Abril 18 | Alexandra

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𝑳𝒖𝒏𝒆𝒔, 3:20pm

Los hipidos son imposibles de silenciar e irremediablemente difíciles de contener. Solo desea estar en su habitación, recostada sobre la cama y bajo las sábanas ocultándose de todo e intentando consolarse a sí misma.

Pero la realidad es otra, ahí sentada sobre el frío suelo del último cubículo de un baño de la escuela, escondiendo la cabeza entre las piernas, sabiendo que por muy difícil que le resulte, debe sobreponerse.

Cuando por fin toma el valor de salir de ese rincón que le hace consumirse entre sus pensamientos. Remoja su rostro y observa su reflejo en el espejo, tiene los ojos hinchados por el llanto, la nariz completamente roja y los labios resecos. Seca con la toalla las pequeñas lágrimas que se mezclan con el agua y toma el móvil del bolsillo del blazer color vino.

–Sí, el del segundo piso –balbucea entrecortadamente.

Recostada en la pared espera con impaciencia, pidiendo interiormente que nadie irrumpa la tranquilidad del baño. 

La puerta se abre y la figura del chico aparece haciéndole una seña con la mano, para que se acerque hasta donde él se encuentra.

Sin dudarlo un segundo más corre hacia él y se envuelven en un abrazo que ahoga los sollozos de la castaña, sus fosas nasales se inundan de la fragancia que se desprende del cuerpo de su amigo. La sensación le devuelve la calma, pero no la consuela del todo.

–Venga, te sacaré de aquí –susurra sobre la melena castaña.

–No puedo ir a casa –niega rápidamente–. No hay nadie ahí, pero papá podría llegar en cualquier momento.

–No iremos a tu casa, te llevaré a la mía –le tranquiliza con una sonrisa y deposita un beso en su frente–. Francia estará feliz de verte.

–Gracias –susurra cuando el muchacho le seca las húmedas mejillas con un pañuelo.

Toma una gran bocanada de aire para tranquilizarse un poco antes de salir. Camina de la mano de su amigo, siempre con la mirada pegada en el suelo. No presta suficiente atención a lo que le dice el chico a su lado, solo asiente o niega de vez en cuando, cuando parece entender de qué habla.

Cuando se acercan a la salida del "San Gabriel", Adrián hace más fuerte el agarre en su mano, como si tratara de hacerle saber que no está sola.

–Súbete –pide en el momento en que se detienen junto a la moto. El rizado lo hace y espera pacientemente por ella.

Cuando la castaña pretende hacerlo, gira instintivamente y ve a su ex-novio mirándole fijamente. Recostado sobre un descapotable con la camisa remangada y las manos en los bolsillos del pantalón negro. Luce despreocupado, como si no le afectase haber roto con ella.

Por un minuto se quedan estáticos, mirándose el uno al otro. Al segundo siguiente Ernesto se incorpora sobre el auto y empieza a caminar hacia donde ella se encuentra. Pero Alexandra se apresura a subir detrás de Adrián y este arranca alejándose rápidamente del colegio.

<<Línea de división>>

Empieza a removerse en la cama incómoda por las punzadas sobre sus sienes, trata de recordar dónde se encuentra exactamente. Sin abrir los ojos, la imagen de Adrián delante de ella mientras se aferraba fuertemente a él, para no caer, se hace presente en su memoria.

Interiormente desea no despertar completamente para no enfrentarse a la razón de porqué se siente así, triste. Pero es inevitable cuando la puerta se abre de repente, obligándole a incorporarse sobre la cama.

–Sabía que estarías despierta –dice Adrián entrando con un bote de helado en una mano y un par de pequeñas cucharas en la otra.

– ¿Hace cuánto estoy aquí? –pregunta tallándose los ojos–. Joder, mamá... –maldice buscando su teléfono móvil entre las sábanas.

–Hace un par de horas, Alex –murmura su amigo tranquilamente.

–Mamá debe estar furiosa –balbucea nerviosa sin dejar de buscar su teléfono–. Primero lo de anoche, luego esto, estaré castigada por el resto de mi vida...

–Tu móvil está ahí –dice señalando con la mirada a la mesita de noche–. Y ya le avisé a Carla que te quedarás, le dije que tenemos una tarea juntos.

–Gracias Adri –susurra melancólica–. Y perdona por quedarme dormida –dice y toma el móvil, para luego dejarlo tan pronto se da cuenta de que no tiene ninguna llamada ni mensajes–. Lo siento –susurra apagando la pantalla para después recoger su cabello en un moño desprolijo.

–Yo te pedí que lo hicieras –contesta riendo–. No te disculpes Alexandra, no debes. Está bien sentirse triste –le dice mirándole compasivamente.

–Ya... no quiero arruinarte la tarde con mis asuntos –susurra desanimada.

–Por favor, no digas tonterías. Tus asuntos, son los míos –sentencia–. Vamos Alexa, saborea esto y recordarás que la vida no es tan mala como lo sientes ahora –le ofrece una cuchara que ella toma rápidamente.

–Adrián –le llama.

– ¿Ahora qué? –pregunta confundido sin dejar de tomar otra cucharada de helado.

–Gracias por esto... por todo –susurra y sus ojos se empiezan a humedecer poco a poco–. Gracias por no hacer preguntas y solo traerme aquí, contigo.

–Hablaremos cuando quieras hacerlo. Yo nunca te voy a presionar y siempre voy a estar –dice mostrando la palma derecha, como haciendo un juramento.

–Tal vez hablarlo me haga sentir aliviada –balbucea–. Pero por ahora no quiero hacerlo. Solo quiero algo que me haga olvidar por un momento todo esto.

–Ven aquí –le pide dando palmaditas en la cama, muy cerca de él.

Alexandra obedece y se acerca a su amigo lo suficiente como para hacer contacto con él. Él la recibe con un abrazo, dejando el bote de helado de vainilla sobre la alfombra de la habitación.

–Vas a estar bien, lo sé –susurra Adrián acariciando el castaño cabello de su amiga–. ¿Qué puedo hacer por ti? –le pregunta en un tierno gesto.

–Solo quédate aquí, conmigo –en su voz se refleja su necesidad de compañía, el chico lo reconoce y la abraza más fuerte.

–No me voy, nunca lo haré –le dice sinceramente y se acuesta con ella sobre su pecho.

Todo por AlexDonde viven las historias. Descúbrelo ahora