Abril 29 | Alex

717 66 7
                                    

𝑽𝒊𝒆𝒓𝒏𝒆𝒔 

Estando junto a ella y admirando su rostro perfilado, siempre de soslayo por temor a ser encontrado no puede evitar sacar el tema a colación; la culpa aún le consume cuando se encuentra a oscuras en silencio. 

–Alexandra –le llama captando su atención–... lamento haberte causado problemas con tus padres –dice con sinceridad.

– ¿Qué? –mira extrañada–. No, no lo hagas –niega con la cabeza mientras bebe–. No me obligaste a ir, yo quise hacerlo –replica firmemente. 

–Sí que eres obstinada –murmura atontado–, hubiera sido mejor que me escucharas cuando te dije que estaría bien solo.

–No me causaste problemas con mis padres –asegura y agacha la cabeza, como si pensara en algo más–. Y eso... es algo que sabremos con certeza.

– ¿El qué? –pregunta confuso.

–No sabemos si hubieras estado bien solo porque, yo estuve contigo todo el tiempo. Así que no sabremos si hubieses podido sobrevivir sin mí esa noche –comenta con fingidos aires de superioridad.

–Vaya –susurra asombrado–. No sabía que pensaras así –admite con expresión neutra–, siento que intentas cuidar de mí – confiesa intimidado.

– ¿Tendría eso algo de malo? –inquiere encarándose a él. 

–No lo creo, pero sería extraño... tú cuidando de mí –menciona vacilante moviendo su lata.

– ¿No podría porque soy una niña aún? –pregunta con notorio sarcasmo.

–Oh vamos, ya te expliqué eso –dice a la defensiva–. Y me refiero a que llevamos poco tiempo de conocernos.

–Por supuesto, tienes toda la razón –dice sonriendo lo que provoca que un bonito hoyuelo salte a la vista, cautivando por completo al pelinegro que no puede dejar de observarle.

–Alex –le llama y rápidamente niega con la cabeza, provocando la risa de la chica junto a él–, lo siento, es raro llamarte así porque es como si me llamara a mí mismo.

– ¿Empezarás a llamarme así? ¿Alex? –bromea.

– ¿Qué? ¡No! –exclama conteniendo su risa–. No lo haré –se niega instintivamente. 

–No me molestaría –se anticipa a decir–. Es más, hasta podría acostumbrarme a la idea –dice divertida.

– ¿Segura? –duda–. Me lo pensaré, Alexandra –repite ocultando su sonrisa. 

– ¿Lo prometes? –alza la mano derecha y agita su dedo meñique. Alex rápidamente entiende la señal y entrelaza su meñique con el de la castaña–. Eso es un sí –el chico asiente con la cabeza.

–Es un sí.

– ¿Ibas a decirme algo? 

–Casi lo olvidaba. Yo, no creo que se buena idea ir solos a casa –su rostro se torna sombrío.

–Ya te lo dije. No tomaré los caminos que tú sueles tomar, estaremos bien.

–Ya, no es eso –balbucea–. Es solo que me duele un poco la pierna –miente para convencerla–, y quiero estar bien para mañana si es que el doctor decide que es hora de quitármela por completo y para siempre –mira fijamente su férula.

– ¿Mañana te la quitan? –pregunta con cierto entusiasmo impregnado en su voz.

–Eso espero –resopla imaginándoselo.

– ¿Qué hacemos entonces? ¿Tomamos un taxi? –sugiere pensativa.

–No, no es seguro por aquí –responde al instante–. Puedo decirle a Math que nos lleve. ¿Te parece bien?

– ¿Matheo tiene auto? –pregunta sorbiendo de su lata.

–No, él no. Pero Lucía, su madre, sí. No creo que tenga problema alguno en llevarnos –comenta revisando la pantalla de su celular. 

–Está bien –dice con simpleza.

–Bien –susurra bebiendo lo último de la lata de soda.

La música no se detiene, es más, parece aumentar su volumen con cada minuto que pasa. Canciones que desconoce son bailadas por los adolescentes aglomerados en el centro de la sala convertida en una pista de baile improvisada.

–Lo siento, ¿me permites pasar? –le pide un chico parado detrás de ellos. Alex se hace a un lado dejando que el muchacho, algo mareado, baje las escaleras.

–Creo que detenemos el pase libre hacia las habitaciones –comenta Alexandra.

–Ya lo veo –afirma viendo al sujeto codearse con sus colegas al pie de las escaleras–. No fue mi idea sentarme aquí.

–Lamento no haber pensado en eso –reconoce con frustración.

–Está bien Alexandra, solo bromeaba –le tranquiliza. 

– ¿Por qué pienso que no has bailado aún? –interroga la castaña achinando los ojos. 

– ¿Ya lo has hecho tú? 

–Antes de encontrarte, lo estuve intentando –admite sonrojada–. Dime Alex, ¿qué hacías antes de encontrarme? –curiosea.

–Buscaba donde sentarme –reconoce encogiendo los hombros.

–Vamos, no has ido a una fiesta en mucho tiempo y ¿solo vienes a sentarte? –pregunta incrédula.

–No creo poder bailar con esto –se defiende señalando su férula con la cabeza.

–Eso no te detuvo para hacer que bailara contigo ese día –replica sin miramientos. 

– ¿No me pedirás que nos vayamos si nos acercamos demasiado? –contraataca hábilmente.

–No te he pedido bailar conmigo –vacila–. Pero, ¿tú quieres? –titubea.

–Lo haré si prometes no huir –dice con firmeza.

–Hecho –estira su mano, Alex la toma sin pensarlo dos veces y se pone de pie para tomar sus muletas y bajar detrás de ella. 

Todo por AlexDonde viven las historias. Descúbrelo ahora