𝑳𝒖𝒏𝒆𝒔
– Y la escuela, ¿cómo ha ido hoy? –pregunta el hombre mientras acomoda su crecido bigote con los dedos.
–Pues... bien –responde con simpleza.
–Vamos, puedes decir más de dos palabras –le anima mirando hacia el frente.
–Ha ido bien –repite sin miramientos.
–Bueno –contesta Felipe sonriendo–. Se me ocurrió que como no se lo pregunté a Mara ni a Alexandra, te podría preguntar a ti. Es la costumbre.
–Gracias por el interés –dice de forma sincera.
–Hablando de mis hijas, ¿las viste en casa? –le pregunta enarcando una ceja.
–Sí –musita, recordando a la castaña en la entrada de la casa, se veía diferente, como si hubiera pasado horas llorando. Una sensación extraña aparece de pronto en su estómago imaginando que le pudo haber pasado para que estuviese así–. Vi a Alexandra cuando llegué.
– ¿Y a Mara? –vuelve a cuestionar un insistente Felipe.
–No, a ella no –dice negando con la cabeza–. ¿Puedo preguntarle algo? –le pregunta tímido, sabe que es momento de aclarar algunas de sus dudas.
–Sí, dime –afirma serio apretando la mandíbula.
– ¿Por cuánto tiempo conoció a mi padre? –suelta, como para tantear el terreno al que quiere entrar específicamente.
–Vaya... lo conocí por casi dieciocho años. Nos recibimos juntos de la escuela de policías, más tarde conoció a tu madre, se casaron y... ya conoces el resto de la historia –dice con una sonrisa nostálgica dibujada en su rostro.
– ¿Y a mi madre? ¿Qué tanto la conocía?
–A María la conocí un poco antes que a tu padre. Vivía a unas casas de la mía y su madre fue amiga de mi familia por muchos años. Debo confesar, que yo los presenté –comenta orgulloso.
–Quisiera saber cómo fue –admite poniéndose cómodo.
–A Iván le fascinaba ir al cine los viernes por la noche y a tu madre no. Pero un día la convencí de acompañarnos, me llevó casi un día entero –resopla recordándolo–. Y ese fue el comienzo...
–Me extraña, mamá es difícil de convencer –admite riendo–. Era... –corrige mientas se desvanece la expresión que hace su rostro lucir menos dañado por los golpes.
–Era una mujer difícil, pero frágil al mismo tiempo. Esa era su mayor virtud, Alex. Recuérdalo siempre –dice a modo de consuelo–. Ella estaría feliz de que lo hicieras.
–Seguro –susurra mirando la calle a través de la ventanilla–. Si lo conocía desde hace mucho, ¿también conoció a mis abuelos? –vuelve a mirarle.
–Por supuesto. Raúl y Laura fueron personas excepcionales conmigo. Me trataban como si fuese un miembro más de su familia –confiesa dejando a Alex confundido.
–Si así era, ¿por qué se portaron mal con mi madre? –pregunta realmente desencajado.
–Yo... no lo sé Alex. Nunca comprenderé las decisiones que tomaron.
– ¿Mi padre nunca le contó nada? –vuelve a preguntar no tan convencido por la respuesta de Felipe–. Si eran amigos, debió haber confiado en usted.
–A veces, hay cosas que debemos guardar para nosotros mismos. Compartirlo con alguien no siempre aliviana la preocupación. Tu padre fue un hombre reservado y no lo culpo de no haberme dicho nada. Respeté cada una de sus decisiones, Alex. Eso hacen los amigos.
– ¿Qué pudo haber sido tan malo que no se lo contó? –pregunta más para sí mismo que para el hombre a su izquierda, quien estaciona el auto frente a su casa.
–También quisiera saberlo... Bien Alex, vamos por tus cosas –anuncia saliendo del coche, cerrando la puerta con fuerza.
El pelinegro hace lo mismo y al bajar se apoya sobre su pie sano, para poder levantarse por completo. Se aferra a sus muletas y camina hasta la entrada con Felipe delante.
