Escucha pasos alejarse de la cocina, y se siente libre al fin de poder levantar la vista.

–Conque ya le esperan afuera eh... –dice Mara con tono divertido–. ¿Crees que sea esa castaña?

–No lo sé, ve y averígualo tú.

El móvil vibra en el interior de su saco, lo toma y ve que ha recibido un mensaje que abre sin esperar un segundo.

Ernesto:

Te estoy esperando Alex, ¿nos vamos?

–Lo siento mamá, quedé de irme con Ernesto a la escuela –anuncia levantándose para dejar los trastes en el lavabo.

–Está bien, ve con cuidado. Pasaré a recogerlas a la salida.

Alexandra asiente levemente y sale de la cocina para dirigirse a la sala. Toma la mochila que está sobre el sofá y camina hasta el recibidor donde puede ver a Alex de espaldas agarrando la puerta mientras parece sostener una conversación con alguien.

Se acerca sin hacer ruido y con la mirada puesta en sus zapatillas, si es quien ella cree que es, es mejor mirar al suelo. 

–Todo estará bien si te mantienes lejos de ella –menciona una voz firme que cree reconocer, sin darle crédito a lo que escucha abre más la puerta chocando con los ojos oscuros que alguna vez la enamoraron.

– ¿Ernesto? –pregunta para cerciorarse de que sus ojos no la engañan.

–Tranquilo... no me gustan las niñas –asegura el muchacho a su lado y golpeando el hombro de Ernesto sale hacia la calle afirmándose en sus muletas.

–Alex... yo –se precipita a explicar el castaño frente a ella.

Pero no quiere escuchar a nadie, no ahora. No sabe que le molesta más: si haber oído a Ernesto amenazar a Alex, o haber escuchado a Alex insinuar que todavía es una niña.

Ignorando el llamado de Ernesto sale hacia la acera y emprende el largo camino hacia la secundaria San Gabriel.

Camina sintiendo la brisa chocar contra su rostro, lo que le ayuda a relajarse un poco antes de aguantar tres horas de matemáticas.

Mirando el reloj que lleva en la muñeca no se percata de que hay un coche negro que viene siguiéndola desde hace más o menos dos cuadras atrás, ya lejos de casa.

Cuando al fin parece notarlo, acelera disimuladamente su caminar apretando la mochila contra su espalda. Se seca la sutil capa de sudor que se ha formado sobre su frente y desde donde se encuentra ya puede ver a lo lejos el colegio.

Sin volver la vista hacia atrás escucha el auto frenar cerca a la acera, la puerta se abre y al instante se cierra fuertemente. No tiene planeado empezar a correr, sería muy obvio de su parte.

Hasta que siente unos pasos tras ella, sin pensarlo dos veces se echa a correr sin darse si quiera el tiempo de tomar aire.

Al llegar a la entrada de su escuela se siente a salvo, pero en su cabeza la voz de un hombre susurrando su nombre retumba, encharcando sus ojos en lágrimas por el pánico que sintió.

Quiere creer que ha sido su mente jugándole una mala pasada, pero cincuenta metros atrás el hombre de prominente barba oscura golpea furioso la puerta de su auto.

Ha ocurrido ante sus ojos, la ha dejado escapar, y aún peor para su conciencia, la ha dejado ir sin un rasguño lo que le enfurece sobremanera.

Pero la idea sigue clara en sus pensamientos: Todo aquel que le impida llegar a su víctima, la  pasará muy mal como para contarlo. 

Todo por AlexDonde viven las historias. Descúbrelo ahora