Mayo 02 | Alex

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𝑳𝒖𝒏𝒆𝒔 

–No lo olvides, si alguien se acerca, gritas –advierte mientras se aleja a paso lento, su pierna empieza a sentirse realmente mal tras haberse detenido durante un momento después del extenso recorrido.

–Bien –susurra la castaña asintiendo con firmeza.

Volver al lugar en donde todo ocurrió le provoca un estremecimiento que recorre desde su espalda baja hasta llegar a su nuca, torturándole lentamente. Gira su cabeza en círculos para disipar las sensaciones que empiezan a incomodarle.

Camina mirando minuciosamente la pista para evitar pasar algún detalle por desapercibido. A simple vista puede observar algunos trozos del auto de su padre.

Pequeños pedazos de cristal regados por doquier, en su memoria se hace presente el momento en que no tenía control alguno de su cuerpo y este era elevado en el aire como si de una hoja seca se tratara, mientras el auto se volcaba saliendo por completo de la carretera.

Inconscientemente, aprieta los puños cuando vuelve a su mente la vívida imagen de él dentro del auto volviendo a su posición inicial provocando un fuerte estruendo que pita en sus oídos aún con la misma intensidad de aquel día.

– ¡Alex! –exclama una voz frente a él, sacudiéndole por los hombros–. ¿Estás bien? –pregunta el moreno con los ojos abiertos como platos.

–No hay tiempo que perder –dice con voz profunda intentando ignorar su malestar–, cualquier detalle que encuentres diferente a partes del auto, avísame.

–Bien, no te pierdas hermano –le pide propinando una palmada sobre su hombro.

Asiente y sigue caminando bajando un poco de la carretera, para buscar algo que pueda interpretar como una pista de los responsables del accidente.

Recorre con la mirada el pasto de color amarillo opaco, arrastrando sus zapatillas bruscamente busca entre la tierra sin encontrar nada relevante. Al regresar a la pista, trata de ir lejos de Matheo para no buscar en dónde el moreno no haya encontrado nada.

Tras una media hora caminando de un lugar a otro, se detiene un momento para buscar a la castaña. Puede observarla parada cerca de un árbol cubriéndose del imponente sol. Parece agotada, sedienta y esa imagen le hace sentir algo de culpa así que empieza a caminar en dirección a ella para asegurarse de que se encuentra bien.

Justo antes de llegar a la altura de Alexandra el sonido de sirenas acercándose le detiene en seco; cruza una efímera mirada con la chica y todo sucede muy rápido.

No se detiene a pensar en absolutamente nada más que en la castaña, solo puede reaccionar cuando ve una mochila volar cerca de su cabeza esquivándola con mucha agilidad.

Confundido, gira hacia la chica y esta se abalanza sobre él, haciéndole retroceder. Caen violentamente sobre el crecido pasto que amortigua el peso de su cuerpo, ruedan un par de veces alejándose más de la carretera y Alexandra queda sobre él. Alex siente un dolor agudo en la pierna al instante.

–Lo siento –susurra Alexandra muy cerca de su rostro–. No te muevas, se irán pronto.

El pelinegro escucha obedientemente y evita moverse siquiera un centímetro, una extraña sensación invade su cuerpo por completo. No sabe con certeza qué le hace sentir nervioso, si los policías que acaban de llegar o sentir el cuerpo de Alexandra sobre el suyo.

–Math –susurra– ¿Dónde está? –pregunta.

–Alex, haz silencio por favor –coloca su dedo índice en los resecos labios del muchacho–. No alcancé a verlo, solo pensé en ti –susurra mirándole directamente a los ojos.

Se queda estático mirando los ojos café, intenta inútilmente desviar la mirada, pero le resulta imposible. Hasta que Alexandra le saca de su ensimismamiento.

–¿Oyes algo? Parece que se han ido –sugiere levantando la cabeza hacia la carretera.

–Aguarda un momento –le detiene tomándole de la cintura con ambas manos–. Quizás hayan bajado a asegurarse.

–¿Tú crees?

–Sí, no escuché que retrocedieran –admite agudizando su oído para captar lo que está a su alrededor.

–Es posible que con el impacto no lo hayamos escuchado.

–No debemos correr el riesgo –replica.

–Es irónico que digas eso, cuando ya corremos riesgo viniendo aquí –menciona la chica en voz baja.

Al cabo de unos segundos, escuchan el motor de un auto encenderse. Alexandra vuelve gira la cabeza en dirección a la carretera.

–¿Debemos seguir esperando? –pregunta con expresión seria al regresar el rostro hacia el pelinegro.

–¿Qué están haciendo? –escuchan la voz acercándose a ellos–. Oh, ya veo –dice Math sacudiendo su ropa con las manos. Alex le dedica una mirada de desaprobación.

–Pensábamos que ellos seguirían ahí –se defiende mientras la castaña baja la mirada, luciendo nerviosa.

–Acaban de marcharse –confirma el moreno relajado–. Venga Alexandra, dame la mano –le dice ofreciendo la suya.

–Gracias Math –le dice incorporándose–. Alex –llama la chica estirando su mano hasta él para ayudarle a ponerse de pie.

El muchacho la toma, y se incorpora con dificultad. Al poner ambos pies sobre el suelo, un intenso calambre en la pierna le provoca escalofríos y se le ocurre instantáneamente un sinfín de palabras que no pronunciaría en frente de Alexandra.

–¿Te encuentras bien? –pregunta la chica notando su rostro contraído.

–No es nada –miente.

–Siento haber caído encima de ti –se disculpa.

–No es nada Alexandra –repite para tranquilizarle–. Estoy bien –susurra.

–Alex, lamento decirte que no encontré nada que no fuesen partes del automóvil de tu padre. En serio lo siento –murmura su amigo apesadumbrado.

–Lo intentamos –reconoce exhausto.

–Deberíamos ir a comer –propone la adolescente.

–Estoy de acuerdo –acepta quitándose las hojas secas de la ropa–. Yo invito.

–Si es así, tú eliges el lugar hermano –comenta Matheo más animado y Alexandra sonríe a su lado.


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