–Permíteme –le dice este, sacando un manojo de llaves de su bolsillo–. Adelante –pronuncia cuando la puerta queda abierta.
Entrar en casa después de casi un mes, le provoca sensaciones que no puede describir con palabras. El aroma de las pertenencias de sus padres, sigue intacto, como si alguien se hubiese esmerado por mantenerlo ahí grabado.
– ¿Puedo preguntarle algo más? –dice girando hacia el padre de Alexandra.
– ¿Más preguntas? –broma y ríe algo nervioso.
– ¿Mi padre sabía que algo nos pasaría? –suelta sin titubear.
– ¿A qué te refieres Alex? –cuestiona Felipe con el rostro hecho un poema.
– ¿Por qué le pidió que se hiciera cargo de mí? ¿Acaso sabía que algo le sucedería a él o a mi madre?
–Pues... porque confiaba en mí. No supe de su decisión hasta el día de la lectura del testamento. Pero teníamos una promesa. Cuidarnos las espaldas, proteger a los nuestros.
– ¿Porque sabía que algo malo le pasaría? ¿Por eso hicieron esa promesa? –vuelve a preguntar exasperado.
– ¿Cómo habría de saberlo? –cuestiona el hombre frunciendo el ceño.
–Lo siento, pero sigo sin entenderlo. ¿Por qué mi padre dejó estipulado en su testamento que yo estaría a su cuidado si no estaba seguro de que algo le pasaría? ¿Por qué tenía un testamento listo?
–No –dice firme–. No lo sabía, pero lo sospechábamos. Alex somos policías, todo el tiempo lidiamos con gente peligrosa.
– ¿Usted también? ¿Lo sospechaba y no hizo nada por protegerle? –increpa agitado.
–No es que no haya hecho nada. Invertí mucho tiempo siguiéndole el rastro a gente que quería hacernos daño.
– ¿Usted también corría peligro? –inquiere confundido.
–Tu padre hizo cuánto pudo por protegerte a ti y a tu madre –dice ignorando a su pregunta–. Se iban a mudar a otra ciudad, ¿lo recuerdas? Él siempre procuró a su familia.
– ¿Entonces siempre quisieron hacernos daño? ¿Por eso nos siguieron hasta chocarnos?
–Es posible Alex. Pero no contamos con las pruebas para afirmarlo.
– ¿Qué hay de mi testimonio? ¿Qué hay de la investigación del accidente? ¿No tiene nada con eso?
–Tu testimonio no permite comprobar el autor intelectual de lo que ocurrió.
–Pero esto no puede quedar así, el responsable tiene que pagar por lo que nos hizo –asegura entre dientes–. Usted me prometió que los encontraría. No romperá su promesa ¿verdad? –le pregunta con dificultad a causa de un nudo en su garganta.
–Soy un hombre de palabra Alex y lo reitero. El que les hizo esto a Iván y a María, pagará las consecuencias.
–Señor –musita tímido.
–Felipe –le corrige el hombre quitándose el gorro de policía.
–Felipe –reitera el pelinegro–. Las personas que me golpearon, ¿pudieran tener algún tipo de relación con esto?
–Deberíamos dar con esos sujetos. Las investigaciones de esa noche continúan, el suboficial Gonzalo tiene esa tarea. Lo conociste en el hospital.
–Sí, lo recuerdo. Y si así fuera... –persiste.
–Ten la seguridad de que lo sabremos y te mantendré informado. Alex, sé que tienes dudas pero... no deberías pensar en eso. Ocupa tu mente en tus asuntos, en la escuela, en tus amigos. Nosotros nos encargaremos, después de todo, ese es nuestro trabajo.
–Bien –asiente con la cabeza empezando a subir uno a uno los escalones.
–Ve, busca todo lo que necesites y nos iremos a casa.
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Todo por Alex
Dla nastolatkówAlex Noriega lleva una vida normal, como la de cualquier adolescente, le va muy bien. Pero todo cambia repentinamente al sufrir la tragedia más grande de todas. Tras perder a sus padres en extrañas circunstancias, su vida no vuelve a ser la misma...