Abril 18 | Alex

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𝑳𝒖𝒏𝒆𝒔

– ¿Por qué Raúl y Laura harían eso? ¿Por qué ahora? –vuelve a preguntar extrañado por cada nueva revelación por parte de la pelirroja.

–Podrían tomar decisiones sobre lo que te beneficia, podrían disponer de su tiempo para contigo. Ahora no pueden hacerlo por las restricciones que estipuló tu padre en su testamento –vuelve a levantar la mano llamando tácitamente al mozo.

– ¿Les ha prohibido que se acerquen a mí? –pregunta con muchas palabras revueltas en su cabeza, tratando de evocar en su memoria algún recuerdo del día en que escuchó el testamento de su padre a través de su abogado–. Sea clara, ¿cuáles son sus verdaderas intenciones? – empieza a transpirar de repente y le resulta difícil controlar sus impulsos.

–Tus abuelos no consideran que el oficial García y la señora De la Torre sean un matrimonio de confianza, no si se trata de tus finanzas –hace una pausa cuando el moreno se encuentra frente a la mesa con una pequeña libreta en la mano.

– ¿Puedo tomar su orden? –pregunta amablemente.

–Yo voy a querer ravioles al pesto y té helado, por favor.

–Bien, ¿usted? –le pregunta al pelinegro.

–No voy a ordenar, gracias –dice.

–Pide lo que quieras, yo pago –se ofrece Mariana sonriendo.

–No quiero nada, gracias –responde seriamente mirando al chico que sigue a la expectativa de apuntar algo en su libreta.

–Eso es todo –le dice la mujer al mozo, quien se va algo confundido.

–Pues ellos son los menos indicados para hablar de confianza. Abandonaron a mi padre cuando él eligió a mi madre y abandonaron la oportunidad de conocerme con ello.

–Alex, solo vengo aquí a darte a conocer lo que tus abuelos quieren que sepas. Y ellos desean conocerte y pasar tiempo contigo. Al fin y al cabo, son tu familia legamente... aunque eso no te guste –menciona alzando la ceja de forma retadora. 

– ¿Tras dieciséis años? ¿Para qué? ¿Están interesados en lo que mi padre me heredó? Si es lo único que buscan, lo entiendo. Pero me niego a aceptarlo –sentencia firme. 

–Raúl y Laura solo quieren asegurarse de que tendrás el futuro que tu padre no podrá darte, es lo único. Y, sobre todo, quieren estar seguros de que estarás bien.

–Lo estoy con la familia con la que vivo –replica no muy convencido, después de recordar las fotografías que recibió–. De no ser así, ¿por qué mi padre le habría confiado a Felipe cuidar de mí?

– ¿No te hace pensar en por qué lo hizo? –pregunta cerrándole en un laberinto sin salida–. ¿A caso tu padre y el oficial García conocían el peligro al que estaba expuesto tu familia y no hicieron nada por evitarlo?

Claro que él pensó muchas veces en esa posibilidad, pues nada parece encajar cuando intenta entender el acuerdo entre su padre y el de Alexandra.

–No tiene idea de la relación que tuvieron Felipe y mi padre, cállese –espeta enojado.

– ¿Y tú sí? –pregunta en respuesta, parece algo ofendida, pero lo disimula muy bien.

La respuesta es obvia y de igual manera, es evidente que no lo ha de reconocer, no ante aquella mujer que parece dispuesta a convencerle de que sus abuelos son los buenos de la historia.

–Si eso era todo lo que tenía por decir... –dice tomando su mochila del respaldar de la silla–. Yo, debería irme ahora.

–Alex, espera –le detiene del brazo, cuando el pelinegro se pone de pie apoyándose sobre la mesa para mantener el equilibrio y tomar sus muletas–. Lee esto, por favor –dice tomando un sobre que había dejado sobre la mesa–. Es realmente importante.

No quiere ser descortés y muy a pesar del coraje que siente, toma el sobre y asiente con la cabeza.

Sale del restaurante sin despedirse y cuando por fin se encuentra afuera, toma una gran bocanada de aire fresco esperando sentirse más relajado. Aunque quisiera saber qué es lo que hay dentro de la correspondencia, la guarda en su mochila hasta esperar encontrarse en un lugar más privado.

Después de caminar casi siete cuadras, empieza a sentir los estragos en su pierna izquierda. A cada paso que da, duele un poco más. Sabe que, de querer recuperarse, tuvo que haberse detenido hace bastante.

El teléfono móvil vibra dentro del bolsillo de sus pantalones azules, Felipe es el nombre que aparece en la pantalla. Toma la llamada rápidamente.

–Alex, ¿dónde estás? –pregunta alterado.

–Estoy de camino a casa.

–Vine a la escuela por ti. Hoy vamos por tus cosas, a tu casa. ¿Lo olvidaste?

–No lo he olvidado. Pero pensé que iríamos después de la comida –responde a su defensa, cruzando la calle.

–Buena idea, adelántate. Cuando estés listo, pasaré por ti –sugiere el padre de Alexandra.

–Bien –dice sin más–. ¿Tendremos tiempo de hablar? Hay algo que quisiera preguntarle –añade teniendo en menta todas las dudas que le hizo plantearse la abogada.

– ¿Puedo preguntar sobre qué quieres que hablemos? –le pregunta el hombre y el chico puede imaginárselo con el ceño fruncido.

–Sobre mi padre –contesta sin titubear.

–Claro... –dice cambiando el tono de su voz–. Alex, tengo algunos pendientes en la oficina. En cuanto termine con eso, pasaré por ti –menciona cambiando de tema repentinamente.

Todo por AlexDonde viven las historias. Descúbrelo ahora