Abril 15 | Alex

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𝑽𝒊𝒆𝒓𝒏𝒆𝒔 

–Vamos Alex, apresúrate –el moreno se balancea tratando de mantener el equilibrio.

–Sí, ya voy –se pone la mochila al hombro y camina hasta su amigo que le espera impaciente en el marco de la puerta del aula 203.

Empiezan a andar en la misma dirección que el resto de estudiantes.

–No tenemos que ir, en realidad –dice deteniéndose en mitad del pasillo.

– ¿Me apresuraste para nada? –le incrimina incrédulo.

–Vamos a la reunión de Nick –pide con ojos suplicantes–. ¿Crees que pueda invitar a Mara? –acaricia su barbilla como si estuviera pensando.

–No lo creo, tiene práctica de vóleibol –responde serio, pues conoce muy bien al chico frente a él.

–Le llamaré de todos modos –comenta sacando el móvil del bolsillo.

–Ahí está Sofía –se anticipa a decir el pelinegro cuando divisa a la chica caminar hacia ellos.

–Mejor otro día... –nervioso guarda el móvil nuevamente.

–Hola cariño –saluda la adolescente llegando a la altura de Matheo–. Hola Alex.

Asiente levemente y sigue caminando tratando de ignorar la plática que tienen sus amigos.

Camina mirando su pie metido en la férula, piensa internamente que pronto dejará de necesitarla. Y tal como lo dijo Johanna, será una versión renovada de sí mismo.

–Hola Alex. Hola Math –dice la voz de una chica.

Levanta la mirada y se encuentra con Alessa, una chica de su curso.

–Hola Ale, ¿vas a la charla de Morris? –pregunta Matheo.

– ¿Y a dónde más? Necesito esos dos puntos –bufa cansada.

–Que bien, podrás acompañar a Alex –sugiere abrazando a su novia.

– ¿Ustedes no vienen?

–Nick está organizando una fiesta y pues para allá vamos.

–Vamos Alex –insiste Sofía poniendo una mano sobre el hombro del pelinegro.

–No estoy de humor para una fiesta, los acompañaré la próxima –se excusa.

–No se preocupen, me quedo con él –dice la chica de trenzas.

–Gracias Ale, te debemos una.

– ¿Podrían dejar de hablar de mí como si fuera un niño? –cuestiona deteniéndose frente al moreno y su novia–. No te ofendas, ¿quieres? –esta vez se dirige a la chica de su clase–. Pero puedo cuidarme solo. 

***

–Gracias a todos los presentes, espero que vayan a sus casas con algo de lo que aquí han escuchado –el ruido de las sillas moviéndose no se hace esperar, incluso Alex se levanta también–. Y recuerden que quienes pudieron anotarse en esta hoja, tienen dos puntos en el examen de cívica de la próxima semana.

–Oye, ¿nos vamos? –pregunta Alessa por encima de la voz del director, que sigue hablando sobre el estrado.

–Sí, llamaré para que pasen por mí.

– ¿Seguro? Mi madre te puede llevar.

–No hace falta. Esperaré.

–Está bien, mi madre ya me espera afuera –se acerca a su mejilla–. Adiós Alex, cuídate –deposita un beso sobre la misma y sale casi corriendo del auditorio.

Mientras él se toma su tiempo para salir de ahí a paso lento, pues dos horas sentado le pasan factura a su pierna izquierda.

Llama una y otra vez al número de Felipe, pero este no responde. Lo intenta con el número de Carla y pasa lo mismo.

Angustiado, porque a cada minuto que pasa, el cielo se oscurece un poco más, se acerca a la salida de la escuela y sabe que tiene que caminar hasta la casa de los García, idea que le desagrada por completo.

–Buenas noches –dice el conserje cerrando el gran portón de rejas.

Agotado emprende el camino de vuelta a la casa de la familia con la que vive. El pueblo es silencioso a las ocho de la noche, la mayor parte de las personas deben estar cenando mientras ven la televisión. Otros disfrutando de algún que otro trago en los bares del centro. Otros tantos, en una fiesta, como sus amigos. Y algunos como él, caminando solos por en medio de la calle.

– ¡Hey, Noriega! –escucha que gritan a sus espaldas. Cohibido gira el cuerpo, y ve a dos hombres parados a unos diez metros de él. Empieza a acelerar el paso lo más que puede, pero claro que le resulta imposible intentar dejar atrás a hombres en perfectas condiciones.

–No tan rápido –susurra uno de ellos cerca de su nuca. Contiene la respiración por un momento. El hombre le gira haciendo que quede frente a ellos.

–Por fin te tenemos cara a cara –dice el otro mientras se quita la sudadera–. No te vas a olvidar de nosotros.

Sin previo aviso, el hombre le da una cachetada con tanta fuerza que lo tira al suelo, cayendo de rodillas. Apenas siente la mejilla, cuando otro golpe llega a él. Entonces todo se vuelve oscuro.

Todo por AlexDonde viven las historias. Descúbrelo ahora