XCVI

140 13 1
                                    

El camino a casa había sido relativamente corto, tal vez porque se fue en contar a Sang Hun todo lo que había pasado en esos meses.

— Cielos, entonces... ¿estás bien, Minki? —Ren rió apenado.

— Sí, hyung Kim, gracias. En realidad Minhyun lo exagera bastante...

— No, no estoy exagerando, hyung. Lo escuchaba gritar fuera de la habitación, las sábanas estaban empapadas de sangre y mi pequeño Rennie estaba tomando un tono casi gris...

— Pues yo no recuerdo eso, hyung Kim, y sinceramente, cuando tuve conciencia otra vez no había ni una mancha...

— No fue fácil cambiarlas. —Declaró el más alto.

— Oh, muchachos...

— Es cierto, hyung. —Suspiró. — Sentí que se me paraba el mundo en ese momento, tenía a Minsoo en mis brazos y... no. No podía aceptar la idea de que Rennie no lo viera, de que no se conocieran. No podía. ¿Me entiendes, hyung? O sea que el amor de mi vida no iba a estar para ver a nuestro pequeño retoño. —A Sang Hun le causó un poco de gracia la manera tan exagerada en que Minhyun le contaba todo. — Y después resultó que por la operación no podía cargarlo. Hyung, son tres meses ya, la doctora dijo que ya puede sostenerlo, pero en partes me alegra mucho, porque él lo llevó nueve meses. ¿No es así, Minsoo? Mami te llevó mucho tiempo y ahora por fin yo también puedo sostenerte. —Ren sonrió.

— Ya puedo cargarlo al menos un momento y para mí es ganancia.

— Ay, muchachos. Pues, déjenme decirles que tienen un hijo muy lindo. —Ambos sonrieron. El auto se detuvo fuera del edificio. — Ya llegamos. ¿Le ayudo con las maletas?

— Por favor, hyung. Rennie no puede cargar nada y yo no quiero soltar a Minsoo. —Lo estrujó suavemente contra su pecho.

— Está bien. Vamos. —Los cuatro se bajaron del auto. Sí, cuatro, al final Minhyun había ordenado que los sirvientes de quedarán con sus padres por si necesitaban algo y claro que todos habían obedecido. Mientras Ren abría la reja, Minhyun llevaba al bebé cubriéndolo por completo con la blanca manta que Nina le había tejido, está última llevaba la pañalera y unas cosas más del pequeño príncipe y Sang Hun llevaba las pocas maletas con que habían llegado los tres. Subieron hasta el piso determinado y fue Ren nuevamente quien introdujo la clave para abrir la puerta.

— Le daré la clave más tarde, Nina, ¿vale?

— Gracias, majestad. —Ren estuvo por entrar, pero su marido lo detuvo rodeándole el rostro con una mano para cubrirle los ojos.

— ¡Ah! No veo.

— Así está bien, mi vida, te lo aseguro.

— ¿Qué? No tienes otra idea maquiavélica, ¿o sí? ¿Qué hiciste? ¿Por qué me cubres los ojos esta vez? Sabes que no me gusta no ver nada.

— Anda, vamos. Nina, abra la puerta por favor.

— Sí, majestad. —Empujó un poco la puerta y entró cuando el rey le indicó con señas que lo hiciera.

(Coreano)
— ¿Listo para ver la sorpresa, mi vida?

— Eso creo. —Rió emocionado. Entraron detrás de Sang Hun y Minhyun guío a su esposo por el pasillo.
— ¿Estás sosteniendo bien a Minsoo?

— Sí, mi vida, lo tengo bien. —Se detuvo obligando al menor a imitarlo. — Es aquí. No abras los ojos hasta que yo te diga, ¿de acuerdo?

— Bien. —Sintió la mano del mayor apartándose de su cara, pero mantuvo sus ojos cerrados sin escuchar más que un par de pasos. Se mordió el labio inferior por la intriga y emoción que le causaba saber lo que su marido le enseñaría.

Cien millones de razones para amarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora