Mayo 05 | Alex

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Completamente desorientado se detiene a tomar aliento mientras apoya una mano sobre los ladrillos de la casa de Maxime, su vecino desde los diez años, esperando interiormente que este no lo vea, pues eso implicaría una tarde de plática ininterrumpida sobre cómics.

Se alisa el cabello con las manos y acomoda la solapa de su húmeda camisa de colegio, a paso seguro se dirige hacia su casa, cruza la pista hasta encontrarse cercano al porche. Los jazmines que su madre había plantado por última vez, lucen cada vez más marchitos y la extraña y dolorosa presión en su pecho se hace presente.

Antes de poder inclinarse a tomar las llaves de debajo de un macetero, escucha unos pasos que provienen del interior de la casa y el cerrojo de la puerta girando. Alex hábilmente corre para ocultarse. La puerta al fin se abre y desde donde se encuentra, puede ver al padre de Alexandra saliendo.

Exhala aliviado y da un paso para salir de su escondite, pero una voz femenina lo detiene. Se mantiene tras la pared para observar de quién se trata. Al instante una cabellera larga y rojiza se distingue entre las sombras y escaza luz de la calle. Con el ceño fruncido se pregunta mentalmente qué hacía la abogada de sus abuelos dentro.

Accidentalmente por su nerviosismo pisa una rama seca que yacía sobre el crecido césped. Felipe y la mujer se giran rápidamente hacia el lugar donde se encuentra el pelinegro. Este, se cubre con ambas manos la boca y nariz para evitar que su acelerada respiración se escuche.

–Se lo repito, mis patrocinados ofrecen el doble, piénselo –dice la mujer y Alex puede reconocerla después de observar su perfil, la abogada de sus abuelos.

–Ya tengo un trato con el dueño temporal. Le agradecería que se quedara fuera de esto, pero si insiste, mi abogado se comunicará con usted –replica Felipe con voz seria.

–Oficial García, ¿no le parece que mantener esta propiedad solo significa un retroceso para la continuidad de la vida del muchacho? –Alex retrocede al escuchar eso.

–Con todo respeto, abogada, lo que yo crea o no, no debería importarle –el pelinegro agradece la contundente respuesta del padre de Alexandra–. Y si realmente eso es lo que piensa, ¿por qué Raúl y Laura quieren comprar la casa? 

–No entraré en detalles, supongo que estaré esperando la llamada de su abogado entonces.

–Señorita Chávez, me gustaría pedirle algo más.

–Sí claro, dígame –responde con notoria incomodidad.

–Le agradecería que, si el señor Noriega quiere establecer algún tipo de comunicación, otra vez, con Alex, antes lo haga conmigo. No está de más recordarle que soy su tutor legal y puedo decidir con quién puede reunirse o no.

–Se trata de sus abuelos –interrumpe la pelirroja.

–Y durante diez años es como si no lo hubieran sido –le recuerda–, ya lo sabe, si se quieren comunicar con él, deberán hacerlo conmigo primero. Tiene mi número, hágaselos saber.

–Como usted diga –aprieta los labios fingiendo una sonrisa–. Con permiso.

Sin esperar una respuesta, la mujer se dirige hacia la calle donde se encuentra estacionado un auto negro muy moderno, se sube con prisa y arranca, dejando a Felipe desconcertado, pero él, no es el único.

Cuando Felipe se dirige hacia el patrullero que se encuentra hasta el otro lado de la calle, por fin sale de su escondite. El letrero de EN VENTA sigue estancado en el jardín. Traga fuerte y busca la llave con las manos temblorosas y preguntas recorriendo su mente, que apenas le permiten concentrarse en un único asunto.

Experimenta una sensación de alivio al encontrar la llave, observa minuciosamente a su alrededor antes de entrar en su casa. Hacía algún tiempo que no estaba allí, en medio del recibidor, parado ahí parece todo más grande y el silencio solo acrecienta esa percepción y el sentimiento de vacío inunda su pecho.

¿Qué hacía Felipe con la abogada ahí en su casa? ¿Ya se conocían? ¿Desde cuándo? ¿Por qué sus abuelos querrían comprar su casa? ¿Felipe sabía de la carta que le enviaron sus abuelos? Todas las preguntas se agolpan en su mente y se pierden en sus labios ante de permitirle proferirlas en voz alta sin alterar la paz de nadie, porque, muy a su pesar ya no hay nadie ahí junto a él.

Después de beber agua, sube hasta su habitación, la observa con recelo desde la puerta, quejándose por haberle quitado la personalidad al llevarse los posters, figuras, libros, discos, la guitarra y todo lo que lo hacía su lugar seguro. Se acuesta en el colchón sin sábanas, cubierta por una bolsa, como si fuese nuevo; pretende dormir un momento, sopesando aún todo lo ocurrido en solo un par de horas.

Se despierta sobresaltado por el sonido que sale de su teléfono celular, todo en la habitación está cubierto por la oscuridad y el silencio. Ve la pantalla, trece llamadas perdidas: tres de Matheo, cinco de Felipe, tres de Jessica y otras tres de un número desconocido. Se extraña al no ver entre ellos el nombre de Alexandra, pero al recordar la manera en la que se comportó con ella, se ignora a sí mismo.

Presiona sobre sus sienes; decide marcarle primero al número desconocido, por simple curiosidad. Tras escuchar tres tonos, no recibe respuesta. Se pone de pie mientras se talla los ojos con rudeza.

Después de haber evadido el peso de su indecisión, al fin cruza el lumbral de la puerta de la habitación de sus padres. Las cortinas corridas cubren las ventanas de la luz artificial de los faroles de la calle. El aroma de sus padres sigue impregnado en las cuatro paredes con tapiz de flores rosas, elección de su madre; lo recorre con sutileza con los dedos y automáticamente sonríe.

La vibración del móvil lo regresa a la realidad. El número desconocido vuelve a llamar.

–¿Hola? –responde intrigado.

–¡Alex! Al fin responde, ¿dónde estás? –reconoce la voz de Mara–. ¿Me pasas con Alexandra?

–¿Mara? Alexandra no está conmigo –replica.

–¿Sabes dónde está? Adrián estuvo aquí hace un rato, dijo que se encontrarían, pero ella nunca llegó a su casa. Alex me estoy poniendo nerviosa. Creímos que habría salido de casa contigo.

–Yo creí que estaría en casa, ahí fue donde la dejé cuando salí –baja rápidamente las escaleras.

–La llamé varias veces, pero no responde, también he llamado a sus amigas Emily y Sara –resopla agotada–, tampoco la han visto desde la escuela. Mis padres no están preocupados porque creen que está contigo.

–Mara, espera –intenta tranquilizarla–, iré a buscarla. Aún no le digas a tus padres.

–¿No debería? –se inquieta–.He llamado a Adrián también, porque Alexa dice en su nota que estaría con él, pero él no sabe dónde está.

–No preocupes a tus padres, buscaré a Alexandra y la llevaré a casa –promete cerrando la puerta principal de su casa. 

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⏰ Última actualización: Aug 27 ⏰

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