𝑫𝒐𝒎𝒊𝒏𝒈𝒐
No está convencida de haber tomado una buena decisión, fue insensata, lo sabe. Pero aun así no se detiene, sigue lentamente los torpes pasos con las muletas del muchacho frente a ella, que camina sin pronunciar palabra.
Saca el móvil del pequeño bolso de mano y empieza a teclear con dedos temblorosos y no a causa del frío. Cuando se dispone a guardarlo, este empieza a sonar, haciendo que se sobresalte.
– ¿No piensas responder? –le pregunta el pelinegro girando lentamente hasta quedar frente a ella.
–Debe estar molesto –responde guardando el móvil.
–Si es tu padre, no le hagas esperar. No quiero problemas –admite seriamente.
–Esta no es una buena idea. Deberíamos volver Alex.
–No te pedí que me acompañaras –suelta con expresión seria–. Pudiste haber regresado hace mucho, ¿por qué sigues aquí? –pregunta con el ceño fruncido.
–Yo... quiero asegurarme de que estés bien... –susurra mirando el suelo–. No puedo dejar que vayas solo estando en muletas.
–No debiste haberte molestado. No necesito que cuides de mí –dice y continúa caminando.
– ¡¿Tienes idea de cómo me sentí al verte así ese día?! –exclama realmente molesta.
–Asustada, lo recuerdo –responde girándose hacia ella–. Me lo dijiste en el hospital. Pero... no me volverá a suceder, pierde cuidado –dice, tranquilizándola.
–No es sencillo no preocuparme por ti –confiesa y hace una mueca de dolor viendo sus pies.
–Falta poco –menciona Alex, más apacible después de ver la expresión en su rostro.
– ¿Me dirás a dónde vamos? –pregunta impaciente y nerviosa al mismo tiempo.
–Falta poco Alexandra –susurra apenas audible el chico de ojos verdes.
Con la duda instalada en ella y sin poder hacer nada para esclarecerla, sigue caminando ignorando sus molestos y altos zapatos que, a cada paso que da, magullan más sus pies.
La melodía de una guitarra empieza a sonar en medio de la calle y la castaña gira hacia ambos lados sin encontrar nada.
–Tranquilo, estoy bien –balbucea el muchacho con el móvil junto a la oreja–. Dile que estoy bien, que no se preocupe por mí. Estoy con Alexandra, ¿bueno? –hace una pausa que parece durar un largo tiempo mientras ella espera detrás de él–. Bien, te llamaré después.
– ¿Quién era? –pregunta con la intención de no parecer entrometida.
–Matheo –contesta este sin siquiera mirarla–. Dejaste a tu familia por venir, preguntan por ti.
–Ya lo solucionaré, tú también dejaste a tus amigos... y a tu novia.
–Ella no es mi novia, Alexandra –dice firme y se gira otra dándole la espalda. Gesto que empieza a aburrirle–. Llegamos –exhala deteniéndose frente a una pequeña casita de puerta de madera roída.
En su rostro apenas iluminado por el alumbrado eléctrico, sus labios forman una sonrisa nostálgica.
– ¿Dónde estamos? –pregunta con cautela esperando que esas palabras no borren la sonrisa del pelinegro.
–En la casa de mi madre –pronuncia con voz apagada pero con entusiasmo en su mirada. Y se dispone a abrir la puerta con una llave grande y bastante vieja que deja un ruido desagradable.
–Alex, no puedo ver nada.
–No, no las enciendas. Nadie ha estado aquí en un par de meses –dice acercándose a ella y seguidamente corre las cortinas–. Será sospechoso que de pronto haya luz dentro, ¿no lo crees?
–Sí... sí, lo siento. No lo había pensado –balbucea bajando la mano del interruptor–. ¿Puedes explicarme? –le pregunta enarcando una ceja, mientras cruza sus brazos.
–Mejor ponte cómoda –le ofrece una mano que ella toma sin pensárselo dos veces.
–Espera... debería quitármelos –dice liberando a sus pies de sus zapatos negros, perdiendo los centímetros que le hacían alcanzar al muchacho. Sigue a Alex con pasos lentos, pues teme tropezar con algo debido a la oscuridad del lugar.
–Aquí está bien –dice el pelinegro soltando su mano–. Siéntate –le pide al momento en que la habitación se ilumina con la luz de su móvil.
La castaña obedece y se sienta en un pequeño cojín que yace sobre el piso de madera, frente al chico.
–Bueno, ¿por dónde empiezo? –susurra el chico llevando ambas manos a su rostro, cubriendo sus ojos.
–Por el principio –sugiere Alexandra de manera obvia.
–Mis abuelos –menciona y hace una pausa en la que mira a todos lados, como si alguien más que no fuera ella, lo escuchara–. Los padres de mi madre, le dejaron esta casa antes de morir.
– ¿Qué les pasó? –cuestiona curiosa, pero al instante cae en cuenta de lo imprudente que es su duda–. ¿Entonces tienes dos casas? –pregunta cambiando de tema.
–Fallecieron en un accidente también –responde con expresión neutra–. Cuando era pequeño, ¿recuerdas que te lo conté?
–Lo recuerdo –sonríe recordando que esa noche veían una película juntos –. Lo lamento Alex.
–Legalmente solo tengo una casa, esta –dice abriendo ampliamente los brazos.
–Entonces, ¿conoces este lugar desde siempre? –pregunta apoyando su barbilla sobre sus manos cruzadas, en una posición más cómoda.
–Mamá me traía aquí algunos fines de semana cuando era pequeño. Así que supongo que sí.
–Es bonita –comenta sinceramente.
–Ya –musita por lo bajo sonriendo–. Cuando estaba mamá aquí, solía serlo más.
–Sé que nada puede reemplazar el lugar de alguien que amas y que ya no está más.
–Tú no sabes...
–Sí, no sé lo que se siente –concuerda sabiendo a lo que se refería–. Solo sé que, aunque no los puedas ver más, ellos siguen contigo... –se detiene al ver a Alex bajar la cabeza–. Ellos, están contigo –susurra dulcemente poniendo una mano sobre el pecho del chico.
Él sigue sin decir una sola palabra y el silencio es tal, que lo único que se escucha en la habitación son las respiraciones de ambos. Cuando Alexandra quiere bajar la mano, el chico de ojos verdes le agradece el gesto tomando de esta, mientras le sonríe.
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Todo por Alex
JugendliteraturAlex Noriega lleva una vida normal, como la de cualquier adolescente, le va muy bien. Pero todo cambia repentinamente al sufrir la tragedia más grande de todas. Tras perder a sus padres en extrañas circunstancias, su vida no vuelve a ser la misma...