CLVIII

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— Alteza, es hora de volver.

— No. Un datito má-, Nina, po- favo-.

— Lo lamento, alteza, pero sus padres dijeron que debíamos estar de vuelta antes de las cinco para que tome un baño y se prepare para la fiesta.

— E-tá b-en. —Se rindió antes de ponerse de pie recogiendo sus juguetes en su pequeña cubeta.

Un pequeño cachorrito con el que Minsoo había estado jugando los últimos días se acercó saltando a su alrededor.

— Japchae. Ia e- ho-a de i- a ca-sa.

— Alteza.

— Nina, ¿me p-edo ieva- a Japchae? —La mujer no supo qué responder.

El pequeño perro color huevo había aparecido hacía unos días, buscando algo en los botes de basura. Minsoo lo había atraído con unas cuantas galletas que Nina le llevaba y finalmente habían jugado los dos, pero al momento de regresar a casa, el príncipe lloraba por dejar atrás al animal. No le habían dicho nada a sus padres, y por ello Nina seguía sin saber qué decir.

— Nina, me qu-e-o ievar- a Japchae.

— Lo lamento, alteza, pero no creo que sea posible.

— ¿Po-qué no? —Su carita se cubrió con una nube de tristeza.

— No, alteza, no llore. —Se inclinó a su lado. — No podemos llevarnos al perro porque en el palacio ya hay un gato...

— Lucky.

— Exacto, y con un perro sería muy problemático. Harían un desastre y esta noche sus padres tienen una fiesta muy importante.

— ¿P-edo ieva-le má- -alleta-? —Nina suspiró rendida.

— Bien. Llevémosle galletas. —Tomó la mano del niño para ayudarlo a levantarse.

— Vamo-, Japchae. Vamos a tu casa. —El perro comenzó a avanzar animadamente de un lado a otro, yendo y viniendo hacia el pequeño niño que lo miraba con entusiasmo. — Vamo- a segui-lo, Nina. —Haló suavemente la mano de la mujer que se lo pensó antes de comenzar a caminar detrás del pequeño perro, seguidos de dos guardias que no dejaban de acompañarlos en todo momento.

No caminaron demasiado, apenas una calle y llegaron detrás de un almacén, dónde había un contenedor grande de basura. El perro los guío detrás de este y, escondida entre otras más, había una caja con cinco cachorros más y una perra, casi en los huesos, recostada a un lado.

— ¿Ati vive-, Japchae? —El animal respondió con un ladrido. — ¿E- tu mami o tu papi? —Se refirió al más grande junto a los cachorros —. Otra ladrido.

— Alteza, no se acerque mucho. —Lo detuvo y lo alzó del suelo antes de que diera un paso. — No sabemos cómo vaya a reaccionar el grande. Podría morderlo.

— No m-e-de. E-tá muy f-aquito. ¿P-antas -alletas hay, tady Nina? —Con una mano, y sin soltar al niño, ella revisó la bolsa de galletas.

— Aún son bastantes, pero no creo que les sean suficientes. Deben tener mucha hambre.

— Me -os qu-e-o ieva-.

— No, alteza, lo siento. Es hora de irnos. —Miró a los guardias y asintió.

— No. Nina. —Comenzó a sollozar el niño. — Japchae. —Miró al perro mientras se alejaban a paso lento.

— Lo siento, alteza. Le prometo que después les traeremos comida a todos y jugará con su amigo, pero no puede llevárselos.

Cien millones de razones para amarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora