Mayo 04 | Alexandra

362 36 9
                                    

𝑴𝒊é𝒓𝒄𝒐𝒍𝒆𝒔 

Revisa inquieta el teléfono móvil y batallando mentalmente entre eliminar o no las fotos que aún guarda de ella junto a su él. Vuelve a leer y releer el último mensaje que Ernesto le envió y que ella no contestó. <<Perdón>>. No puede verlo y evitar pensar en él y en lo que debe estar haciendo en ese momento.

Desde donde se encuentra acostada puede ver el abrigo que el castaño le regaló cuando cumplieron los primeros treinta días de empezar a salir. A Alexandra siempre le había gustado cómo le quedaba la prenda, lo suficientemente grande para sentirse acogida y protegida, pero lo que más le agradaba era el fuerte aroma que desprendía. No podía estar más feliz cuando Ernesto se la obsequió, desde entonces solía dormir con ese abrigo mientras aspiraba su fragancia. 

Naturalmente, cuando dejó de oler a él, la guardó en el clóset y de vez en cuando la frotaba cuando elegía su vestuario del día. Y ahora, yacía en el respaldo de la silla del escritorio, como una prenda más, sin importancia; o al menos, es lo que ella inútilmente intenta convencerse. 

Apaga el móvil y lo lanza al otro lado de la cama, gira sobre la misma incansablemente por milésima durante la noche. Gruñe bajo las sábanas, vuelve a tomarlo y en la pantalla se refleja su cansado rostro iluminado apenas por la tenue luz que desprende la lámpara sobre la mesita de noche.

12:22 a.m. indica el reloj en la pantalla, una larga noche que no ha hecho más que empezar, al instante se incorpora sintiendo el cálido suelo bajo sus pies descalzos. Se dispone a salir de la habitación cerrando la puerta con cautela para evitar despertar a su familia.

Sus pies se deslizan fácilmente sobre las losetas de las escaleras, por lo que se sujeta a la baranda para estar segura. Al llegar a la cocina se sienta a la mesa del comedor a oscuras mientras sus manos juegan con un vaso de cristal lleno de agua fría.

Las palabras de Ernesto se repiten una y otra vez en su cabeza y el silencio solo empeora el latente sentimiento que no ha dejado de experimentar desde el día en que él cortó con ella. Sabía conscientemente que aquello que tenían no duraría toda la vida, pero no imaginaba que terminaría tan pronto y ahí, justo en el lugar en donde todo empezó.

Bebe del agua para intentar disipar el nudo en su garganta, cierra los ojos para forzar a las pequeñas lágrimas salir y secarse. Los penetrantes ojos del castaño aparecen en su mente, mirándole fijamente, pero lucen diferente. No es una mirada a la que ella estaba acostumbrada, parecen tristes y la decepción reflejada le causan remordimiento.

Sin ánimos de volver a la cama se pone de pie y deja el vaso en el fregadero, se apoya en él para descansar un momento cuando una fría brisa que le eriza los vellos del brazo. Toma el celular y adormilada va hacia la salida de la cocina. Un fuerte sonido al otro lado de la casa provoca que se sobresalte. Se paraliza por unos instantes que parecen una eternidad mientras siente cada músculo de su cuerpo tensarse.

Cuando se hubo recuperado tras tomar una gran bocanada de aire, gira en dirección a la sala. Camina sigilosamente recomponiéndose de la impresión, con cada segundo transcurrido. En puntillas y con la linterna del móvil encendida guiándole llega hasta la habitación de huéspedes.

No se extraña por encontrar la puerta abierta, interiormente piensa que el viento pudo haber tenido algo que ver. A través del ajustado espacio que separa la puerta del piso, observa una luz muy débil. Contiene la respiración y asustada empuja la puerta con el codo provocando un sonido agudo. Su vista se fija directamente en el rincón de la habitación, la luz azul se vuelve mucho más intensa cuando apunta hacia ella. Esto le obliga a cerrar los ojos mientras desea interiormente que alguien llegue a su lado para sacarla de ahí. 

–Alexandra, ¿eres tú? –pregunta una voz familiar y la tranquilidad vuelve a apoderarse de su cuerpo mientras la luz azul baja hasta el suelo permitiéndole abrir nuevamente los ojos.

–Joder Alex, estaba a nada de gritar –reprocha bajando el móvil también. Los oscuros ojos verdes le miran con algo de culpa.

–Lo siento –susurra poniéndose de pie para acercarse a ella–, siento haberte asustado. También me sorprendiste –replica guardando su teléfono en el bolsillo–. ¿Qué haces aquí?

–¿Qué haces tú aquí? –contraataca alzando una ceja.

–Intento organizar todo esto –señala con la cabeza–, tu madre me lo pidió.

–Claro, respecto a eso... lamento lo que pasó en la cena, recordé que tenía algo que hacer en ese momento –entrelaza sus manos, nerviosa.

–No hace falta que mientas cuando estamos solos –le observa con una mirada profunda.

–¿Qué? –pregunta sorprendida desviando la mirada del pelinegro.

–No te conozco muy bien, pero puedo saber cuando estás mintiendo –le asegura con un tono de superioridad que la castaña odia al instante–. Tu rostro se contrae, levantas inconscientemente más la ceja izquierda y no eres capaz de mantener los ojos fijos en algo.

–¿Y dices que no me conoces bien? –enarca una ceja de forma exagerada.

–Solo... –empieza a hablar dándole la espalda–... quiero saber por qué mentiste.

–Vale –exhala todo el aire que hasta ahora seguía conteniendo–, es por mi madre –dice y Alex gira rápidamente hasta quedar frente a ella, su rostro solo expresa confusión–. Creo que no le agrada mucho la idea de que estemos solos.

–¿Es porque te encontró en mi habitación ese día? Solo estábamos hablando –dice entre dientes sentándose en el suelo.

–Eso es lo que dije, pero es testaruda –reconoce desanimada–. Aun así quiero ayudarte.

–Pues... como puedes ver, no es tarde para eso –murmura con la vista puesta sobre sus pertenencias.

–No pienso obedecerle en todo –suelta de repente acompañando al chico.

–¿Qué quieres decir con eso? –cuestiona ladeando la cabeza.

–Es imposible no acercarme a ti o pasar tiempo contigo, vivimos en la misma casa –dice alzando los brazos en señal de rendición.

–¿Y piensas hacer eso solo por llevarle la contra a tu madre?

–No había pensado eso siquiera –rechaza lo que insinúa Alex.

–¿Entonces? –insiste este.

–No quiero alejarme de ti –susurra con la mirada fija de los labios del pelinegro–, no puedo...

Todo por AlexDonde viven las historias. Descúbrelo ahora