El sonido de una ligera, aunque pertinaz lluvia era todo lo que acompañaba aquella tarde de otoño.
Las calles estaban húmedas y los transeúntes llevaban paraguas o chamarras con capucha; corrían o caminaban apresurados bajo las gotas de lluvia, y el olor de comidas calientes y en su mayoría caldosas escapaba por las pequeñas rendijas que dejaban algunas personas en sus ventanas, antes de cerrarlas completamente al ver qué las gotas se hacían más constantes. Había también algunos niños corriendo y jugando bajo la lluvia, algunos más que se despedían al ser llamados por sus madres, y algunos autos que pasaban salpicando el agua acumulada en el pavimento.
Cinco en punto marcaba el reloj, pero la oscuridad que provocaba el cielo nublado ya reclamaba el resto del día. Leves relámpagos iluminaban ocasionalmente esas nubes grises, seguidos por el fuerte sonido de los truenos. Sonido tan estruendoso para el pequeño Minsoo que se negaba a asomarse debajo de su cama a pesar de que Minki le llamara con tranquilidad mientras trataba de alcanzarlo.
— Por favor, Soosie. Ven con mami. —El pequeño sólo seguía llorando a causa del miedo, pero no se movió un centímetro. — Ven aquí, bebé. Te hará daño ese frío. —Intentó, por vigésima vez, meterse debajo de la pequeña cama, pero era casi imposible que pudiera deslizarse más allá de su cuello. — Bebé, mami no cabe ahí abajo, ven. —Estiró sus brazos hacia su hijo lo más que pudo. — Ven aquí, mami te protegerá y verás que no hay nada a qué temerle. Vamos, cariño. Sólo acércate un poco —. Se estiró, temiendo llegar a quedarse atorado. — Ven aquí. —Arrastró una de sus manos hacia su hijo consiguiendo, finalmente, alcanzar su pequeña mano. — Eso es. Ven aquí —. Un nuevo trueno traicionó la confianza del niño haciéndolo volver a llorar con fuerza al tiempo que se abrazaba a sí mismo, dejando a Minki a unos centímetros de él. — No, no. Soosie, no te alejes más. Mami no te alcanza.
El golpeteo de las gotas en la ventana se hizo más constante y sonoro, lo que delató que esa fina lluvia se convertiría en una verdadera tormenta.
— Ay, no. Ven, Soosie, mamá debe ir a cerrar las ventanas y traer a Lucky. —Se estiró nuevamente, empujándose debajo de la cama para poder alcanzar al niño. — Ven. Tenemos que cerrar todo antes de que suba la marea. —Atrajo a Minsoo hacia sí y comenzó a deslizarse sin volver a soltarlo en un brazo.
Logró salir sin problema, para su fortuna, llevando a su hijo consigo, y abrazándolo contra su pecho cuando estuvieron de nuevo frente a la cama.
— Ya no llores, Soosie. —Consolaba llevándolo en sus brazos mientras cerraba las ventanas.
— T-ueno. —Sollozaba el pequeño. — No me gustan los t-uenos.
Y como si el cielo lo escuchara y le reclamara por tal comentario, un nuevo trueno se escuchó por todos lados. Minsoo volvió a llorar fuerte.
— No. No, Soosie. —Lo abrazó cubriéndole los oídos. — Ya pasó. —Paseó su mirada rápidamente por todo el jardín, esperando ver a su gato entrar corriendo, o refugiarse en alguna de las habitaciones que aún tenían las ventanas abiertas. — Aah. ¿Dónde se habrá metido ese gatito travieso? —Volvió a mirar a su hijo. — Ya, Soosie.
— Lluvia… no. Vete. Vete.
— No, no, Soosie. No te enojes con la lluvia. La lluvia no es mala, al contrario, le hace bien a las plantas, a los canales, ríos, lagos, al pasto de los parques que nadie riega. La lluvia es buena y divertida. Mira, son gotitas de agua. —Estiró un brazo fuera del tejado que sobresalía por encima de ellos y dejó que su mano se mojara. — ¿Ves? Sólo es agua de cielo. Como si el cielo fuera una gran regadera. —Sacudió su mano y la secó rápidamente en su polera antes de volver a limpiar la cara de su hijo. — No pasa nada. Sólo es agua, cariño.
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Cien millones de razones para amarte
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